Ese 12 de febrero que no se puede olvidar – Walter Molina Galdi

Publicado en: La Gran Aldea

Por: Walter Molina Galdi

Hay años que tienen pesos específicos. El 2014 es, sin lugar a dudas, uno de esos años en la historia reciente de Venezuela. Lo es por muchos motivos, pero principalmente porque refleja lo que ha sido el chavismo-madurismo: represión, muerte, crisis y miedo. Ese año ya había comenzado con un ambiente político complejo, puesto que, para una gran parte de la ciudadanía, la mínima victoria de Nicolás Maduro sobre Henrique Capriles el año anterior (2013) no había sido totalmente limpia. También había ocurrido un hecho que conmocionó a la sociedad, el asesinato de la actriz Mónica Spear y su esposo Thomas Henry Berry producto de la inseguridad galopante en Venezuela, uno de los grandes problemas que el país enfrentaba. Sumado a eso, la crisis económica era cada vez mayor; el impacto de aquella campaña irresponsable, demagoga y destructiva de Hugo Chávez en 2012 ya se estaba notando, todo agravado por las acciones de la marca más evidente de la era chavista: la corrupción. El país estaba, como se dice en el argot popular, “caliente”.

Las primeras protestas organizadas y contundentes comenzaron el 4 de febrero, cuando estudiantes de la Universidad Nacional Experimental del Táchira, en la ciudad fronteriza de San Cristóbal, protestaron contra la inseguridad (otra vez, la inseguridad) y el presunto abuso sexual a una compañera de esa casa de estudios. Los grupos represores del debutante gobernador José Gregorio Vielma Mora y varios de sus alcaldes detuvieron en principio a seis estudiantes, lo que generó nuevas protestas estudiantiles que aumentaron la cifra de universitarios heridos y detenidos.

Este era el escenario previo a la fecha que, para muchos, ha significado un antes y un después: el 12 de febrero de 2014.

Los días anteriores, recuerdo, quienes formábamos parte del Movimiento Estudiantil organizamos la movilización hacia la Fiscalía para ese miércoles 12 de febrero, con motivo del Día de la Juventud. No fueron los partidos, no fueron los líderes de “La Salida”, no. Fuimos los estudiantes, porque era el día de nosotros, los jóvenes todos.

“No podemos olvidar que hemos luchado. Nunca hay que permitir que se diga que no lo hemos hecho”

La concentración inicial fue en Plaza Venezuela, justo frente a la fuente de Santos Michelena. Estudiantes de varias universidades de Caracas (incluso de otros estados) y jóvenes trabajadores junto a miles de ciudadanos que acompañaron, llenamos esas calles para comenzar nuestro camino hacia el Ministerio Público en el centro de Caracas. Una marcha pacífica pero decidida, con una consigna clara: “No queremos dictadura”.

Al llegar a la Fiscalía se hizo un petitorio para que dejaran pasar a un grupo que entregaría una carta. Las puertas del ente gubernamental, en ese entonces dirigido por la señora Luisa Ortega Díaz, jamás fueron abiertas, pero los cuerpos de seguridad del Estado comenzaron a cercar a los manifestantes antes de iniciar la represión.

Lo que era una marcha pacífica se convirtió en violencia y desespero por el ataque conjunto de esos grupos parapoliciales llamados “colectivos” y de los cuerpos de seguridad. Unos disparaban bombas lacrimógenas y otros, balas. Eso, contra jóvenes que corrían o, como mucho, lanzaban piedras.

Recuerdo perfectamente cuando comenzó aquella locura. La orden la dio un sujeto con la cara tapada y ahí inició el salvajismo. La gente corría desesperadamente por las calles aledañas a la Fiscalía, otros se escondían detrás de alguna pared y, un grupo nutrido, decidió hacerle frente, repito, con piedras. En este último grupo se encontraban dos personas que recordamos con dolor, Bassil Da Costa y Robert Redman.

En un momento, intentando salir del lugar, veo a una cuadra que están cargando a alguien herido. No sabía lo que ocurría, pero el grupo que lo llevaba estaba desesperado. Junto a dos compañeros de la Universidad Central de Venezuela (UCV) decidimos correr e intentar salir del lugar, ya no había mucho más que pudiéramos hacer, así llegamos hasta La Hoyada. Cuando pudimos ver los celulares leímos la noticia y supimos que aquél chamo que vimos no estaba herido, sino muerto. Se llamaba Bassil Da Costa y tenía 23 años, apenas dos más de lo que yo tenía en ese momento.

Al encontrarnos con otros compañeros más solo se hablaba de Bassil, y de repente había silencio. Al menos para mi generación, ese 12 de febrero se convirtió en un antes y un después, sobre todo para los que llegamos a la Fiscalía. Habíamos participado en muchas marchas, pero nunca habíamos corrido por nuestras vidas como ese día. También, sin duda alguna, fue la confirmación de lo que era y es Nicolás Maduro: un tirano. Uno cuyos crímenes (y los de ese año lo son) están siendo investigados en la Corte Penal Internacional.

El día no terminaba allí. El miedo puede paralizar, o no. Y la gente no se paralizó en aquel tiempo. Siguió. Lamentablemente la creciente tiranía de Maduro tampoco había parado. Nunca paran, siempre tienen hambre de represión. En la tarde muchos decidieron continuar la jornada de protesta en Chacao. Se hizo nutrida aquella concentración. Uno de los que fue hacia allá estuvo antes frente a la Fiscalía, y fue de las personas que ayudó a cargar el cuerpo sin vida de Bassil. Se llamaba Robert Redman y tenía 32 años.

Antes de ir a Chacao, Redman tuiteó que lo habían herido en el brazo con un “perdigón de plomo”, aunque no dio detalles de la gravedad de sus heridas. Eso fue lo último que escribió, porque estando en la calle Arturo Uslar Pietri terminando ese fatídico 12 de febrero, el pasajero de una moto disparó en su frente, y le quitó la vida. Fue el segundo asesinato de las protestas de ese 2014. El segundo de 43.

Las protestas siguieron durante más de dos meses, en Caracas y en las principales ciudades del país, lo que fue considerado la peor ola de manifestaciones en una década (hasta que iniciaron las del año 2017). Bassil y Robert fueron las primeras víctimas del régimen de Maduro, pero luego vinieron muchos más.

No podemos olvidar a Génesis Carmona, la reina de belleza de Carabobo que apenas tenía 21 años y había salido a las calles para manifestar el 18 de febrero. Recibió un balazo que le quitó la vida al día siguiente. Y ocurrió luego de que Francisco Ameliach, en ese momento gobernador, tuiteó lo siguiente: “UBCH a prepararse para el contra ataque fulminante”. Crimen impune.

No podemos olvidar a Daniel Tinoco, quien el 10 de marzo de 2014, en el estado Táchira, mientras se realizaba una vigilia, recibió un disparo en el pecho por parte de un grupo de civiles armados pro gobierno que abrió fuego contra todos los estudiantes que se encontraban presentes.

No podemos olvidar a Geraldin Moreno Orozco, quien el 19 de febrero de 2014, en Valencia, estado Carabobo, se encontraba participando en una manifestación pacífica en la puerta de su edificio, cuando funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana le dispararon a quemarropa en el rostro y en el cuerpo. Falleció el 22 de febrero de 2014, luego de varios días luchando por su vida.

No podemos olvidar a Adriana Urquiola, periodista e intérprete de señas de 28 años que, el 23 de marzo de 2014, mientras pasaba una barricada colocada por protestantes en la carretera Panamericana a la altura de Los Nuevos Teques, fue asesinada por un sujeto pro gobierno que disparó catorce veces contra los protestantes. Urquiola recibió varios impactos en la cabeza y en el hombro. Estaba recién casada y tenía cinco meses de embarazo.

No podemos olvidar la madrugada del 4 de mayo de 2014 cuando la Guardia Nacional Bolivariana irrumpió y desmanteló los campamentos de estudiantes en Santa Fe, Avenida Francisco de Miranda; Altamira, Plaza Alfredo Sadel; y Plaza Bolívar de Chacao. Detuvieron arbitrariamente a 243 jóvenes y cargaron con sus pertenencias. Les sembraron droga y armas. Los vejaron y maltrataron. La cabeza de esas acciones, el otrora ministro de Interior, Miguel Rodríguez Torres, hoy camina libre e impunemente por las calles de Madrid. A pesar de sus años también arbitrariamente detenido por sus antiguos “compañeros”, él todavía no ha respondido a la justicia por sus delitos. Debe hacerlo. Algún día deberá hacerlo.

No podemos olvidar que hemos luchado. Nunca hay que permitir que se diga que no lo hemos hecho.

No podemos olvidar a los asesinados, a los heridos, a los humillados, a las familias destrozadas y a cada acción que aceleró la ruptura de lo que quedaba de democracia en el país. No podemos olvidar, porque quienes han cometido todos esos crímenes siguen en el poder, por la fuerza. No importa la propaganda ni el maquillaje. No importa, porque todavía no somos libres ni hemos logrado justicia y reparación.

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