Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
Son innumerables las dictaduras que hacen elecciones (fraudulentas). Sin ir más lejos tanto Gómez como Pérez Jiménez, nuestros dictadores contemporáneos previos al chavismo, las hicieron. Gómez se dio el gusto no solo de salir electo por elecciones parlamentarias unánimes, hechas por borregos suyos, sino incluso se dio el lujo principesco de mandar omnipotentemente sin ser presidente, títeres mediante. Y Tarugo hizo una elección y un referéndum, ambos los trucó y los “ganó”. Para no hablar de innúmeros países cercanos y lejanos, de ayer, hoy y mañana.
Pero lo que ha hecho la parejita Ortega en Nicaragua no deja de sorprender por su desfachatez. Usted aspira a ser electo, pues va preso o exilado, sin mayores disquisiciones. Lo que les garantiza la presidencia hasta que la muerte los alcance. Sorprenden porque aún las dictaduras más feroces y crueles, y mira que el subcontinente es rico en esa fauna, solían dar algún cínico discursito justificador. Y, superadas hoy las bananeras más toscas, el discursito se ha alargado, mediatizado, hasta adaptado a las técnicas publicitarias y del mercadeo del presente.
¿No ven ustedes el caso de Maduro, que tiene también sus hazañas como la elección de la Constituyente que es un verdadero monumento a la sinrazón democrática? Pero ha jurado durante años y a cada rato y con todos los artilugios que es en la actualidad un presidente salido de elecciones diáfanas e hizo y hace todos los rituales y cursilerías para cubrir las apariencias. Hasta las dictaduras se modernizan, ahora no las llaman bananeras sino populistas.
Claro que la hazaña de los Ortega tiene que tener otros complementos. Plomo grueso y castigos ejemplares que no respetan ninguna jerarquía. Hasta los encumbrados sacerdotes con que se habían acompañado en un largo tramo de sus dilatados mandatos. Y su premio Cervantes y su periodista más destacado y cualquiera que diga pío. Y no sólo muerto, preso o exilado, sino le quitan hasta la nacionalidad. Algo así como la búsqueda de la dictadura perfecta. Por algo acaban de enamorarse y vincularse con Corea del Norte, esa monarquía dizque socialista del siglo XXI. O aplauden los desmanes sangrientos de Putin –nada de firmar condenas, por tibias que sean- así resulten los únicos no firmantes de Europa y América latina en la reunión con la Celac. Y no seguimos porque esto lo sabe todo el mundo, porque a nadie se lo ocultan, se lo gritan.
Nuestra dictadura que, seamos serios, mata y calla y tortura y exila y ha destruido todos los niveles de la vida de los venezolanos (salvo enchufados y ricachones, poquitos, 10, 15% de los conciudadanos) nunca ha llegado a tal universalidad, inmediatez y falta de discurso justificador de los esposos Ortega. Pero sí comienza, ya no pocos lo han observado, a tener alarmantes similitudes en lo que concierne al tan cacareado, aquí y en un buen pedazo de mundo, proceso electoral del año próximo.
Por ejemplo las inhabilitaciones, suerte de enterramiento político, que ya ha afectado a los tres precandidatos con más chance de ganarle a Maduro, en orden de peligrosidad María Corina, Capriles y Superlano. Y da la impresión de que seguirán cayendo en la desigual batalla todo aquel que tenga la mínima posibilidad de superar la menguada popularidad chavista. Es un proceso nicaragüense sin duda. Pero hay más, por allí anunciaron que el Congreso va a decretar –tiene todos los diputados, por otra sutil maniobra electoral- que pierden la nacionalidad todos aquellos que apoyen sanciones y otras cosas parecidas, pecados de lesa patria. Nicaragua otra vez.
Con tales armamentos a nadie le queda duda de que las tales elecciones no tendrán las cualidades democráticas mínimas. Y que pareciera que vistas las circunstancias –María Corina o el salario mínimo y la recesión económica- el gobierno no tiene otras armas para seguir gobernando. A lo mejor hasta a las primarias las aplasta.
Y, valga la hipótesis, un gobierno con tantos pecados y tan mala estampa adentro y afuera de la nación, no se puede permitir la posibilidad de pasarla muy mal, muy incómodamente, si abandona el poder, sin el general Padrino y los enmascarados cubanos protegiéndolos.