Trump y Musk, la fábula de los últimos machos alfa – Boris Muñoz

Un segundo turno de Donald Trump con Elon Musk como lugarteniente sería equivalente a convertir la Casa Blanca en un casino abierto a las más extravagantes apuestas, actos de corrupción y constantes exabruptos en nombre de la ideología libertaria

Por: Boris Muñoz

Desde hace algunas semanas viene ocurriendo ante nuestros ojos una simbiosis política que podría tener enorme alcance e impacto en el futuro del planeta: Elon Musk, el hombre más rico del mundo, se ha subido al movimiento Make America Great Again (MAGA) al respaldar al candidato republicano y adalid de la extrema derecha mundial Donald Trump. Cada uno de estos nombres evoca por sí mismo un inmenso poder. Pero de ganar la presidencia Trump y concretarse esta simbiosis, ese poder se potenciará a una escala que hoy resulta incalculable. Ambos hombres parecen muy distintos en la superficie, pero están fuertemente unidos por un ego sin mesura y una ambición sin freno, ambos espoleados por el deseo de poder absoluto y prejuicios heredados que los hacen creerse superiores al resto de los seres humanos.

De Trump sabemos mucho. Así que miremos un momento a Musk. Aunque dice haber votado en 2020 por Joe Biden, su coqueteo con el radicalismo no es nuevo. Una de las razones que adujo para la compra hostil hace dos años de la red social Twitter, hoy conocida como X, fue defender una “democracia funcional”. La conservación del discurso civil en la era digital es un propósito loable e incluso noble en un mundo infectado de desinformación. Pero una

de las primeras medidas de Musk en X fue despedir a miles moderadores de contenido que constituían la primera línea de defensa contra la diseminación del discurso de odio y los bulos. ¿No eran ellos críticos para la defensa de la democracia?

En lugar de promover un intercambio de ideas elevado, la red social X se ha vuelto el megáfono más poderoso del extremismo político, la desinformación y el racismo. Esto se ha puesto aún más de relieve desde el 13 de julio, cuando el billonario interplanetario ofreció su apoyo al magnate felón, a raíz del atentado que sufrió en un acto de campaña. Desde entonces, Musk se ha convertido en el embajador oficioso de Trump ensalzando a una nueva camada de líderes autoritarios como el salvadoreño Nayib Bukele, el argentino Javier Milei y la italiana Giorgia Meloni; promoviendo la retórica antiinmigrantes con mentiras y desinformación, y atacando noche y día a la candidata demócrata Kamala Harris. Para Trump y Musk, Harris es una bestia negra, la encarnación misma del multiculturalismo, la ideología woke y el feminismo, a los que ambos consideran una amenaza y un obstáculo para la imposición de su peculiar idea de cómo hacer a America great again, léase un país donde los hombres blancos mandan.

Se sabe que Musk se ha convertido en uno de los principales donantes de la campaña de Trump. A cambio, Trump dijo que le encargaría a Musk llevar adelante una reingeniería a fondo del Gobierno federal. El carácter transaccional de la relación está a la vista. Pero hasta ahora los numerosos artículos periodísticos que han analizado el apoyo de Musk a Trump le han prestado poca atención a los que quizás sean dos aspectos clave: la admiración de Musk por plantes y desplantes que caracterizan a Trump y una visión compartida de la superioridad racial blanca.

En una entrevista reciente, el tecnólogo Lex Fridman le preguntó a Musk por qué apoyaba a Trump y qué esperaba que hiciera por el futuro del país y la humanidad. Musk respondió que le había impresionado la reacción de Trump tras el atentado: “Mostró coraje bajo fuego”. Y añadió sin titubeos: “No

puedes fingir valentía en una situación como esa”. Para continuar: “Quieres que quien represente al país sea valiente y corajudo”. Y remató: “¿A quién quieres para que lidie con gente difícil, algunos de los líderes más duros del mundo?”, justificando su apoyo a Trump.

La fascinación por la dureza, la audacia y el coraje es algo que tampoco se puede fingir y Musk se ha rendido finalmente ante las hormonas, el despliegue de masculinidad y la falta de escrúpulos del expresidente. Pero quizás haya ahí también algo más de lo que se ve. El carácter duro de Trump es producto de un largo aprendizaje que terminó creando un monstruo.

Según críticos y biógrafos, la forma de ser de Trump fue forjada por su padre Fred Trump, a su imagen y semejanza. Fred era hijo de inmigrantes alemanes y a los 13 años, al morir su padre de manera súbita, debió tomar junto a su madre las riendas de un incipiente pero próspero negocio de construcción. En su búsqueda del sueño americano, Fred aprendió que para agilizar trámites había que aceitar la mano burocrática, por lo que fue investigado. También se le investigó por especulación, discriminación racial en el alquiler de viviendas y sobrefacturaciones. Su hijo adoptó algunas de esas mañas.

Aunque el hijo lo haya desmentido una y otra vez, Fred ostenta también un pasado racista. En 1927, cuando tenía 22 años, fue detenido durante una reyerta en una procesión del grupo supremacista Ku Klux Klan, sin que se le levantaran cargos. La trayectoria pública de Donald ha estado punteada por episodios racistas, algunos de ellos resaltados en el debate por su rival demócrata, Kamala Harris, como haber pedido la reimplantación de la pena de muerte en Nueva York para condenar a cinco jóvenes negros acusados injustamente de violar y asesinar a una mujer en Central Park. O el consabido empeño de señalar que Barack Obama no había nacido en Estados Unidos y, por lo tanto, no podía ser presidente.

Pero Fred Trump fue más allá para templar el temperamento de su hijo. Como Donald era un chico díscolo, lo envió a hacer la secundaria a una academia militar, donde el joven aprendió a ser un bully de la mano de un

sargento veterano de la Segunda Guerra Mundial. Luego, cuando el heredero ya era un hombre y estaba a cargo del negocio inmobiliario, se lo encargó al abogado Roy Cohn, conocido por su falta de escrúpulos, su tendencia a exagerar, mentir y manipular y, no menos, por su furioso anticomunismo y antisemitismo, pese a ser judío.

Cohn, un gay de clóset, histriónico y perverso, odiaba con tanta pasión que se odiaba a sí mismo. Cuando el médico le informó que era VIH positivo y pronto moriría de sida, le prohibió mencionar jamás la enfermedad so pena de muerte. De Cohn, Trump adoptó tres reglas de oro. Primera: nunca jamás aceptes un error ni te disculpes Segunda: nunca concedas una victoria a tu rival. Al contrario, fortalece tu posición atacando con diez veces más fuerza. Tercera: no importa lo que digan quienes te rodean, siempre sigue tu instinto. Esas reglas se han convertido en la filosofía según la cual el magnate ha vivido de cara al mundo, como todos hemos podido ver.

No hay duda de que Musk se ve a sí mismo en el espejo de Trump. Su infancia en Pretoria fue moldeada hasta cierto punto por un padre machista, demandante y abusador, y un abuelo autor de panfletos supremacistas, quien veía en los negros una amenaza para el dominio blanco en una Sudáfrica que entonces gobernaba el apartheid. De la conexión entre una familia racista y su afiliación MAGA se habla muy poco, pero hay un hilo entre su libertarismo económico, la creencia en la reproducción selectiva y sus visiones del progreso humano a través de la selección natural y la tecnología. El apartheid moldeó la infancia de Musk. “Para los blancos de cierto estado mental, la desigualdad no era causada por el apartheid. Ellos pensaban que estaba inscrita en la naturaleza”, como lo señaló Simon Kuper en su columna del Financial Times.

El otro rasgo dominante en su crianza fue la violencia. Cuando Elon tenía 10 años recibió en la escuela una paliza de otros chicos. Terminó pasando semanas en el hospital con heridas de consideración. Pero esas heridas serían poco ante las palizas verbales que le propinaba Errol Musk por haberse dejado ganar por sus hostigadores. Su hermano Kimbal dice que el peor recuerdo de su vida es haber visto al padre de ambos reprender a Elon tras su salida del hospital.

Walter Isaacson, el biógrafo de Musk, captura la marca indeleble que dejaron los maltratos de Errol en su hijo: “El impacto de su padre en su psique perduraría. Se convirtió en un niño duro pero vulnerable, propenso a los cambios de humor tipo Dr. Jekyll y Mr. Hyde, con una gran tolerancia al riesgo, ansioso de drama, un sentido épico de misión y una intensidad maniaca que era cruel y a veces destructiva”.

En el caso de Elon se cumple la máxima del psiquiatra Carl Gustav Jung: “Lo que no se hace consciente, se manifiesta en nuestras vidas como destino”.

Musk ha dicho que su padre es un ser humano terrible, capaz de las peores cosas imaginables —por ejemplo, haber abusado de su madre o engendrado dos hijos con su hijastra—. Y es obvio que Elon no es responsable por la forma de ser de su abuelo o su padre, pero es igualmente evidente que lleva consigo esas marcas. Algunas de ellas siguen vivas y se reflejan en su visión del mundo. Por ejemplo, al igual que Errol, Elon considera que uno llega al mundo solo para reproducirse. Errol ha tenido siete hijos de tres mujeres. Elon, al menos 12 con varias mujeres, la mayoría por métodos de reproducción in vitro o a través de vientres alquilados.

Pero a diferencia de su padre, Elon riega su simiente por el mundo con una filosofía: hay que evitar el declive de la población mundial amenazada por bajas tasas de nacimiento y mejorar la especie con genes potentes como los suyos. La reproducción como proyecto de vanidad. Esta filosofía tiene excepciones, desde luego. Es sabido que Musk tiene una hija transgénero (Vivian Jenna Wilson), quien, según su propio testimonio, ha decidido desligarse de su apellido paterno. Irónicamente, la chica lo atribuye a las palizas verbales que su padre le propinaba en su niñez por no ser suficientemente masculino.

Musk ha reconocido que el cambio de género de Vivian es el motivo principal de su guerra personal contra la ideología de género, a la que él ha llamado “el virus mental woke”. Trump ha sido más recatado en cuanto al número de hijos, pero sobran las evidencias para demostrar que su relación con las mujeres ha sido transaccional.

Aunque resulte difícil de cuantificar, las biografías de Trump y Musk son el puente invisible para entender el verdadero vínculo entre estos dos titanes. Ambos se consideran machos alfa cuya misión es avasallar, dominar y conquistar. Ninguno de los dos se da nunca por vencido ni reconoce errores, así tengan que usar todo su poder para torcer la verdad en su beneficio.

He aquí una breve ilustración de la magnitud del ego de Musk. Los que siguen sus andanzas en su red social, saben que el dueño de Space X es un tuitero compulsivo. A principios de año, cuando asistía al Super Bowl invitado por el magnate de Fox News, Musk posteó un mensaje para animar a las Águilas de Filadelfia. El presidente Joe Biden, oriundo de Pensilvania, hizo por su parte lo mismo. Al ver que el tuit de Biden había generado 29 millones de vistas, Elon montó en cólera, abandonando el juego para volar de vuelta a San Francisco, donde convocó una reunión de urgencia con empleados de X. El motivo: su mensaje solo había obtenido 8.4 millones de vistas, mientras el de Biden había más que triplicado ese número. Para complacerlo, su equipo cambió el algoritmo logrando posicionar mejor el tuit del jefe (según reporteros de The New York Times, los tuits de Musk tienen prioridad sobre cualquier otro post y gracias a esto le llegan a los usuarios de la red, lo sigan o no).

La analogía con un Trump que envió a sus falanges a tomar el Congreso de Estados Unidos el 6 de enero de 2021, ante su incapacidad de aceptar su derrota en las elecciones presidenciales de 2020, se cuenta sola. Estos dos hombres compensan su frágil autoestima con unos egos tan inflados que son capaces de una manipulación extrema de la realidad para autocomplacerse. Recordemos de quiénes estamos hablando: el hombre más rico del planeta, quien se ve a sí mismo como el conquistador de Marte, y el aspirante a ocupar la llamada oficina más importante de la Tierra por segunda vez.

¿Qué puede pasar si estos dos narcisistas ególatras concretan su matrimonio por conveniencia en una segunda presidencia de Trump? Sería mejor ni imaginarlo. Pero resultaría irresponsable no hacerlo.

Un segundo turno de Trump con Musk como lugarteniente y portavoz de los extremistas fachas sería equivalente a convertir la Casa Blanca en un casino abierto a las más extravagantes apuestas, actos de corrupción de cualquier escala y constantes exabruptos en nombre de la ideología libertaria. Uno de ellos podría ser retirarse de la OTAN con el pretexto de que la Unión Europea quiere regular a X, como amenazó recientemente el candidato a vicepresidente J.D. Vance. O, ¿por qué no mejor usar los satélites de Starlink, propiedad de Musk, para patrullar desde el espacio la frontera sur de Estados Unidos y volver polvo de estrellas (pulverizar) con un rayo láser a los migrantes que intenten traspasar el muro? ¡Por qué no! Eso es más eficiente que tenerlos en Springfield, Ohio, comiendo perros, gatos y otras mascotas, o contaminando lo que le queda de sangre blanca —no mucha— a Estados Unidos.

¿Exagero? Quizás, pero no por mucho. Trump y Musk ya son por separado una amenaza para la democracia y la precaria estabilidad del mundo. No hay duda de que juntos, en gozosa simbiosis, acabarían con ellas en menos de los cuatro años que dura el periodo presidencial estadounidense.
¿Tiene una moraleja esta fábula? Sí: solo los votantes, castigando a Trump en las urnas el 5 de noviembre, pueden evitar que esta distopía se haga realidad

 

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