“Una alta casa de estudios que, se supone, -solo se supone- forma científicos y técnicos y sabios y maestros de todas las especies, y también hijos de la democracia, fue incapaz de llevar a cabo un proceso para la renovación de sus autoridades. La paternidad del fracaso es exclusivamente ucevista, en suma, como será la obligación de subir la empinada cuesta que conduzca a una elección impecable y respetable. Mientras tanto, la sombra gana por goleada”.
Publicado en: La Gran Aldea
Por: Elías Pino Iturrieta
El doloroso espectáculo de las fallidas elecciones en la Universidad Central de Venezuela merece un comentario alejado de las concesiones. Lo que pasó no puede quedar como un accidente, como un hecho fortuito que se superará por el espíritu de una casa que ha tragado peores situaciones y que, por lo tanto, superará el escollo de no poder cumplir un compromiso de consulta anunciado con bombos y platillos. No, por desdicha: el alma mater quedó muy mal parada ante sus miembros, y también ante la sociedad en general.
Todo indicaba la celebración de una jornada gloriosa, el arranque de tiempos dorados después de un lapso de prolongada inercia, o de oscuridad. Todo vaticinaba un despertar cívico contra las agresiones de la dictadura, una alternativa de dignidad después de más de una década de agachar la cabeza. La marejada de votantes que llenó los pasillos de la Ciudad Universitaria desde las primeras horas del día de la convocatoria, el encuentro con viejos y nuevos miembros de la comunidad en los portones de las facultades, los abrazos apretados y el recuerdo de anécdotas de la experiencia vivida en otros tiempos, la algarabía de los estudiantes y la presencia de los empleados y los obreros que debutaban como electores, preludiaban el desarrollo de una manifestación ejemplar de apego a los valores más preciados del claustro y a las obligaciones del afecto. Todavía más: a reconocer que un ejercicio de democracia interna no solo cambiaría el rumbo extraviado de la casa sino que, por añadidura, también podía provocar el entusiasmo de un pueblo agobiado por las penurias materiales y por el desánimo de sus miembros.
Sin ningún tipo de explicación, como se sabe, y después de que los electores llevábamos tiempos de tranquila espera, de colas soportadas sin incomodidad, llegó el anuncio de que se suspendía el proceso electoral por motivos que después se detallarían. ¿Existe peor manera de conducir el gozo al foso?, ¿no estamos ante la forma más grosera de apagar un fuego capaz de acabar con el agobio de una institución sin rumbo, de una comunidad perdida en sus omisiones y en sus complicidades, de arremeter contra la posibilidad de salir de la mediocridad para refundar una historia de dignidad, o de rectificación? El hecho de comprobar que la Universidad que pretendía renacer no era capaz de llevar a cabo unas elecciones para las que tuvo tiempo de prepararse y para la que contó con recursos suficientes, conspiró contra las esperanzas de la abrumadora mayoría de sus miembros y contra la atención de quienes observaban afuera. Una alta casa de estudios que, se supone, -solo se supone- forma científicos y técnicos y sabios y maestros de todas las especies, y también hijos de la democracia, fue incapaz de llevar a cabo un proceso para la renovación de sus autoridades. Vodevil, zarzuela de las malas, culebrón grosero, comiquita gigante y redonda, por desdicha.
El padrón electoral se había transformado por la incorporación de nuevos votantes -los profesores sin escalafón, la masa estudiantil, los empleados, los obreros y los egresados- pero estamos ante una novedad controlable cuando se hacen las cosas con el debido entendimiento de la realidad. Parece necesario recordar que hablamos de una institución que forma especialistas en ciencias duras y en ciencias sociales, que no es bisoña en el manejo de equipos de alta tecnología y que estaba más empeñada que nunca en depositar sus votos, pormenores que aumentan el peso de la censura que merecen las autoridades, los profesores y los funcionarios que convirtieron la fiesta en calamidad, y ante cuya ineptitud los miembros del Consejo Universitario no parecen dispuestos a imponer sanciones, ni a meterse en el trance de una averiguación seria. Por lo menos queda el testimonio de la ira estudiantil frente a los hechos, una conducta digna de encomio ante la estatura de la befa. Porque, mientras tanto y hasta ahora, la mayoría de los miembros de las listas para los equipos rectorales se han pasado de modosos en sus respuestas, y en la legión de los candidatos a decanos ha imperado un silencio sepulcral.
Lo peor del suceso radica en que fue de cosecha propia, es decir, en que nadie ha culpado a la dictadura de estar metida en su realización, o de haber promovido directamente el chasco. La paternidad del fracaso es exclusivamente ucevista, en suma, como será la obligación de subir la empinada cuesta que conduzca a una elección impecable y respetable. Mientras tanto, la sombra gana por goleada.