Hacia los Estados Unidos policiales: sí, esto podía pasar aquí - Juan Gabriel Vásquez

Hacia los Estados Unidos policiales: sí, esto podía pasar aquí – Juan Gabriel Vásquez

En dos meses, Donald Trump ha desmantelado las libertades que generaciones de inmigrantes han buscado en el país. El miedo a las persecuciones arbitrarias hará que muchos se pregunten si vale la pena realmente ir a buscarlas

Publicado en: El País

Por: Juan Gabriel Vásquez

En cualquier otro momento, el artículo de Masha Gessen en el New York Times habría causado una verdadera conmoción, ocupado el centro de nuestras conversaciones y lanzado a los demás opinadores de Estados Unidos a una serie de autocríticas implacables. Pero Donald Trump y su Gobierno de matones ultranacionalistas han inundado la zona de mierda, según la estrategia que ya nos explicó Steve Bannon, y hoy estamos hablando de los aranceles insensatos que han despedazado el orden responsable de ochenta años de relativa paz. Y se entiende: el mundo se incendia por todas partes bajo las decisiones de una Casa Blanca de mafiosos y plutócratas, las bolsas caen vertiginosamente mientras Trump defiende a Marine Le Pen, y nadie tiene tiempo de preocuparse por el hecho de que Estados Unidos se esté convirtiendo, a la vista de todos, en un estado policial.

Pero así es. Masha Gessen, que tenía 14 años cuando su familia de judíos moscovitas emigró a Estados Unidos, conoció la vida en un país totalitario, y habla de la sensación de triste familiaridad que le han producido las escenas de las últimas semanas: el estudiante Mahmoud Khalil, arrestado -la palabra que usa Gessen es “abducido”, y no hay nada exagerado en ella- por gente que se niega a identificarse; la estudiante Rumeysa Ozturk, interceptada por agentes vestidos de civil y esposada bajo las cámaras callejeras antes de que la veamos desaparecer en un vehículo sin marcas, tal como sabemos los latinoamericanos que ocurría en nuestras dictaduras de los años 70. Los dos arrestos tienen que ver con la campaña de represión que el Gobierno Trump ha disfrazado de lucha contra el antisemitismo en las universidades, y uno sólo puede preguntarse qué autoridad tiene este Gobierno para hablar siquiera de esos asuntos: uno piensa en el saludo nazi que hizo Musk hace unas semanas, por ejemplo, o en el prontuario de antisemitismo real de los más fieles fascistas de este Gobierno: Marjorie Taylor Green, que decía que la causa de los incendios en California era un rayo láser judío, no es la única instancia.

Masha Gessen habla en su artículo del ciudadano alemán, residente legal en Estados Unidos, que fue detenido en el aeropuerto de Boston: lo desnudaron, lo sometieron a duchas frías y se negaron a darle medicamentos necesarios. Habla de la canadiense que al parecer cometió un error relacionado con su visa y acabó detenida 12 días, varios de ellos en una celda sin luz natural, durmiendo en el suelo con una de esas sábanas de aluminio con las que se cubre a los muertos de un accidente. Habla de la científica de Harvard que llegó de Francia y lleva un mes detenida en las instalaciones ya infames de Lousiana: la justificación de las autoridades, al parecer, es que no declaró correctamente unos embriones de rana. Habla de las aplicaciones creadas por compañías privadas para «delegar a los ciudadanos labores de inteligencia que normalmente llevan a cabo” las agencias estatales: es decir, para denunciar lo que quieran, como ha sucedido siempre con los informantes en los estados policiales.

Pero no habla de los otros incidentes que hemos conocido en estos últimos días: a un ciudadano francés, investigador del Centro Nacional de Investigación Científica, se le prohibió la entrada a Estados Unidos cuando los oficiales de inmigración encontraron en su teléfono celular comentarios críticos sobre el gobierno de Trump. A Óscar Arias, expresidente de Costa Rica y Premio Nobel de la Paz, le cancelaron la visa sin justificación ninguna. Arias ha sido un crítico elocuente de las actitudes imperialistas de Trump, y se ha preguntado en público si son sus críticas la razón de la cancelación de su visa.

No ha recibido respuesta.

Sí, eso está pasando en las fronteras norteamericanas: visas canceladas a críticos del Gobierno, celulares requisados para buscar comentarios antitrumpistas, viajeros obligados a desbloquear sus computadores… En estos días han comenzado a circular en los medios de Francia -y no sólo- recomendaciones para quienes viajan: llevar un computador vacío; eliminar de su teléfono las aplicaciones de redes sociales y los chats de Whatsapp.

Sabemos que Marco Rubio ha dado a los consulados norteamericanos la orden de revisar las redes sociales de los estudiantes que piden visa, y sabemos que la justificación es una de las primeras acciones que tomó el Gobierno Trump: con el pretexto de proteger al país de los terroristas extranjeros, Estados Unidos “debe asegurarse de que los extranjeros admitidos” al país “no tengan actitudes hostiles hacia sus ciudadanos, su cultura, su Gobierno, sus instituciones o sus principios fundacionales”. Por supuesto, es inútil recordar que uno de esos principios fundacionales es la libertad de expresión; y que esa libertad de expresión cobija no sólo la crítica, sino incluso la hostilidad; y que eso que la Casa Blanca llama “cultura” se ha distinguido, en la historia de Estados Unidos, por ser crítica y aun hostil contra sus ciudadanos y su Gobierno.

(Y por supuesto que es inútil señalar la ironía –ah, pero son tiempos irónicos- de que el encargado de estas persecuciones sea un descendiente de cubanos que ha hecho carrera condenando la dictadura de la isla: un estado policial que persigue a los que critican al Gobierno, vigila sus comunicaciones y censura sus actitudes.)

Un colega, escritor notable cuyo nombre no puedo escribir por razones evidentes, me confesaba el otro día su resignación: ya no volvería a Estados Unidos. Una de sus amigas más cercanas, escritora también, había descubierto que se encontraba en una lista de gente señalada por sus críticas a Trump; es una mujer mayor y no puede permitirse, me dijo este colega, que un oficial arbitrario la encierre en una celda ni siquiera unas horas. Él también es un hombre mayor; también ha criticado –en medios norteamericanos muy leídos– las políticas de Trump. Y por eso prefiere, como están haciendo muchos en muchas partes, resignarse a no volver a Estados Unidos. No pueden arriesgarse a que salte una alarma en el misterioso e insondable sistema norteamericano y alguien inocente acabe esposado a una silla, o en una celda, o en una cárcel en Louisiana. “Cuando el rango de factores que pueden llevar a un arresto van desde una opinión política hasta un error de papeleo”, escribe Masha Gessen, “estamos en los territorios descritos por ese dicho ruso: ‘Denos a la persona y le encontraremos una infracción.”

En dos meses, Donald Trump y los suyos han desmantelado las libertades que generaciones de inmigrantes han buscado en Estados Unidos. El miedo a las persecuciones arbitrarias hará que muchos se pregunten si vale la pena realmente ir a buscarlas, y en muchos casos la respuesta será negativa. Aquel científico francés del teléfono requisado volvió a su país para denunciar lo sucedido y enseguida lanzó una invitación: a los científicos que, agobiados por la guerra contra la ciencia que Trump y los suyos han declarado, quieran mudarse a Francia. Eso es lo que podemos comenzar a ver en los años que vienen: los lugares de la verdadera libertad –de investigación científica o de expresión política- serán otros. Pero más allá de todo esto, más allá del lamento de quienes tenemos una relación fuerte y frecuente con Estados Unidos, más allá de la frustración que sentimos por estos días quienes nos hemos alimentado de su cultura, habrá que preguntarnos qué pasará en el mundo cuando el lugar que para muchos era el último reducto de ciertas libertades se convierta, fatalmente, en un aparato de vigilancia y persecución.

En otro artículo recordé a Sinclair Lewis, el autor de Eso no puede pasar aquí, y a Philip Roth, que escribió durante los años de Bush esa fantasía distópica que es La conjura contra América. Puede ser el título de los años de Trump, pienso ahora. En todo caso, Lewis se sentiría vindicado: sí, esto sí podía pasar aquí.

 

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