De la oscuridad de la noche – José Rafael Herrera

Publicado en: El Nacional

Por: José Rafael Herrera

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Según Novalis, en la oscuridad de la noche se encuentra el camino que conviene seguir, si se pretende alcanzar el lugar donde se encuentra el sí mismo, el principio del universo infinito, lo auténticamente sustancial, la libre imaginación y el regocijo. “Es en nosotros, y no en otra parte, donde se haya la eternidad de los mundos, el pasado y el futuro”, afirma el poeta alemán, en este intento de concreción de su idealismo mágico. No es en la luz sino en su ausencia -en la nocturnidad– donde la humanidad urde sus más elevados propósitos para llegar a encontrarse consigo misma, conquistando la verdad y restableciendo el plan, el diseño de la reconquista de la definitiva liberación, de la propia vitalidad, del propio Espíritu. El exceso de luz puede llegar a enceguecer e impide penetrar en los misterios de la noche: “La muerte es superior a la vida terrenal porque es el tránsito a la noche y al Espíritu, que son superiores a la luz y a la materia”. Es, en sus palabras, “la gran noche infinita del Universo” o “la gran anunciadora de universos sagrados”. Misteriosa oscuridad, amiga de las ocultaciones de la autonomía. Profunda noche de los sueños que posibilita la realización concreta de los deseos y, más aún, de la voluntad de una humanidad inerme, a la que le ha sido arrebatado el destino de su grandeza.

Ya en los mitos griegos se hablaba de Nix, la diosa primordial de la Noche -o Nox, según los latinos-, como “la madre de los seres oscuros” y de todas las abstracciones personificadas que suelen producir terror entre los inadvertidos y entre unos cuantos advertidos. Se afirma que Lyssa -la demencia- es hija de Urano y de Nix. Y que las Erinias -las Furias- son hijas de Cronos y Nix, dado que los castigos que infligen llegan sin ser advertidos, sigilosamente. También que parió a Némesis -diosa de la venganza y la envidia- sin unirse con nadie, así como, en unión con Érebo -dios de las tinieblas-, a Caronte -el brillo intenso, terminal, que sirve de guía y barquero a las sombras errantes de los difuntos. Alada, sensual, rauda y semidesnuda, aunque en algunos registros cosmogónicos aparece montada en un magnífico carruaje, toda cubierta por vestimentas tupidas de oscuridad, mientras va dejando a su paso un brillo escarchado de estrellas infinitas. Reside en el Hades, justo en el punto más profundo de la oscuridad. Fue engendrada por Caos -más que el desorden, el vacío primordial- y por la tenebrosa Calínige -las lúgubres tinieblas-, según la narración de Higino, en este orden: “De Calínige, Caos. De Caos y Tiniebla, Erebo y Éter, Nox y Dies”. De la unión del caos con las tinieblas surgen, en un mismo parto, la oscuridad de la noche y la resplandeciente luz del día. Después de todo, “sin sombra no hay luz”.

Poco tienen que ver los ciclos de la historia con la fugaz -efímera- inmediatez de la crónica periodística, que suele trastocar el tiempo en negocio nimio, efímero, aunque muy productivo. Vico da cuenta de la larga noche de la barbarie ritornata, oscuro momento de la historia que se consolidó con la caída del imperio romano -476 dC- y que solo llegó a despuntar mucho tiempo después, con el Renacimiento -siglos XV y XVI-, hasta alcanzar su incandescente mezzogiorno con la Ilustración -siglos XVIII-XIX, cuyos excesos de luz solían obnubilar a Novalis (e incluso, al sereno Vico). La conciencia, dice Hegel, solo llega a progresar cuando es capaz de enfrentarse a los límites que ella misma se traza. Necesario confrontarse con las dificultades, los obstáculos y las contradicciones, porque es mediante esa confrontación que se puede alcanzar la comprensión del sí mismo -el nosce te ipsum-, que es, simultáneamente, el camino para conquistar la libertad. China no vive. Más bien, existe condenada por las tinieblas de una eterna noche autocrática que no termina. Sin hacer cuentas de la larga tradición zarista, la oscurana rusa duró más de sesenta años, y aún persiste. La más oscura de las noches alemanas duró doce años y la de Italia diecisiete. Treinta y seis la de España. Después de sesenta y cinco años, la noche cubana aún no finaliza, a pesar de que la circularidad de sus ruinas se le viene encima a la satrapía fundadora de la era del deslizamiento de la política hacia la gansterilidad. Y Venezuela, con una extensa tradición militarista -a la que Bolivar sentenciara como un cuartel- devenida gansterato, apenas ha tenido en su historia unos cuarenta años de luz de madrugada. De manera que la noche sombría puede llegar a ser inconmensurable para los términos de las estadísticas convencionales, propias del entendimiento abstracto (das abstraktes Verständnis), su contracara.

Algo de verdad contienen las odas nocturnistas de Novalis, porque así como la luz resulta de la oscuridad la libertad es el resultado inmanente de la opresión. La noche es, en este sentido, una determinación histórica necesaria para los pueblos, y quizá la mayor de las experiencias de su conciencia, su mayor lectio. Solo penetrando –durchdringen– las tinieblas del terror despótico es posible conquistar la luz de la libertad, siempre que esta sea comprendida no como la negación abstracta de la oscuridad sino como su negación determinada, como el recuerdo de su doloroso calvario. Por eso mismo, Hegel sostiene, en su Filosofía Real, que “el ser humano es la noche del mundo”: “Lo que aquí existe es la noche, el interior de la naturaleza, el puro uno mismo, cerrada noche de fantasmagorías: aquí surge de repente una cabeza ensangrentada, allí otra figura blanca, y se esfuman de nuevo. Esta noche es lo percibido cuando se mira al hombre a los ojos, una noche que se hace terrible: a uno le cuelga delante la noche del mundo”.

Solo se libera de las ataduras quien las ha padecido. La libertad no es un “producto de importación”, no se puede comprar en el mercado libre. Es una experiencia continua, un doloroso aprendizaje, una confrontación cotidiana, cara a cara, con el terror de la oscuridad. Y como conciencia de la necesidad, amerita de la cabal comprensión y de la responsabilidad que comporta el comprender. Novalis superado y conservado. Solo así el sujeto del cambio logra traspasar la inmediatez impotente ante la noche, su sumisión, su ausencia de mediación. Ahora su voluntad es la mediación misma. El Espíritu vivo no se asusta ante el abismo de la noche, lo asume. Se mantiene firme frente a las tinieblas y las confronta, porque el Espíritu solo puede conquistar la libertad cuando se encuentra a sí mismo en medio del más doloroso “punto nocturno de la contradicción”.

 

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