Publicado en: El Nacional
Por: José Rafael Herrera
La expresión que justifica el encabezado de las presentes líneas contó, durante mucho tiempo, con gran resonancia en la Venezuela que precedió al ricorso gansteril. Fue gracias a la riqueza material y espiritual, con la que entonces contaba, que su ciudadanía supo configurar un considerable background cultural, sustentado sobre la base de las ideas y valores propios de la formación histórico-social occidental, de la cual, en un determinado momento, se supo con plena consciencia legítima heredera. Y de hecho lo fue, hasta hace, apenas, un cuarto de siglo. Por fortuna, los tiempos cronológicos no coinciden necesariamente con los tiempos históricos. Y cabe advertir que lo que desde las esferas del poder se pretende decretar no por ello termina por cumplirse: “se acata, pero no se cumple”, como reza el adagio colonial. La astucia del venezolano sigue siendo una de sus mayores virtudes. Las grandes rebeliones contra los déspotas comienzan con un parpadeo, un guiño, sotto voce y debajo de la tierra, muy adentro, muy profundo, allá, en las catacumbas desde donde el in crescente movimiento de los cada vez más numerosos latidos de los corazones termina haciendo estremecer la tierra, tal como si se levantaran los muertos. Por cierto, del mismo modo como suele hacerlo el viejo topo de la historia, que va labrando el presente mientras construye el porvenir. Dice Vico que Patria quiere decir “la tierra donde reposan los sagrados restos, las cenizas de nuestros padres”. Y así como “la sangre llama” conviene saber que la tierra no es, por cierto, una excepción, sino su necesario complemento.
En todo caso, y a los efectos del recuerdo de lo que va quedando del esplendor material y espiritual del país, la palabra Ichtus –o pez en griego- es, además, la abreviatura de una antigua expresión: Iesous Khristos Theou Yios Soter -Jesús Cristo, hijo de Dios Salvador. Una expresión que albergaba la fe en el triunfo de la verdad y de lo que Hegel ha llamado “la religión de la libertad”. Y, en este sentido, comporta el símbolo de la rebelión contra la mentira y la opresión. Ichtus nació, pues, como un anhelo, y más concretamente, como el deseo de un puñado de los aborrecidos seguidores del hijo de un carpintero crucificado que, para poder triunfar sobre el despotismo imperial, necesitaban crecer, multiplicarse y expandirse. Solo así, creando una inmensa red de convencidos seguidores -justamente, de pescadores de almas-, podrían enfrentarse contra aquel poderoso imperio, una auténtica máquina de represión y violencia que, por aquellos tiempos, gobernaba por completo al mundo. Por esa misma razón, Ichtus -el pez- fue utilizado por aquellos primeros cristianos, clandestinos y perseguidos por el Imperio romano, para identificarse entre sí. Era la forma de reconocerse e identificarse en una cultura que les resultaba hostil y amenazante. Y sin embargo, con el tiempo, aquella figura del pez se transformaría en el poderoso símbolo del poder cristiano sobre la tierra entera.
Al principio, el poder imperial consideró a los cristianos como una secta minoritaria de fanáticos sin la menor importancia. Pero poco después, cuando los cristianos se rebelaron y tomaron las calles de Roma, el emperador Claudio los obligó a migrar en masa y sus dirigentes quedaron inhabilitados por el Imperio. No fueron pocos los mártires en aquella difícil lucha desigual y cruel por parte del poderoso régimen de aquellos despiadados césares. Pedro y Pablo, discípulos directos de Jesús de Nazareth, se encuentran entre las primeras víctimas de quienes, en nombre del pueblo romano, cometieron los peores crímenes, transformando las glorias de Occidente en un infierno de felonías. Más tarde, Nerón hizo que Roma ardiera durante nueve días consecutivos para inculpar a los cristianos del incendio. De inmediato desató la furia contra ellos, mandando quemarlos vivos con brea derretida o arrojarlos a las fieras. Muerto el cruel Nerón, Domiciano decretó la expropiación de los bienes de los cristianos y los condenó al exilio. Fueron acusados de todas las calamidades públicas. Tertuliano resume magistralmente el caso: “Si el Tíber se sale del cauce, si el Nilo no riega los campos, si las nubes dejan de llover, si hay temblores, si hay hambre o tempestades, el Imperio grita siempre: Echad los cristianos a los leones”. Y con todo, el movimiento cristiano crecía cada vez con mayor fuerza y su red se iba haciendo más extensa, al punto de que el imperio comenzó a sentirse asediado por todas partes. Las complicaciones políticas aumentaban en el propio seno del régimen y comenzaron a hacerse frecuentes las sucesiones imperiales, tratando de encontrar salidas viables a la crisis, hasta que, finalmente, el emperador Constantino hizo publicar un edicto de tolerancia a favor de una fe que había devenido en la fe. El movimiento cristiano había vencido al poderoso imperio romano, y no solo en el ámbito religioso propiamente dicho, sino, además, en el núcleo mismo de la vida política.
Valga la lectio brevis de factura histórico-crítica como ejemplo del significado de la infinita potencia de la voluntad humana, cuando las ideas son reconocidas en su realidad de verdad. Gramsci supo comprender, con admirable e inusual autoconsciencia crítica e histórica, que en Occidente, a diferencia de Oriente donde el despotismo es tan antiguo como su propia cultura -o, más bien, es el fulcro medular alrededor del cual tuvo que desarrollar su cultura-, la construcción de una nueva sociedad, de un nuevo bloque histórico hegemónico, solo puede producirse como el resultado de la paciente conformación de un gran consenso que es, además, la garantía del nacimiento de una floreciente nueva cultura. Tal vez, una metáfora permita explicitar la diferencia: mientras que en Oriente los tiranos fabrican una red para atrapar a los peces, en Occidente -hasta nuevo aviso- son los peces los que, con serena calma, tejen la red para entrampar a los tiranos. El problema no es, en consecuencia, un ejercicio de las formas sino una cuestión de los contenidos. Y ciertamente, a través de la coerción política, es decir, del uso y abuso del corpus institucional, político, jurídico y militar, es posible -”por las buenas o por las malas”- imponer la voluntad del cartel, recurriendo al chantaje, a la sentencia tribunalicia o la fuerza bruta. Pero la verticalidad inherente a los deseos de los déspotas y de sus sátrapas, a objeto de preservar el poder a toda costa, termina por revertirse. Y mientras más insistan en hacerlo, regocijados en su poder de fuego sobre los oprimidos, más perderán de vista al paciente Ichtus que va tejiendo las redes dentro de las cuales, tarde o temprano, caerán. Las tiranías siempre terminan apresadas en las redes ciudadanas.