Por: Jean Maninat
Uno pensó, ingenuamente, que con la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría, las ideologías desaparecerían, (tal como preconizó Fukuyama), y el vacío creado enviaría a la obsolescencia y desempleo a ese entramado biológico superior conocido como: el agente secreto. Por supuesto, quedarían vivitas y coleando las subespecies menores: los encargados del espionaje industrial, los Indiana Jones buscadores de fórmulas secretas como la del Ponche Crema de Eleodoro González P., o intrépidos arqueólogos culinarios capaces de discernir interrogantes vitales para la historia de la humanidad como: ¿el Pisco, es peruano o chileno?, ¿las arepas, venezolanas o colombianas? Y por supuesto, la estirpe históricamente imbatible: los detectives privados, los encargados de exponer relaciones extramaritales, canas al aire, o cachos seriales. Pero nunca, nunca nada como los agentes secretos al servicio del bien y del mal, los provistos de una misión sobre la tierra: hacer que una ideología mantuviera preeminencia sobre las otras.
Pero, hèlas, resulta que los rusos tienen sus agentes secretos “durmientes”, reconvertidos al servicio de la madre patria (Rusia se entiende) y dispuestos a sacrificar familia y tranquilidad como lo hacían los antiguos funcionarios de la KGB, (Putin incluido). El reciente intercambio de prisioneros-rehenes entre Rusia y Occidente: 16 rusos, alemanes y americanos liberados por parte de Occidente y 9 liberados por Rusia -incluyendo un asesino de verdad, verdad y convicto- ha mostrado que las viejas mañas difícilmente ceden. Cualquier parecido con la ficción…
Entre el grupo de excarcelados por Occidente (perdón, pero así lo denomina la prensa gringa en sus crónicas del canje: West) está el matrimonio de Anna Dultseva y Artem Dultsev -agentes rusos- quienes se hicieron pasar por argentinos en Eslovenia, llegando (según el New York Times) al extremo perfeccionista de criar a sus hijos en español como católicos argentinos. Uno puede imaginarlos cocinando un asado en la parrilla los domingos, hinchando por Argentina y Messi en el Mundial y jurando que Dios se toma un selfie en el Obelisco cada vez que pasa por Buenos Aires. Los pebetes se enteraron de su verdadera nacionalidad y la de sus padres en el avión de regreso a “casa”. ¿Recuerdan la serie de televisión, The Americans?
Veamos el lado bueno (si es que lo hay hoy día) pero quién sabe si Ian Flemming y John le Carré no murieron, fueron “dormidos”, están en vida suspendida gestionada por IA, con los cerebros latentes absorbiendo el conocimiento que fluye por las redes sociales, a la espera de que sus editores encuentren el momento apropiado, pulsen el botón de encendido, y los despierten a ellos y a sus criaturas para hacernos los días más llevaderos. Buena falta que hace.
Ahora, contáme una de espías…