“Pese a su trabajo de destrucción de los principios republicanos y de los hábitos democráticos, el chavismo no ha logrado hacer tabla rasa. Aunque no sobran, los testimonios de un pasado digno de recuperación permanecen todavía. Pese a que los protagonistas esenciales de ese pasado ya no existen, queda algo de su prole. Pero lo que más importa de veras: cualquiera de esos precandidatos de nuestra oposición que hoy compiten en la Primaria es mejor que Nicolás Maduro”.
Publicado en: La Gran Aldea
Por: Elías Pino Iturrieta
Para calcular la calidad de las figuras de la oposición que compiten en la Primaria, basta con echar un vistazo a los nominados de otros países que han levantado pasiones y han descompuesto el panorama político hasta extremos que jamás se habían visto, o que parecían superados por la marcha de la civilización. En cualquier comparación salen ganando los nuestros, o no quedan desairados, lo cual demuestra cómo hemos mantenido ciertos preceptos de dignidad cívica, o por lo menos de compostura, que permiten mirar con relativa tranquilidad el porvenir. No todo está perdido en la República que marcha hacia el borde de su abismo, si una ligera observación de contornos extranjeros nos ayuda a sentirnos tranquilos en el caso de que alguno de esos opositores supere el primer escollo en su camino.
La mayor posibilidad de un cotejo tranquilizador se reduce a detenernos en las poses del candidato que parece llamado a ganarse el favor de los electores argentinos. ¿Se había topado antes, en el Río de la Plata, con un sujeto tan desastroso y anómalo, tan disparatado e impredecible? No es una pregunta con respuesta sencilla en un país que se postró ante Isabelita Perón y ante su corte de santeros mediocres y tramposos; o que todavía le reza a Santa Evita; o que permite que la señora Kirchner aún reine en las alturas con miles de seguidores. Pero hete aquí que, pese al declive, pese al bochornoso desfile de figuras públicas que han defraudado a los votantes y han esquilmado al erario, ha aparecido un protagonista capaz de superarlos con creces en un pavoroso sendero de frustraciones. Javier Milei, un sujeto que hace campaña blandiendo una motosierra como emblema de destrucción, que se disfraza de superhéroe ante multitudes enfebrecidas y que se comunica con el espíritu de un perro que se le murió, y que era su compañero de vida, es el favorito de los votantes y, seguramente, pronto reinará con sus dislates en la Casa Rosada. Imposible un testimonio más elocuente de decadencia racional y política.
Aunque eso de imposible es solo un decir, un auxilio retórico, pero jamás la referencia a un caso insólito. El fervor que despierta Donald Trump entre los electores republicanos de los Estados Unidos demuestra que lo de los argentinos no es un hecho aislado y singular. Al contrario, tal vez sea descendiente de los lodos dejados en el país del norte por el anterior habitante de la oficina oval, un mentiroso sin límites y un pillo sin fronteras que no solo se aprovecha de la credulidad de las masas menos ilustradas de su país -o de otros países como Venezuela, en los que tiene muchedumbres de simpatizantes-, sino que también se da el lujo de quebrantar la instituciones de la democracia más respetada del mundo occidental porque lo dictan su ambición y su mínima ilustración, en las cuales se apoya para seguir en el candelero con posibilidades evidentes de victoria. También se puede ahora citar el ejemplo de Jair Bolsonaro, para no irnos hacia vecindarios lejanos, un paradigma de mediocridad y de tentación autoritaria del que se han librado los amigos brasileños porque la historia de sus organizaciones partidistas tenía cómo responder. Pero costó librarse de su adocenamiento, de su descarada medianía, aunque se corre el riesgo de que encuentre sucesión en la tribu de sus hijos.
Con los botones que se han mostrado basta para mirar con ojos apacibles, o menos rigurosos, a los candidatos de nuestra oposición que hoy compiten en la Primaria. Quizá sea exagerado meterlos en un cuadro de honor a través de cuya muestra refuljan del todo sus virtudes, porque realmente no les sobran; o en una nómina de imposible superación, porque no se trata de saltar una barrera olímpica, pero cualquiera es mejor que los lamentables sujetos que acabamos de mentar. Pese a su trabajo de destrucción de los principios republicanos y de los hábitos democráticos, el chavismo no ha logrado hacer tabla rasa. Aunque no sobran, los testimonios de un pasado digno de recuperación permanecen todavía. Pese a que los protagonistas esenciales de ese pasado ya no existen, queda algo de su prole. Pese a que no dejan de distinguirse por las limitaciones personales, más abundantes y expresivas que las cualidades, ninguno de los precandidatos llega a los extremos de expresión rudimentaria de ese tal Milei, ni del resto de los que se han aludido como evidencias de un decaimiento social y político que clama al cielo.
Pero falta lo más importante del argumento, lo que más importa de veras: cualquiera de esos precandidatos es mejor que Nicolás Maduro. Miren como quieran, respetados lectores, busquen a su antojo, cualidad por cualidad, defecto por defecto, obra por obra, palabra por palabra, discurso por discurso, antecedente por antecedente, para regocijarse de los nuestros sin posibilidad de duda. La pelea no está perdida, sino todo lo contrario, por lo tanto.
Un comentario
Yo pienso que con el candidato liberal argentino, Milei, exagera. Dudo mucho que sea esa persona, casi desquiciada, que usted cita. Su proyecto liberal no es de fácil aplicación, por tanto dudo que de entrada lo pueda llevar a cabo, peto si logra reconstruir el tamaño del Estado a la baja, y contener la corrupción, y recuperar la economía abierta y libre, será un gran paso para Argentina.