Los 8 millones tenemos una historia que contar, esta es la mía – Andreina Mujica

Por: Andreina Mujica

Era el día de mi cumpleaños, 27 de noviembre. Este año no hubo fiesta; al contrario, comenzaba una serie de acontecimientos en Venezuela que terminarían por acabar con la democracia. Chávez hizo un segundo intento de golpe de Estado contra el presidente Carlos Andrés Pérez. La vida nos iba cambiando sin darnos cuenta, como en la fábula de la ranita en agua tibia, que se va acostumbrando hasta que ya es muy tarde.

Pero ya en 1996, el principal asesor de Hugo Chávez, Juan Barreto, apuñaló a un amigo cercano en una fiesta en mi casa. El chico en cuestión, hijo de un alto gerente de Pepsi Cola, salió milagrosamente con vida y sin mayores consecuencias que tener que dejar Venezuela para siempre… o hasta ahora.

En 2002, se fueron mis padres, con una semana de diferencia. Deprimidos viendo al país irse por el precipicio de una dictadura militar se fueron enfermando y las ganas de vivir se fueron a los 74 y 62 años respectivamente. Mi padre, Héctor Mujica, fue un hombre de izquierda y de principios democráticos firmes, las atroces torturas de la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez lo tenían casi paralitico, los dolores no los detenía ni la morfina ni el güisky, me dio un último regalo : En un Aló Presidente en vivo mandó « al carajo » a Hugo Chávez ; éste le había llamado para celebrar el aniversario del Partido Comunista, mi padre le dijo claramente y en cadena nacional « llegaste por la izquierda a la presidencia hijo de puta, y estas destruyendo el país », todavía me faltan palabras para agradecerle. Mi madre, Julie Elena Añez fue la directora de la biblioteca de la Universidad Central de Venezuela por 25 años, de ella el amor por los libros y su certeza de los pasos que vamos dando, de él mi amor por el periodismo y la escritura, de ambos el amor por Venezuela. El 11 de abril del 2002 apenas habían pasado dos meses de sus muertes, ese día entendí que era huérfana, mientras asesinaban con balas en la cabeza a colegas periodistas, yo era detenida por soldados de Miraflores mientras cubría la marcha del 11 de abril, los colegas desesperados llamaban a sus padres e hijos, yo no tenía hijos, ahora tampoco padres. Muy pronto entendería que también el país donde nací, estudié y crecí se estaba desvaneciendo.

Cayendo la tarde, el atardecer caraqueño estaba rojo como la sangre que dejaron las víctimas de los Círculos Bolivarianos, creación de los primeros colectivos chavistas que perseguirían a los opositores respaldados por las fuerzas oficiales. El 12 de abril daba cobertura desde Fuerte Tiuna; todo se volvió un circo enorme pero armado. Pasamos de un gobierno al otro y regresamos al mismo punto, ahora con garantía de odio por parte del gobierno del Comandante. Quedamos bajo secuestro del vicepresidente José Vicente Rangel. En la madrugada nos dejaría libres, eso sí, con la advertencia: «Nadie les garantiza su vida, pueden irse».

Sufrimos varios asaltos de los colectivos para robarnos la cámara, junto con varios colegas. No era algo casual; te llamaban por tu nombre. ¿Encapuchados y con pistola en mano, quién no les iba a entregar la cámara?

No sé cuántas marchas hemos hecho dentro y fuera del país; ya hemos perdido la cuenta de las víctimas en estos 25 años. Sin embargo, ellos pierden, siempre han perdido.

Mi exilio comenzó en Paris, pasó por Nueva York y regresó a Caracas, siempre regresé mientras pude. El olor de Venezuela, el sonido de los pájaros, mi cerro Ávila, las playas y mi Gran Sabana, los Andes donde despedí a mi padre y los llanos que te dejan perpleja la mirada siguen en mí. Pero ya hace años que no puedo regresar, sería un regalo para los hermanos Cabello y los Rodríguez. Ellos siempre nos están esperando, pero pierden.

Perdieron dignidad, perdieron su libertad de ser ciudadanos respetados, perdieron el futuro de sus hijos y parientes que se cambiaran el nombre y les decomisaran lo robado, perdieron cuando todos salimos a votar. La cónsul en París, Glena Cabello, formalizó una acusación por terrorismo en mi contra. El maître François Zimeray tomó mi caso gratuitamente y me defendió durante tres años de investigación. Todo salió a mi favor; ellos perdieron. Quedaron en evidencia, hicieron, de nuevo, el ridículo. Los malos siempre pierden, aunque parezca lo contrario. Venezuela ganó.

Me tocó volver a emigrar, salir de Paris después de casi dos décadas, es difícil hacer vida laboral y activar una Asociación para ayuda a integrar a personas migrantes, gané una beca en la Escuela Sur del Círculo de Bellas Artes, estudié Gestión Cultural en la Fundación Contemporánea de La Fabrica en Madrid. Hay gente que nació para hacer dinero, yo para hacer amigos y estudiar. Ahora entre Madrid y París lograré activar Somos Caravana, ayudaré a quienes se ven forzados a emigrar y necesitan integrarse a sus nuevos hogares, todos extrañamos el olor de nuestra tierra, los sabores, el cantaíto de nuestra manera de hablar, los amigos que van cambiando el color del cabello con canas blancas e hijos grandes, el color de los atardeceres de Carora o el sabor del mar en la Bahía de Juan Griego, pero tocó irnos y sentir otras realidades, Venezuela será libre y volveré a casa, pero nunca olvidaré lo que ha sido perder un país.

 

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