Por: Jean Maninat
¿Quién es Claudia Sheinbaum? Bien podría ser el título de una novela de suspense, o de un famoso thriller repescado en Netflix del cual todo el mundo habla, o una obra de teatro inglés con la deidad Judi Dench adueñada de las tablas. El nombre en sí mismo se las trae, la portadora, por sí misma, también. Es la pregunta que se hace mucha gente luego de su aplastante triunfo en las elecciones federales del pasado 2 de junio, en México.
Los monopensantes ya tenían la respuesta desde el mero momento en que ganó la interna de su partido para ser candidata presidencial: es una redomada criptocomunista, una roja robachicos para entregarlos al Estado, es Fidel Castro en faldas y para colmo mujer, judía y cultivada. Para los binariopensantes sería un engendro más en la larga sucesión de líderes populistas de izquierda que han llevado a la región iberoamericana de mal en peor. Una estatista más, con la varita expropiadora en la mano. Para los unos y los otros, los tuyos y los míos, sería un sigüí de López Obrador, el saliente. Está por verse.
La tradición de lo que Enrique Krauze llamó la presidencia imperial ha sido férrea en acotar a los expresidentes mexicanos a sus ranchos y fundaciones una vez finalizado su mandato. Ni expresidentes cosmopolitas y sofisticados como Carlos Salinas de Gortari o rudos y folklóricos como Vicente Fox lograron burlar la ley no escrita del: mi rey, calladito te ves más bonito. Por lo demás, el parricidio político ha sido una constante en los últimos tiempos en Latinoamérica: Santos y Uribe en Colombia, Moreno y Correa en Ecuador, Arce y Morales en Bolivia. Ojo, los esquinados también han sido fundadores, padres de los movimientos políticos cuya jefatura luego les fue arrebatada. Allí siguen, pataleando su reconcomio y sacudiéndose la paternidad del primogénito mal agradecido. ¿Por qué con López Obrador habría de ser diferente?
El Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) es una congregación de tribus políticas, intereses, sensibilidades à la mode y jerga populista cuyo líder entra en el nadir de su carrera política ya sin el inmenso poder que otorga el Ejecutivo en México. El contraste entre el Huei Tatloani y la suma sacerdotisa ha venido vertiéndose en la luz pública sin querer queriendo, es ya famoso el lapsus freudiano de Sheinbaum de que López Obrador llegó a la presidencia por ambición personal y ella llegaría para hacer justicia.
Ganó Claudia Sheinbaum, y los mercados y el peso reaccionaron con alarma, rezan los titulares del día después. Lo que asusta -con toda razón- es la dimensión del triunfo de Morena y la lamentable performance de la oposición y la candidata de humo que la representó. La democracia mexicana quedó sin contrapeso real, una vez más a la merced de un solo partido, un movimiento que es un amasijo de intereses, de rivalidades y querellas que solo López Obrador había logrado contener, hasta ahora. Precisamente, ese es el animal que tendrá que dominar la presidenta electa si quiere perfilar su mandato.
La Reforma Judicial, la gran bandera diferida que López Obrador no pudo concretar, adquiere un segundo soplo de vida gracias a la mayoría calificada que logró Morena en el nuevo Congreso y que podría ser discutida a partir de septiembre, cuando se instale. Es el primer gran tanteo entre ambos, y por lo pronto la presidenta electa la chutó hacia adelante pidiendo llevarla primero a una consulta al pueblo (¿quién podría negarse?) la mejor manera de demorar cualquier mandado político molesto. Quizás sea este el párrafo inicial de, Yo, Claudia.