Jean Maninat

El Plan B soy yo… – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

Dicen que  alguna vez Groucho Marx dijo algo así: Estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros, en aparente mofa a la flexibilidad moral o a la inflexibilidad moral, escoja cada quien su interpretación al gusto. En todo caso, la ocurrencia vendría a resaltar lo pertinente de tener otra opción de recambio a la hora de enfrentar una disyuntiva: la situación dibujada por tantos caricaturistas que muestra a un viajero perplejo al pie de un poste con una señal mostrando dos flechas, cada una indicando un camino opuesto.

Si, por azar, la caricatura cobra vida en forma de videojuego, exclamaremos noooo, síííí, uffff cuando el personaje electrónicamente animado tome la decisión de asumir una ruta y la emprenda valientemente sin importar los fosos, dragones, enemigos lanzando rayos, o rocas despeñadas a los que tenga que enfrentarse. Es más, la puede emprender mil veces por el mismo camino, poco importa, es una caricatura convertida en espejismo teledirigido. El juego comienza una y otra vez con tan solo pulsar una tecla… al fin y al cabo es eso: un juego.

Pero en la chabacana y testaruda realidad, nada más expuesto al fracaso que confiar en la repetición de frases, de cánticos, de esponjados gestos de desafío, de emprender testarudamente la misma ruta bajo la presunción de que -al final- todos los caminos conducen a MÍ. El error de juicio se pretende  convertir en claridad, a pesar de los indicios acumulados que indican que por allí no hay salida. En la repetición del yerro está la virtud, en su prolongación su fuerza, quien lo encarne, merece obediencia, reza el nuevo credo.

(Así se da la entrega de la libertad individual de juzgar, de sopesar. Allí comienza el culto a la personalidad -¿o más bien la devoción?- que corrompe la libertad de juicio e instala una relación mágica con la persona elegida por la necesidad y no por la factibilidad de sus posibilidades).

Incluso los descreídos de antes sucumben al encanto de la percusión: habrá que convenir en su gran tenacidad, siempre ha mantenido su posición, manifiestan ahora los que ayer repetían entusiastas: no cambiar es de idiotas, como decía el catire. Frente al desengaño y el abatimiento, es mejor lo que se tiene a lo que se podría tener: nada puede ser peor que lo que tenemos repiten los corderos en su calvario. Una vez más el esfuerzo colectivo se cede ante un liderazgo personal, visionario, sostenido sobre un supuesto mandato otorgado por el “pueblo”, en estricta comunión con las fórmulas populistas que se pretenden combatir. ¿Recuerdan al galáctico? El inmenso apoyo popular que tuvo. El pueblo que lo hizo suyo…

Pretender llevar nariceada una eventual participación electoral según las vicisitudes (arbitrarias o no) de un candidato no es una política electoral, es una determinación política parcial que pretende sustituir el empeño electoral de todos por el tesón y la voluntad de una sola persona. Es una pulsión recurrente en la política, ni de derecha ni de izquierda, es complejamente humana y está suficientemente estudiada. No hay excusas para entregarse de bruces, sin alternativas consensuadas y a la mano.

La consigna es antigua: el Plan B soy yo.

 

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