No será un domingo cualquiera. Sí, estamos hartos. Luego de 25 años de esta guerra (sí, ha sido una guerra), estamos hastiados, hasta el remoño. Han sido cinco lustros de desgaste, de desmoronamiento, de estupidez.
El 28 de julio de 2024 elegimos. Pero, ¿qué elegimos? A ver, Venezuela no está en una encrucijada. No es escoger entre un camino u otro. Estamos frente a la oportunidad de no caer en un pozo del que no podríamos salir.
No se trata de una senda económica u otra. De hecho, cualquiera que sea el ganador el plan económico a instrumentar sería el mismo. Porque ya llegamos el punto en que uno u otro tendrán que hacer lo mismo, seguir el único plan que existe y que, por cierto, no lo va a decidir el gobierno.
Apasionamientos, no hay. Ninguno de los dos alborota las emociones. En honor a la verdad, la gente está más en contra que a favor. Pero a pesar de ello hay argumentos que debemos sopesar. Porque no es cuestión de tomarse el asunto a la ligera.
Si algo sabemos hoy es que la democracia no es una yegua fácil de domar. Es exigente y nos pone siempre en situación de tener que tomar partido. Nos llama a ser ciudadanos en ejercicio de deberes y derechos. Tenemos el deber de ir a votar el próximo 28 de julio. Y tenemos el derecho que el voto de cada venezolano sea respetado. Un verdadero demócrata no se roba votos. Porque eso lo denigra. Un ciudadano verdaderamente democrático acepta el resultado y entiende que la democracia es el gobierno de las mayorías con absoluto respeto a las minorías. Robarse votos no sólo es un delito mayúsculo; es convertirse en un salvaje.
Si el candidato opositor gana, espero de él que respete la constitución y las leyes. Y también espero que respete e incluya a todos aquellos que no hayan votado por él. Si gana será el presidente de todos los venezolanos. Entenderlo es crucial para la recuperación.