Karina Sainz Borgo: “No creo en las literaturas nacionales” - Rafael Osío Cabrices

Míranos, Europa – Karina Sainz Borgos

América no es despojo sino espejo. Este temblor nos incumbe a todos

Publicado en: ABC

Por: Karina Sainz Borgo

El fin de la historia era este y no el de Fukuyama. Asistimos estupefactos al espectáculo de las democracias liberales volándose la tapa de los sesos. El fin de la historia, insisto, es este mundo que, sin ser llevado al paredón todavía, pide que lo fusilen, que lo desaparezcan. No imaginé mi siglo preso de esta desesperación y dispuesto a abrir la puerta a sus propias plagas.

El mito de Europa, dice la filóloga y escritora Andrea Marcolongo, es uno de los más violentos de toda la cultura clásica. Así lo ha explicado en el número especial de ABC Cultural dedicado al espíritu y el futuro europeos. Esa princesa raptada, la que cabalga el Mediterráneo a lomos de Zeus, representa -insiste Marcolongo citando a Heródoto- el inicio de una civilización cuya fuerza no consiste en las fronteras sino en el crisol.

«Europa como cruce de civilizaciones y fusión de culturas parece un eco lejano. Antaño tierra de héroes y poetas, de filósofos y estrategas, se encuentra ahora envuelta en una niebla de identidades perdidas y tensiones no resueltas», escribe Marcolongo. Quien la lee no puede evitar volver la vista a América. ¿No ocurre acaso lo mismo a ambas? Antigua y avezada una; joven, mestiza -heredera de la primera en muchas cosas-, la otra.

Hablamos de América Latina y no de Hispanoamérica o Iberoamérica justamente por la magnitud de la escisión que produjeron las independencias. La tesis, que ha defendido el sociólogo y ensayista Carlos Granés, no puede parecerse más a lo que ocurre en el mundo entero: es un socavón en las bases. En 1898, explicó Carlos Granés en su libro ‘Delirio americano’, se produjo un vuelco en los intereses de los intelectuales, artistas y creadores de América, quienes, ya emancipados de la metrópoli buscaban la esencia latinoamericana. Algunos se la inventaron, de la peor manera incluso.

El trauma español de la ruptura nos resulta tan cercano, que justo por eso apelamos a la herencia de Grecia y Roma, que es una forma de marcar una distancia contra lo sajón. Incluso sin poder entenderse homogénea, América Latina aspiró a la unidad. Europa también. Son las tensiones sin resolver las que dan sentido y pueden apuntar respuestas en este momento incierto en el que Estados Unidos se revuelve contra su aliado histórico y subraya la peor faceta de su relación con América del Sur: la tutela y el exabrupto.

América está expuesta al nervio vivo de sí misma: el Norte aprieta y la vieja Europa languidece. Por eso no es despojo sino espejo europeo: estamos hechos de las trazas de sus aciertos. En su corta historia, el continente conserva traumas que no desaparecen: el antiyanquismo, la obsesión por la identidad, el decolonialismo, el antiimperialismo y el nacionalismo. ¿No comparte Europa también sombras tan largas como las nuestras, sombras que incluso le pertenecen? Si nuestras civilizaciones nacieron de un trauma existe en nuestra brecha atlántica un lazo. El fin de la historia es este sacudón. Por eso este temblor nos incumbe a todos.

 

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