Fabricar mitos es peligroso

Por:  Sergio Dahbar

Si acaso los acontecimientos históricos marcan a generaciones por años, la primera semana de marzo de 2013 será inolvidable para muchos venezolanos. No lo digo sólo porque falleció uno de los líderes populistas más controvertidos de la historia. Me refiero también a signos trascendentes que aparecieron en la realidad en esos días aciagos.

La lenta preparación del ritual de la gravedad del lider enfermo, con su cadencia de comunicaciones enigmáticas y fervorosas. La  desbordada cursilería del régimen, que no desaprovechó una sola cámara de televisión para expresar el hondo pesar que lo embarga. La hemorragia de obituarios sin contensión. La despedida masiva en las calles convertida en campaña electoral abusiva y descarada.

Y esa perla, las declaraciones del ministro de la Defensa, Diego Molero Bellavia, donde invitó a la Fuerza Armada Nacional a trabajar en materia política por la candidatura del vicepresidente Nicolás Maduro. Quedará para la historia como un síntoma.

En medio de tantas señales alarmantes, la acusación que deslizó el vicepresidente Nicolás Maduro el pasado 5 de marzo, cerca del mediodía, sugiriendo que el presidente Hugo Chávez Frias habría sido inoculado con el cáncer que estaba a punto de quitarle la vida, era quizás lo más temerario del menú chavista para la ocasión.

Al oirlo sentí cierto escalofrío, similar al que percibí al leer a la periodista candiense Heather Pringle, estudiosa de la arqueología fantástica que soportó los desmanes raciales del régimen nazi.

Pringle escribió el libro El plan maestro (Debate, 2007), sobre el papel de la Ahnenerbe (que quiere decir herencia ancestral) en las cifras más tenebrosas del holocausto.

Por un lado, funcionarios de la Ahnenerbe desenterraron nuevas evidencias de las hazañas y los logros de los ancestros de Alemania. Y por otro, fabricaron mitos. Para lograrlo, distorsionaron la verdad y produjeron falsas evidencias que respaldaban las ideas raciales de Hitler.

Esta institución, creada por Heinrich Himmler, reunió a célebres científicos y antropólogos que pusieron al servicio del exterminio judío sus investigaciones sobre la raza sagrada. Encontrar a los auténticos arios y suprimir de la faz de la tierra a todas las demás razas se convirtió en una obsesión sin desvelo.

En este libro, de lectura recomendada, Pringle describe un discurso de Himmler en Bad Tolz. Inflamado de un mesianismo histérico, uno de los hombres claves de Hitler convierte una especulación arqueológica en un hecho probado, con consecuencias espantosas.

¿Cuál era la especulación? Que miembros de una tribu germana milenaria exterminaba a los homosexuales porque eran anormales que contagiaban a los puros. “A los homosexuales los arrojaban a los pantanos’’, gritó en 1937 ante su audiencia de SS en Bad Tolz.

Himmler “había disfrazado el brutal objetivo de los nazis del asesinato en masa como una venerable tradición del pueblo alemán, merecedora de emulación en los tiempos modernos. En manos de Himmler, el pasado se convirtió en arma letal contra los contemporáneos’’. Con el apoyo de la ciencia.

He tratado de entender cuáles son los soportes científicos que apuntalan las acusaciones del vicepresidente Nicolás Maduro, y que además ha secundado una abogada estadounidense afecta al régimen que suele ver fantasmas en todas partes, menos en el espejo (Llorens, dixit).

Alan Furst señaló “lo frágil que se mostraba la realidad cuando uno empezaba a retorcerla’’. No hay sola explicación válida, razonable, juiciosa. Solo el ánimo espeluznante de convertir el odio hacia la oposición en un argumento que justifique en algún momento un acto de horror.

Pringle se pregunta con cierto espanto qué pensamientos pueden haber pasado por la cabeza del científico Hirt la primera vez que vio matar a prisioneros judíos para obtener un esqueleto y estudiarlo. “¿Eran conscientes de que se precipitaban hacia un abismo moral?’’. Cómo saberlo.

Ciertas personas renuncian voluntariamente a su humanidad y cruzan una frontera hacia la barbarie, piensa Pringle. Entender qué les pasa por la cabeza en ese momento es un enigma sin solución hasta la fecha. Lastimosamente, el 5 de marzo pasado, cerca del mediodía, sentí una alarma que espero sea tan falsa como la idea infantil de que uno puede contagiar de cáncer a otra persona. Si me equivoco, que Dios nos agarre confesados.

 

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Un comentario

  1. Hola César Miguel, excelente editorial. En el párrafo 2 hay una palabra extraña «contensión». ¿Habrán querido decir «contención»?
    Un abrazo

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