Jean Maninat

Y en el principio fue Benito – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

Mamá yo quiero saber

de dónde son los fascistas…

Anónimo Picolo Veneciano

¿Por qué será que a los líderes autoritarios les atraen tanto los disfraces, los peinados estrafalarios, la quincallería militar, los gestos prepotentes y el verbo hiperbólico? Ese amor irredento de la izquierda irredenta por el verde olivo con botas de paracaidistas, ¿de dónde viene? Y la casaca con bordados de oro del cancerbero de El Salvador, ¿qué concierge de hotel cinco estrellas la habrá inspirado?  Los fraudulentos remedos eco-autóctonos que portaban Evo y Correa, ¿qué sastre de pueblo originario los cosió? Y los tupé del trío de la motosierra eléctrica,¿qué estilista se los batió?  ¿Podrá Anna Wintour ayudarnos a descifrar tales incógnitas, organizando una gala de la Moda Autoritaria en el MET?

Si sus padres lo bautizan Benito Amilcare Andrea, y en la Italia de la primera década del siglo pasado tiene usted que explicar que se llama Benito en honor al prócer de la independencia de México, y además esos mismos progenitores son activos creyentes socialistas (por eso le encasquetan el Amilcare y el Andrea para honrar a dos connotados dirigentes socialistas) se comprende perfectamente que quiera pasar a la historia siendo recordado solamente como Mussolini, Il Duce (El Caudillo).

Antes de querer convertirse en tótem de la Gran Italia y delirar con la creación de un nuevo Imperio italiano, Benito era un profesor de escuela que había hecho sus estudios y despabilado temprano a las ideas del socialismo radical. Militante del Partido Socialista Italiano, llegó a dirigir el periódico Avanti, órgano oficial del partido, mas luego rompió con los beneméritos del “socialismo evangélico” que se oponían a la entrada de Italia en la Gran Guerra. Fue expulsado, y pobre pero con solemnidad, y con un instinto furioso para la noticia política, fundó el periódico Il Popolo d’Italia, recolectó los remanentes del victorioso ejército italiano (sí, Italia estuvo del lado ganador) y junto a lisiados de guerra, asesinos a cuchillo (los temidos Arditi, maestros en degollar al enemigo desprevenido), soldados de a pie y oficiales a caballo, resentidos todos, con una cuenta pendiente que cobrarle a quienes los habían enviado a la guerra y ahora ni siquiera la espalda les daban: la casta. Con ellos, los  defraudados de siempre, formaría los Fasci Italiani di Combattimento, y a punta de patada y cachiporra desplazaría a socialistas y comunistas de las calles y plazas de Italia y se convertiría, luego, simplemente en Mussolini, El Caudillo.

(Aclaratoria. Hace ya cinco años, se publicó en español M. El hijo del siglo (Siruela) del escritor italiano Antonio Scurati, la primera entrega de una biografía de Mussolini que fue un inmenso éxito editorial y ganó el Premio Strega 2019 en Italia. Ya ha sido también traducida a serie de televisión y rueda por allí bajo el mismo título. En nuestra siempre despierta columna recién nos enteramos, leímos la primera entrega y por eso andamos tan inspirados).

Entre esposa, amantes, contendientes y una clase política inerme ante su empuje, sus facinerosos (ahora miles) marcharon sobre Roma, y el rey Víctor Manuel III, agotado, terminó dócilmente entregado e invitó a Mussolini a formar Gobierno. El resto es historia y lo encontramos en History Channel. Il Duce instauró un Estado corporativo de partido único, clamó por el Spazio vitale que necesitaba Italia para respirar, inspirado por la ocupación del poeta D’Annuncio de Fiume, la reclamó junto a

Dalmacia como propios, un derecho histórico según él. Se apropió de parte de Somalia e invadió Corfú en Grecia. (Es curioso, los líderes autoritarios y dictatoriales siempre tienen un reclamo territorial geopolítico, una herida histórica a subsanar, un antiguo derecho a redimir en nombre del pueblo). Se aliaría con Hitler y sellaría así su dramático final. Moriría disfrazado de soldado raso –sin ornamentos ni charreteras- y su cadáver flotaría cabeza abajo pendido de unas cuerdas en una plaza de Milán.

Como todos los autoritarios alucinados, propuso la creación de un hombre nuevo, el hombre integral: Político, económico, religioso, santo y guerrero. Para parirlo había que primero sanear las sociedades. Sus medallas de hojalata vuelven a tintinar hoy en los lugares menos imaginados.

Y en el principio fue Benito… y su guardarropa de utilería.

N.B. Mientras otros se dedican a la construcción del hombre nuevo, por aquí nos dedicaremos a la reconstrucción de un hombro viejo. Nos vemos al regreso y gracias por la lectura.

 

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