Esos son cuentos – Andrés Hoyos

Publicado en: El Espectador

Por: Andrés Hoyos

Yo llevo bastante más de media vida metido entre cuentos. Como la frase del título lo indica, hay algo en el imaginario popular que los subvalora. Algunos países de literaturas muy potentes, en particular Francia y España, no los cultivan, de suerte que el manojo de ejemplos magistrales que se han dado en ambos países surgió contra la corriente, por así decirlo. Diga usted Un cœur simple [Un corazón simple], el retrato inolvidable que Flaubert hace de Felicité, la empleada doméstica de madame Aubain que cuida un loro.

El cuento y la novela son parientes que pelean mucho. Una novela suele ser una larga guerra de posiciones, muchas veces con movimientos veloces, otras lentos y detallados que se prolongan en el tiempo. En un cuento, por el contrario, no hay tiempo para hacer pesados movimientos de tropas, secuencias en que pasa el día y no ha pasado nada. El cuento es un asalto de comando o una batalla, a veces intensísima, que por lo general se resuelve de una buena vez. En él, los objetivos deben aparecer pronto, ojalá desde un flanco sorprendente. También sirven las amenazas que nunca conducen a un verdadero rompimiento de “hostilidades”, mientras que una novela sin “guerra” es casi imposible o requiere el talento imponderable de un Samuel Beckett.

Entre más cuentos lee uno, más se ratifica en que es un género difícil. La mejor definición es la más genérica. Cuento: obra de ficción relativamente breve. Pero resulta ineludible la pregunta: ¿cómo es un buen cuento? Lo primero es hacer virtud de la brevedad. Sin duda conviene tener una buena historia, o inclusive unas buenas historias entrelazables y contrapunteables, como sucede en “Día de mayo” de F. Scott Fitzgerald, pero si la dificultad apenas consistiera en eso, fácil estaría la cosa. Y es que la categoría de género mayor, como se dice, exige más: elegancia en la arquitectura, interés e inevitabilidad en la secuencia de los espacios narrativos, ambición formal, así sea todavía mejor que esta última no se note. En un cuento hay menos elementos a disposición que en una novela, al tiempo que es mayor la necesidad de cohesión. Una manera de ver el asunto sería decir que el cuento es literatura de cámara, en oposición a la novela, que es literatura sinfónica.

El irrepetible cuentista peruano Julio Ramón Ribeyro consideraba al cuento un género menor y sufría mucho con eso. Lástima. Comparaba a sus practicantes con los jugadores de fútbol de tercera división (¡ni siquiera de segunda!) que de tarde en tarde logran hacer una jugada genial o, peor aún, que metieron sus goles de antología en un partido de barriada ante borrachos olvidadizos. Fértil la idea, aunque terrible. Eso sí, el paso de un género al otro puede hacer que el crack trasplantado parezca un jugador de tercera división. Ribeyro, crack del cuento, quería ser novelista, si bien el árbitro de su autocrítica le sacaba la tarjeta roja cada que lo intentaba.

Las teorías sobre el género que esbozaron varios autores –Poe, Cortázar, el propio Ribeyro– han envejecido y, a juzgar por los cuentos que uno lee hoy, los escritores no las aplican o las aplican muy a medias. Cada cual tal vez tenga su propia síntesis de teorías o no tenga ninguna. Igual, se necesita reflexionar sobre el género, pues los buenos cuentos siguen teniendo inmenso valor, así sean pocos. Ensaye, querido lector, lo único que podría perder es el tiempo.

 

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