Publicado en: Prodavinci
Por: Ángel Alayón
El país donde naces determina las oportunidades económicas y sociales a las que tendrás acceso durante tu vida. Hay países que te ofrecen una vida de oportunidades, plena de posibilidades. Hay otros, cuya oferta se compone de obstáculos y penurias.
Vivimos en una era de profunda desigualdad económica y social entre países. No pocos han decidido llamarla “la era de la desigualdad”. Y esa desigualdad tiene un origen reciente en la historia de la humanidad: fue la revolución industrial en el siglo XIX el evento que marcó el despegue económico y social de un grupo de países, mientras que otros se quedaron atrás. ¿Pero cuál es la causa de que algunos países prosperen y otros no? ¿Por qué algunos países son ricos y otros parecen condenados a la pobreza?
El economista Daron Acemoglu (MIT) y el historiador James Robinson (Harvard), en su libro Why nations fail, sostienen que los países que prosperan presentan como característica común la defensa y protección de los derechos de propiedad en un ambiente económico que promueve las inversiones, la creación y adopción de nuevas tecnologías y que, además, estimula la adquisición y el desarrollo de habilidades y conocimientos útiles para el emprendimiento. Esta mezcla de factores ocurre en países cuyas instituciones económicas (léase “reglas de juego”) son incluyentes. Y por incluyentes debemos entender que todos los ciudadanos tienen oportunidad de desarrollar su iniciativa empresarial y comercial, teniendo como única limitación su esfuerzo y la perspectiva económica de su emprendimientos. En resumen: el emprendedor confía en que su esfuerzo, en un país con instituciones económicas incluyentes, no será expropiado.
En el otro espectro se encuentran los países con instituciones económicas extractivas. Y estos son los países cuyas reglas de juego han sido diseñadas para que una minoría se beneficie económicamente de la mayoría. Son sociedades en las que una élite extrae recursos de la sociedad a costa del bienestar y las posibilidades económicas del resto de la población. Una sociedad con instituciones económicas extractivas no respeta los derechos de propiedad ni genera incentivos a la inversión. En una sociedad con instituciones económicas extractivas, esforzarse e invertir pierde sentido en la medida que el fruto del esfuerzo puede ser expropiado.
Acemoglu y Robinson colocan en el centro de su teoría la relación entre las instituciones económicas, las instituciones políticas y la prosperidad. Es así como la persistencia o el cambio de las instituciones económicas depende de las instituciones políticas. Las instituciones económicas extractivas coexisten con instituciones políticas extractivas, instituciones en las que el poder se concentra en pocas manos e intentan mantener y desarrollar reglas de juego económicas que los beneficien personalmente y faciliten (y aseguren) su continuidad en el manejo del poder político.
La prosperidad tiene poderosos enemigos cuando los que se benefician de instituciones económicas y políticas extractivas ven amenazados sus privilegios. El progreso económico requiere de innovación y la innovación trae consigo la desaparición, quiebra o debilitamiento de empresas. Y quienes se beneficiaban de las empresas afectadas por la innovación, si poseen poder político, harán todo lo que esté a su alcance para no perder los privilegios. Los procesos de destrucción creativa, necesarios para el progreso económico, tienen la capacidad de desestabilizar el poder político que se aprovechaba económicamente del viejo estado de cosas y por eso el cambio siempre tendrán enemigos.
Acemoglu y Robinson demuestran que todas las sociedades han estado, durante buena parte de la historia, bajo instituciones políticas y económicas extractivas. Pero algunas naciones han podido romper el modelo y pasar de instituciones extractivas a instituciones incluyentes. No hay nada mágico en este proceso de transformación: los autores identifican coyunturas críticas históricas, políticas o económicas que han cambiado las relaciones de fuerza de una sociedad y que han generado un cambio en el marco institucional de los países a favor de la inclusión política y económica.
Algo más: los autores desestiman, con evidencias en la mano, las teorías deterministas de la prosperidad, aquellas que pretenden explicar la prosperidad o la pobreza a partir de la geografía, la raza, la religión o la cultura. Hay países con ventajas o desventajas iniciales, pero a la larga es la estructura de los incentivos que generan sus instituciones lo que determina si un país avanza por una senda de progreso o se estanca en la pobreza.
Como siempre sucede con esta literatura, queda pendiente el tema del cambio institucional. No basta con entender por qué algunos países son pobres y otros no: queremos saber cómo producir una transformación política y económica que permita a una sociedad pasar de sufrir instituciones extractivas a prosperar gracias a instituciones incluyentes. ¿Tiene algún sentido intentar responder esta pregunta o hay que esperar que ocurra alguna coyuntura crítica que determine el cambio institucional? Acemoglu y Robinson no son optimistas en cuanto la posibilidad exógena del cambio institucional. Al final, como dice Jim Collier, la prosperidad de un país requiere de una sociedad y de políticos dispuestos a luchar contra los privilegiados y sus privilegios.