La academia empieza a vincular la crisis climática y la crisis por el Coronavirus, mientras con los seres humanos confinados la naturaleza, con sus otras especies, quiere recuperar su espacio.
Publicado en: El Observador
Por: Javier Conde
Territorios idílicos están ahí afuera. Rodeados de un silencio abrumador. Los cielos son más claros. El aire más puro. Las aguas más limpias. Tanto que se puede ver el fondo, incluso, en los canales de Venecia, con rincones cristalinos por donde se asoman pequeñas bandadas de peces felices.
Sin tráficos, sin ruido de aviones, sin máquinas encendidas, se dejan escuchar los pájaros y el viento.
Jake Fiennes jura que oyó una de estas noches el aleteo de un búho leonado, lo que no le ocurriría – lo que no le estremecería – desde hace décadas.
Fiennes sabe distinguir sonidos y advertir visitas inesperadas porque vive rodeado de especies en la Reserva Natural de Holkham, en el condado de Norfolk, cuyas 3.900 hectáreas de saladares, dunas de arena, pantanos y tierras de pastoreo gerencia.
Sabe, por ejemplo, que el verano pasado por primera vez, ningún ostrero, un ave elegante que se viste de negro en la cabeza y el pecho y tiene un pico largo rojo, anidó en las playas de la bahía de Holkham.
«Ahh todo esto para nosotros», adivina, casi, lo que intuyen gorriones y armiños que se pasean estos días insólitos por las pistas de la reserva que cada año más de 100 mil personas recorren extasiadas y dejan huellas y voces que ahuyentan también a las golondrinas de mar y a los chorlitos anillados que están en riesgo de extinción y no lo saben.
No muy lejos de allí, un grupo de cabras de cachemira se dio un banquete con los jardines, setos y flores de Llandudno, en balneario galés en el Mar de Irlanda, con sus 15 mil y pico de almas refugiadas en sus casas.
«Se sienten probablemente algo solas y bajaron a echar un vistazo», dijo la concejar Carol Marubbi.
Las cabras pastan libres en el promontorio de Great Orme desde los tiempos de la Reina Victoria cuando su lana suave se volvió muy apetecible para confeccionar chales.
El Mar de Irlanda, al que mran estos parajes y separa la isla homónima de la Gran Bretaña, es una fuente de contaminación radiactiva por la planta de producción nuclear de Sellafield. En sus fondos oscuros y profundos hay restos de plutonio.
No, no es idílico el mundo. Pero la naturaleza quiere recuperar su espacio.
Como esos jabalíes que se adentraron por las calles deshabitadas de la ciudad condal de Barcelona; o los ciervos que campean, en Nara, Japón, sin turistas; o los pavos salvajes que se metieron en una escuela de Oakland, en la bahía de San Francisco; o los delfines que asomaron el hocico en Cartagena en el caribe colombiano, la ciudad que hace poco más de 200 años aguantó 105 días de hambre y ataques. La heroica desde entonces. ¿Cómo en estos tiempos aciagos?
En El País de Madrid, de este viernes, el científico español Javier Sampedro, doctorado en genética y biología molecular, y periodista, vacuna, sin embargo, contra cualquier optimismo. «Leo y oigo a analistas que parecen confiados en que el coronavirus transformará la sociedad, generará un mundo pospandémico más luminoso y justo que el anterior, cambará las prioridades de la política y las doctrinas de la economía. Yo creo que se equivocan», escribe.
Sempedro afirma, rotundo y sin medias tintas, que la gente se olvidará del virus, las clases bajas y medias asumirán los daños económicos, la ciencia volverá a perder importancia y la desigualdad intolerable seguirá marcando unos sistemas económicos «al límite de la maldad psicopática».
La salud global
Bastan unos pocos días de confinamiento mundial – de China, la más contaminante, a Barcelona – para que cambien los aires aunque no los humores.
Datos de la Agencia Espacial Europea, ESA, analizados por la Alianza Europea de Salud Pública, muestran por imágenes satelitales la reducción de los niveles promedio de dióxido de nitrógeno entre el 5 y el 25 de marzo en Bruselas, París, Madrid, Milán y Fráncfort.
Es el resultado del frenazo al transporte y a la producción de las fábricas que han limpiado los aires.
La combustión de los vehículos motorizados expulsa ese compuesto químico marrón-amarillento de oxígeno y nitrógeno (NO2) que se respira en los ambientes urbanos. Las cifras, otra vez, indican que la contaminación del aire causa 400 mil muertes prematuras al año en Europa.
Los sistemas de vigilancia de calidad del aire del ayuntamiento de Madrid elevaron a la categoría de «muy bueno» la calidad del aire en los primeros días de confinamiento. Quizás, violando las normas de alejamiento, provocaría ir al supermercado de la esquina a comprar una botella de aire comprimido sanito.
Y lo mismo en Barcelona donde el departamento de medio ambiente de la Generalitat catalana – alejada de otros menesteres por estos días – constató una caída de 75% de los niveles de CO2 (el dióxido de carbono, primo hermano del otro). Desde Valencia, la Universidad Politécnica, proclamó en este mundo encerrado entre paredes que los cielos españoles estaban 64% más limpios.
En Hubei, la provincia china que se instaló en el léxico viral, aumentó a 21,5 el promedio de días sin contaminación de la atmósfera en comparación con el año anterior, según un informe del ministerio de Ecología y Medio Ambiente chino.
¿Cuánto durará esto? ¿Tanto como el confinamiento? Sampedro se pregunta ¿si ustedes creen que vamos a extraer alguna lección de eso cuando el virus se estabilice? Y ya hay quien conteste.
«La respuesta es que probablemente tendrá (el confinamiento) muy poco efecto. A corto plazo, las emisiones de CO2 bajan, porque los coches (autos) se quedan en el garaje y los aviones detenidos en la pista de los aeropuertos. Pero creemos que el impacto será relativamente efímero», consignó Lars Peter Riishojgaard, director de la Oficina del Sistema Tierra de la Organización Meteorológica Mundial (OMM).
Este experto de la OMM recuerda que China suspendió gran parte de la producción industrial alrededor de Pekín durante los Juegos Olímpicos de 2008 con lo que «demostró muy claramente que es absolutamente posible, tomando el control, detener la contaminación del aire (…) pero no creo que debamos cantar victoria muy pronto, porque volverá a aumentar».
Mandeep Dhaliwal, director de VIH, salud y desarrollo del Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (PNUD), en el foro virtual de la Fundación Skoll sobre emprendimiento social, extiende la mirada más allá de esta penosa coyuntura.
«La creciente destrucción de los bosques y la expansión agrícola está impulsando el cambio climático y acercando a las personas a las enfermedades de los animales salvajes», dijo.
El médico británico David Nabarro, ex consejero especial del secretario general de Naciones Unidas para el cambio climático y una de las voces clave de la Organización Mundial de la Salud sobre la pandemia, advierte que «si nos damos cuenta que la salud es una meta fundamental de la humanidad no solo ahora, sino para las futuras generaciones, quizás podamos vincular lo que estamos haciendo en el desarrollo sustentable».
Acerca del debate que se libra, desde Washington a Londres, pasando por Brasilia, entre la protección de las vidas y mantener el funcionamiento económico, Nabarro intuye que se volverá más frecuente «en la medida en que empeoren los desastres climáticos».
Paralelismos
Desde el Real Instituto Elcano – un centro de pensamiento y laboratorio de ideas, con sede en Madrid – se apunta que «la pandemia causada por el coronavirus como la emergencia climática son crónicas de una crisis anunciada», un juego verbal con la novela del catageno de adopción Gabriel García Márquez.
Desde allí, Gonzalo Escribano, director del programa de energía y cambio climático del Elcano, y Lara Lázaro Touza, investigadora principal y profesora de teoría económica, adelantan que esos paralelismos entre cambio climático y la pandemia se empiezan a resaltar en los círculos académicos.
«Tienen plazos de incubación distintos», advierten, pero señalan que su resolución pasa por seguir las recomendaciones científicas «a las que estamos haciendo caso tarde con respecto al coronavirus y que hemos ignorado en gran medida respecto al cambio climático».
Los autores del artículo recuerdan que desde 2007 se indicó que los hábitos de consumo de especies exótcas eran una «bomba de relojería» que podía provocar una pandemia.
Y llaman la atención sobre el hecho de que el coronavirus «ha irrumpido en el proceso de gobernanza climática en un momento crítico».
Mientras la ciencia insiste en aumentar la ambición por la crisis climática, la atención política tiene toda la mirada puesta en luchar contra la pandemia.
Escribano y Lázaro creen que la menor visibilidad pudiera usarse, sin embargo, para robustecer la legislación climática, incluyendo la creación de comités climáticos «a los que tengan que someterse los gobiernos».
Las reducciones temporales en las emisiones de gases de efecto invernadero y en la contaminación del aire no deben, dicen desde el Instituto Elcano, llevar a pensar que el cambio climático ocurrirá sin cambiar el modelo de desarrollo y de forma de vida.
Y concluyen. Ignorar la ciencia del clima. Ignorar prepararse para una pandemia – como se ha hecho hasta ahora – solo significará poner en peligro el bienestar y el desarrollo. Actual. Y futuro.
Con información de Reuters, AFP, The Guardian, El País de Madrid y National Geographic.