Los navegantes aprenden a leer el cielo. Eso hace que incluso en momentos de confusión mantengan el curso, o lo recuperen si acaso lo han perdido.
En Venezuela, y ante los ojos del mundo, estamos en una navegación particularmente difícil. Ocurre en aguas encrespadas, infestadas de piratas. Pero la meta es una, y sólo una: llevar la nave a puerto seguro. Los tripulantes no pueden caer en discusiones irrelevantes y pueriles. Eso desgasta energías que son necesarias para completar el esfuerzo que aún falta para completar el viaje. No caben desviaciones del curso.
Si algunos no entienden cuán compleja es la navegación, pues no es momento de privilegiarlos con atención estéril. Sus discusiones no deben ocupar páginas en la bitácora. No deben ser enfrentados. Antes bien, hay que dejar que sus enguerrillamientos y sus cacofonías se deshagan en el aire, que se los lleve el viento. Porque darles fuerza es contribuir a la fortaleza de los piratas que están intentando impedir que completemos la navegación.
La nao se llama Venezuela. La mar está encrespada. Sigamos, leyendo bien los instrumentos de navegación y el cielo, sin atender cantos de sirenas, sin desviarnos del curso, y sin creer que atracando en isletas habremos completado el viaje. Hay que llegar a tierra firme.
