Por: Jean Maninat
Íñigo Errejón, figura estelar de la izquierda alternativa española, ha sido señalado como agresor sexual. Precisamente, este año cuando se cumplió una década (17 de enero 2014-2024) de la presentación en sociedad del partido político español Podemos, del que Errejón fue cofundador. Era, entonces, una suerte de conglomerado de profesores universitarios (politólogos al mando), que reunía a progresistas de todos los ámbitos: los jóvenes desencantados que venían de convertir las plazas públicas en trincheras y los viejos izquierdistas irredentos (chaquetas de cuero incluidas) desencantados por décadas de gobiernos socialistas de traje y corbata. Todo era alegría, una cierta desfachatez de bribón urbano y -cómo no- salpimentado de Gramsci con sus toques de exotismo tropical-andino vía la tres divinas personas alternativas: Fidel, Chávez y Evo.
Pero lo que pudo ser una organización política de izquierda radical más, logró capitalizar parte de la fatiga de los españoles con los logros del “milagro español” y pronto adquirió notoriedad mediática y social. Unos meses después de su fundación, en las elecciones al Parlamento Europeo de mayo 2014, irrumpió con 1.253.837 de votos y 5 escaños de eurodiputados. Nada mal para unos recién llegados que más parecían okupas que políticos serios y responsables, de esos que visten y calzan como tales, a izquierda y derecha.
En la cúspide del movimiento relucía Pablo Iglesias, Secretario General,
y a su lado Íñigo Errejón, una especie de Harry Potter intelectual, repitiendo añejas fórmulas socialdemócratas, como pociones de autoayuda progresistas contemporáneas. (El nuevo partido nació viejo, cuarteado por el narcisismo desbocado de Iglesias, y pronto los dos amigos chocaron de frente, descuadernaron el “proyecto” e iniciaron el camino de su perdición. Errejón sería derrotado en la Asamblea Ciudadana de Vistalegre II (Congreso del partido), y montaría tienda y reconcomio aparte.
El resto es historia conocida para los interesados. Luego de varios varapalos electorales, de la mano del mefistofélico presidente Pedro Sánchez, Podemos -con Iglesias a la cabeza- y otros retazos de la izquierda bravía, entraron al Gobierno, demostraron su absoluta incapacidad para gobernar, Iglesias salió huyendo hacia los plató de televisión, Yolanda Díaz realizó el tan ansiado sorpasso, pero con los pobres podemitas, los ninguneó y luego los marginó, y Sumar, que se pretendía “un espacio político” pronto se desinfló en las elecciones generales del 23J, 2023. Lo que se llama un fiasco a paso de vencedores. (Eso sí, siguen aferrados al Gobierno y la pinta de casta alternativa ya sienta cátedra en las pasarelas pijas de la moda).
La tragedia rocambolesca de Íñigo Errejón no tiene nada de Shakesperiana, si acaso de Chespirito. La carta donde renuncia a su escaño y “a la política”, así, expresado con prosopopeya, “a la política”, está trufada de guiños autoexculpatorios, de referencias al patriarcado culpable, de pesar por los pases de factura de la política a su salud “física y mental”, del desdoblamiento entre él y su personaje político. Y lo que seguramente pasará al estrellato de todos los descargos escuchados en los tribunales del universo: las contradicciones en que lo hizo caer “un modo de vida neoliberal”. Sí, tal como lee, “un modo de vida neoliberal”, lo desvió de la virtud progresista, y lo empujó a estar manoseando sin consentimiento a colegas y conocidas como si de un gamonal feudal se tratase. La épica revolucionaria convertida en tragicomedia. Ya lo había advertido el viejo Marx.