Por: Carlos Raúl Hernández
En algún rincón del Infierno, Dante menciona un letrero que dice «aquí yace el rencor eterno». Cuando las Erinias, que representan el odio, quisieron agredirlo en su descenso a los predios infernales, se escondió detrás de su tutor, Virgilio, la Poesía. Frente a ella, eran impotentes. Rugían, espantaban pero no podían lograr su objetivo de apagar la llama de la esperanza, el amor y el bien. Luego alcanzará el cielo con Beatrice. Los animales inferiores no odian. Disputan violentamente por territorialidad. El espacio, el alimento y las hembras, pero sus estallidos son efímeros. En eso somos inferiores a ellos. Y en que, como decía Borges, no tenían conciencia de la muerte.
No existe rencor en las bestias. El homo sapiens es diferente y la civilización convirtió los instintos en sentimientos y pasiones estables. El odio y su opuesto, el amor. El orden civilizado los mantiene a raya y los individuos no los desencadenan fácilmente por miedo al castigo. La sentencia del hombre moderno es detestar en voz baja o hacer daño a otros de manera encubierta, por medios lícitos, invulnerables ante la ley, e incluso con la ley misma.
El odio de Yago por Otelo es frío, sinuoso, lo atormenta. Quiere destruir a su jefe cuanto antes, pero su enorme inteligencia y la dureza de las leyes venecianas lo hacen esperar, actuar en pequeños pasos hasta su meta. Es civilización pura, odio inteligente, genial. El marxismo y los suprematismos raciales, el antijudaísmo germánico, le dan al odio una estructura filosófica, como la lucha de clases, o de razas, pero con el fin de volver a la barbarie. El marxismo es la teoría política de la envidia. Su destrucción no es como la de Yago, sino que arrasa las murallas civilizacionales, la bestialidad vuelve a enseñorearse y regresa la confrontación brutal, el uso de la fuerza entre hombres, los antecedentes más sórdidos y perversos.
Los sujetos se consideran irreconciliables, antagónicos. Ya no se trata de la inquina contra un individuo que perjudicó a otro, sino el aborrecimiento a una colectividad, a un genérico que representa «el mal». Hombres, mujeres, ancianos y niños inocentes pasan a ser culpables de «negros crímenes» por nacer en una religión o etnia. A los judíos los acusaron en la Edad Media de haber «envenenado las aguas» y sembrado la Peste Negra. Las mujeres tenían el estigma de la brujería y con los herejes eran «representantes de Satanás». Para ellos el «fuego purificador».
Los totalitarismos y populismos son medievales. Potencian las bajas pasiones hasta que rompen los diques y destruyen el orden que las frena, y la violencia se apodera hasta del oxígeno. Los caudillos y sus cortes de destrucción impulsan sentimientos colectivos de frustración e irrealización personal de los humanos, atribuidos ahora a una conspiración de los grupos a los que quieren destruir. Es un regreso a las persecuciones contra los cristianos en la Antigüedad.
El ensayista y escritor Vaclav Havel, -junto con Mandela-, de los hombres más recios y profundos del siglo XX, invulnerable al dolor, fue prisionero y perseguido desde los años setenta, cuando encabezó el movimiento disidente, hasta mediados de los 80. En su ensayo El odio: la tragedia de un deseo, se confiesa incapaz de albergarlo, ni siquiera contra sus esbirros y carceleros. En referencia al veneno con que el comunismo tomó su país dice que…
…En el subconsciente de los que odian duerme el perverso sentimiento de ser los únicos representantes auténticos de la verdad completa y, por lo tanto, de ser unos superhombres, incluso unos dioses, y que por este título el mundo les debe total reconocimiento, lealtad y docilidad absolutas, e incluso obediencia ciega. Quieren convertirse en el centro del mundo y se encuentran frustrados e indignados por el hecho de que el mundo ni les acepte ni les reconoce como tales, ni les preste atención alguna e incluso se burle de ellos…
Luzbel sacrificó su principado por resentimiento. Paradójicamente envidiaba las criaturas mortales aparejadas y se transformó en la serpiente para tentarlos y hacerlos arrojar del Edén. La respuesta de Dios a ese acto de engaño, fue terrible para el ahora Ángel Caído. La misma envidia atormentó a Caín. El gobierno cubano es diestro en el odio frío, calculado, demoníaco, a través de perversiones múltiples, como la inadecuada atención médica, forma sofisticada de tortura, tal como el simple abandono de los enfermos en los calabozos stalinistas, hasta que morían. Lo que ocurre con Simonovis y Afiuni no es ninguna creación original, sino una vieja práctica.