Por: Jean Maninat
En medio del deslave de declaraciones, amenazas, medidas ejecutivas, desplantes, rectificaciones y amenazas otra vez del presidente Donald Trump, apareció una noticia discretamente situada en la sección National del New York Times del14/2/2025: el huésped reincidente de la Casa Blanca estaría pensando en pavimentar el famoso Jardín de Rosas que adorna la mansión presidencial, y que ha sido mimado escrupulosamente por las primeras damas que por allí han pasado desde 1913 cuando fue sembrado, pero sobre todo por diligentes y profesionales agentes del Servicio Secreto haciéndose pasar por jardineros para cazar intrusos.
No habría porqué alarmarse, a todos los mandatarios les da por redecorar las mansiones oficiales que habitan circunstancialmente: una foto de las chicas graduándose, una foto de los abuelos paternos abrazados en Navidad antes de divorciarse, Junior atajando una pelota que le puso bombita su entrenador personal y pare usted de contar. Pero aquí el problema es que el ocupante reincidente es un constructor de bodrios arquitectónicos, un visionario de la estética del circuito Las Vegas-Atlantic City que hubiera hecho feliz al máximo inspirador del neomodernismo, Robert Venturi. El modelo que rondaría la cabeza del primer mandatario para la remodelación es… yes adivinó usted: Mar-a-Lago y su patio central.
Guerra avisada sí mata arquitectos, los nazis declararon degenerado el arte moderno y lo persiguieron oficialmente mientras saqueaban colecciones privadas llevándose a casa o escondiendo obras de sus principales exponentes. Cerraron la Bauhaus, (escuela de arquitectura, diseño, artesanía y arte) y mandaron al exilio a su fundador Walter Gropius, y figuras como Marcel Breuer y Ludwig Mies van der Rohe su último director, “padres” del modernismo en arquitectura. Es sabido, los nazis tenían su propio arquitecto, Albert Speer, encargado de realizar escenografías monumentales. ¿Es posible un exabrupto similar hoy en día en nombre de la pureza Magamericana?
Por lo pronto hay un llamado presidencial a recobrar la identidad de los edificios oficiales norteamericanos -en realidad de inspiración neoclásica- un regreso al pasado pomposo que las grandes metrópolis gringas dejaron atrás para dejarle a la humanidad vertiginosos skylines y fabulosos edificios concebidos por arquitectos venidos de todo el planeta a celebrar el genio humano. Basta con ver la película The Brutalist (2024) de Brady Corbet para entenderlo. Ya sabremos en qué desemboca el arranque de reformador arquitectónico del primer mandatario, cuatro años no es mucho para construir nuevas ciudades, pero suficiente para desfigurarlas.
Yo no te prometí un Jardín de Rosas… pero tampoco un Mar-a-Lagos planetario.