Adiós a todo eso – Irene Vallejo

Publicado en: Milenio

Por: Irene Vallejo

En muchas épocas ha existido la sensación de decadencia, de pérdida de esplendor. Cicerón se lamentaba de la confusión y la caída moral que percibía en la antigua Roma republicana. San Agustín escribió, cuando ya se intuía el fin del Imperio, que el mundo estaba envejeciendo, pues pensaba que todo se venía abajo. Miraba a su alrededor y creía ver entre sus contemporáneos falta de fuerza, de creatividad y de vida en un lapso de mera espera del final.

Casi cada generación ha conocido guerras o dictaduras o catástrofes naturales o desplomes económicos. Hemos superado muchas otras crisis. El recuerdo de tiempos mejores no debería llevarnos al repliegue o al ensimismamiento justo cuando hace falta luchar, como enseña la antigua leyenda de Orfeo. El mismo día de su boda con Eurídice, Orfeo la vio morir por el mordisco de una serpiente. Desconsolado, se adentró en el reino de los muertos y con los maravillosos acentos de su música sedujo a los dioses del submundo, que le prometieron devolverle a su mujer, pero con una condición: no podía volverse a mirarla ni tampoco hablarle hasta salir de los infiernos. Comenzó el ascenso por un camino escarpado, envuelto en niebla y en silencio. Ya se vislumbraba la luz del sol cuando a Orfeo le pudo la angustia: ¿de verdad le seguía Eurídice? Y giró la cabeza para poder verla. Entonces el suelo se abrió y ella cayó hacia abajo, engullida por el vacío, perdida por segunda vez y para siempre. En realidad el regalo de los dioses para Orfeo era su consejo: no mires atrás. De espaldas no se puede hacer frente a la realidad.

 

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