Todos cojeamos de alguna pata. La perfección humana no existe. Y quienes se creen perfectos, pues tienen la imperfección de la soberbia.
El mayor problema de «la revolución» es que acabó siendo un portentoso fiasco. No es sólo un engaño. Es una novela de pésimo argumento, con crasos errores gramaticales y ortográficos. Eso se intuía desde la sinopsis. Pero algunos creyeron que sería apenas un mal gobierno.
El daño está hecho. A la vista está la destrucción. En todo. Hasta en lo que parecía indestructible: la industria petrolera, que acabó siendo un latrocinio con pestilencia a lupanar de mala muerte.
Pero, los países enferman, se hunden, sufren, mas no fallecen. Ahora no hay de otra que levantarse, limpiarse las heridas, lavar la bandera (la ensuciaron), recuperar lo recuperable y construir lo nuevo con mejores ladrillos.
A hoy hay 14 participantes en las primarias del 22Oct. Algunos son mejores que otros. La decisión de por quién votar compete a cada elector. Debe ser una escogencia educada e inteligente. No la búsqueda de una perfección imposible. Y nada deben pesar en nuestra decisión asuntos fútiles como «es que no me cae bien», cual es un argumento intrascendente y de una frivolidad que no tolera análisis. El hombre o la mujer que gane las primarias habrá de enfrentarse a un hombre o una mujer que no se detendrá ante nada para hacerse de la silla de Miraflores. Pero incluso el poder ganar la elección presidencial no es el único elemento a considerar. La pregunta clave es si ese hombre o esa mujer sabrá conducir la descomunal tarea de sacar a Venezuela del foso. Si podrá convertirse en el pegamento de un país que se nos convirtió en un rompecabezas de piezas rotas.