Elmer Szabó huyó de la guerra para convertirse en detective privado. Sergio Dahbar narra en estas líneas uno de sus casos más famosos.
Publicado en: Editorial Dahbar
Por: Sergio Dahbar
Elmer Szabó escondía su sensibilidad de poeta maldito bajo un paltó arruinado, una barba terrorista, y unos ojos tan inquisidores como la leyenda de su pasado policial durante los años sesenta. Escritor, abogado, criminólogo y caminante solitario, este detective privado fue enterrado el 19 de agosto de 2001. Se fue sin despedirse, como si hubiera intuido que ya era hora de desaparecer.
Murió triste, solitario y final. Como si hubiera querido arreglar sus cuentas con el destino sin testigos. Lo encontraron abrazado a una cama, varios días después de que su corazón se hiciera pedazos. Sólo la familia pudo despedirlo el día que lo enterraron. Como detective privado, Elmer Szabó escogió una muerte policial y enigmática, que dejó una sombra de preguntas sin solución aparente. Así suelen desvanecerse las leyendas.
Yo intentaba localizar a Elmer Szabó antes de enterarme de su muerte. Deseaba proponerle una entrevista para reconstruir su caso policial más brillante: la captura del estafador profesional Michel Pascal Tellier, tras una cacería en el sudeste asiático. Yo deseaba reconstruir esa trama y necesitaba la fuente original del protagonista de aquella hazaña. Szabó me la había referido a grandes rasgos en 1981, cuando lo visité en el edificio Mauricio, al lado del Banco Central de Venezuela.
Tenía una oficina, que había compartido con Juan Martín Echevarría, su compinche. Había papeles por todas partes y archivadores. Hacía tiempo que no la ordenaban. Detrás de un escritorio, con montañas de libros a punto de venirse abajo, resaltaba la sonrisa de este húngaro tropicalizado. Había estudiado criminología en París y sus pasos dejaban en el ambiente la aureola de policía implacable en los años de la insurgencia guerrillera.
En aquel encuentro de 1981 Elmer Szabó me relató una historia que hubiera podido desarrollarse en una novela. Michel Pascal Tellier era un personaje fascinante. Hablaba varios idiomas, no había concluido sexto grado, poseía un carisma nato y una inteligencia peligrosa como el cuchillo de un fanático. Con documentos falsos logró ascender en el año 1965 al cargo de administrador en el departamento internacional del Banco República. Nunca había tenido en sus manos el libro de claves del banco, pero poseía una memoria endemoniada para los números.
Todos los días pasaban por sus ojos cables cifrados con transferencias. Tellier memorizaba de 15 a 20 cables diarios. En un mes reconstruyó el libro de claves de esa institución financiera. Escogió un viernes de carnaval para enviar tres cables, tomando en cuenta que lunes y martes siguientes no eran días hábiles en Venezuela. En Nueva York, Ginebra y Niza, puntos en el mapa a donde fueron enviadas las transferencias, nunca dejaban de trabajar. Estos bancos intentaron verificar las cifras, pero no fue posible. La estafa se llevó a cabo. Habían desaparecido 350.000 dólares del año 1965. Tellier le dijo a un amigo que le impresionaba lo fácil que era robarle a un venezolano.
Gato caza ratón
Elmer Szabó se sentó a pensar el caso. Imaginó que este francés ya había cometido otros delitos fuera de Venezuela. De acuerdo con los archivos de Interpol, tenía orden de captura en Estados Unidos, Canadá, Europa y México. Para colmo viajaba con su esposa, que estaba embarazada. Szabó dibujó un mapa de 20 países donde podía esconderse Tellier. El detective venezolano realizó llamadas telefónicas a investigadores locales del sudeste asiático, solicitando información del sujeto.
En una semana comenzaron a llegar noticias. Tokio: “Había pasado por allí”. Hong Kong: “Llegó, se hospedó en un apartamento tres semanas y luego partió”. Manila: “Llegó en un vuelo, pero no sabemos si salió. Averiados los controles de salida”. En ese momento Elmer Szabó decidió partir hacia Filipinas, en compañía de su fiel traductor, Gabriel Zamora.
Descendieron sobre el trópico asiático en una mañana despejada. Después de ducharse y recuperar energías, Szabó y Zamora salieron a cazar a Michel Pascal Tellier. Encontraron el hotel donde se había hospedado con su familia días atrás. Pero nadie conocía su paradero. Szabó y Zamora marcaron las manzanas que rodeaban el hotel en el mapa de la ciudad y localizaron cada una de las agencias de viaje. Tardaron cinco días, pero dieron con una pista: compraron boletos para Bangkok, Tailandia.
El método Gregg
Las autoridades tailandesas los atraparon de inmediato y al descubrir sus pasaportes falsos, los expulsaron hacia Filipinas. De allí los enviaron a Estados Unidos, para trasladarlos más tarde a Venezuela. La detención ocurrió en el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, donde Elmer Szabó conoció la satisfacción de reír de último. En los diferentes trayectos que compartieron el detective privado y el estafador francés, en numerosos aviones, tuvieron tiempo para conversar. Allí se enteró el francés de que su esposa embarazada podía ir a parar a la cárcel. Y aceptó la negociación propuesta por Szabó: si devolvía el dinero robado a Venezuela, ella quedaría en libertad.
Michel Pascal Tellier creyó que sorprendería a su adversario venezolano con la revelación de los bancos a donde había transferido 350.000 dólares. Pero el sabueso de Santa Capilla ya se encontraba de vuelta: antes de que el francés abriera la boca, Szabó le entregó una carpeta con tres autorizaciones, dirigidas a los bancos de Nueva York, Ginebra y Niza, con sus respectivos números de cuentas, para que las firmara. ¿Cómo había obtenido esa información? En su huida por Hong Kong, Pascal Tellier alquiló un apartamento por tres semanas. Los investigadores que registraron el inmueble encontraron pocas huellas, apenas una carta destrozada dentro de una papelera. Szabó rescató esos rastros.
Volvió a reconstruir la carta, repleta de signos incomprensibles. Durante varias noches el investigador privado no pudo dormir. Hasta que por fin descifró la carta con el método Gregg: allí estaban las cifras, las cuentas, los bancos y las direcciones, donde se encontraba el dinero robado. Antes de aterrizar en Maiquetía, el botín había regresado a las arcas del Banco República. En ese momento, sentado a su lado, Szabó disfrutó la venganza como un plato frío. Se dio vuelta y le dijo al truhan francés que si se había dado cuenta que no era tan fácil robarle a un venezolano.