La primera presidencia de Donald Trump fue una aventura para la que no estaba preparado. Esta vez está listo y va por el desquite, con control pleno de su equipo de Gobierno
Publicado en: El País
Por: Boris Muñoz
Dos semanas después del triunfo electoral del Donald Trump, quedan pocas dudas de que DT 2.0 será una versión más descarada, depurada y brutal, en forma y fondo, de la rudimentaria pero letal versión original, el torpe DT 1.0. Su primera presidencia fue una aventura para la que no estaba preparado. Destacó como uno de los peores presidentes de Estados Unidos. Lo que fue un agravio inaceptable para su ego ganador. Esta vez está listo y va por el desquite.
La venganza de Trump es deshacer y destruir buena parte de lo hecho por su antecesor. Lo intentó sin éxito con la ley de cuidado de salud asequible de Barack Obama, el llamado Obamacare. Volverá a intentarlo ahora echando atrás la transición a la economía verde impulsada por Joe Biden. Es casi seguro que lo logre, aunque en ese tema y muchos otros, como los derechos reproductivos de la mujer, su actitud no solo va contra las preferencias de la sociedad, sino directamente contra la historia.
Pero ese no es su problema. La mejor prueba está en los primeros nombramientos. Para empezar, Elon Musk y Vivek Ramaswamy, al frente del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés), como los cirujanos encargados de una reducción extrema del Gobierno federal, que podría conllevar el despido de 1.6 millones empleados públicos de los 2.3 millones actuales y tasajear la seguridad social y el servicio médico para personas de la tercera edad (Medicare), para ahorrar 2 trillones de dólares de gasto público. Es casi seguro que un recorte de empleos públicos y beneficios sociales de esta magnitud generará controversia y resistencia. Trump no es ajeno a ninguna de estas dos cosas y suele manejarlas a su favor.
Los siguen Robert Kennedy Jr., como secretario de Salud, Tulsi Gabbard, como directora nacional de Inteligencia, y Pete Hegseth, como secretario de Defensa. Salvo por Kennedy Jr., a quien le paga haber sacrificado su candidatura, Trump ha asignado cada uno de estos puestos clave a personajes con credenciales públicas más que dudosas, pero que le han demostrado una lealtad perruna. Son la primera línea de ataque y defensa contra el llamado “deep state”, la burocracia que hace funcionar el Gobierno federal estadounidense y a la que Trump achaca haber fracasado en algunos de los planes y despropósitos de su primer mandato. Otro caso que necesita una nota aparte es el de Chris Wright, uno de los mayores defensores de los combustibles fósiles, nombrado secretario de Energía, lo que no cuesta interpretar como un bofetón a los ambientalistas y promotores de las energías limpias. También es, por supuesto, un golpe de timón de 180 grados del rumbo tomado por el Gobierno de Biden.
Y ese es el punto. Porque Trump no actúa con base a una visión de evolución o progreso. Lo mueven fuerzas más primarias como la supervivencia del más apto. Sobrevivir para él significa imponerse, aplastar al enemigo, prevalecer sin lugar a dudas. A Obama se la tenía jurada por llegar a ser el primer presidente negro en la Casa Blanca. A Biden por haberlo derrotado de manera oprobiosa en 2020, un hecho que Trump no reconoció ni jamás reconocerá.
Como Terminator 2, DT 2.0 tiene una misión: terminar el trabajo que dejó pendiente en su caótica primera presidencia y marcar su huella en la historia americana. Su convicción es que antes no pudo socavar más el sistema (léase drenar el pantano de Washington) por llevar encima una camisa de fuerza institucional. Como se ha dicho ya muchas veces, Trump fue frenado en su primer Gobierno por funcionarios y militares de carrera y políticos republicanos institucionalistas, como John Kelly, William Barr y Mike Pence, quienes sirvieron de guardarraíles a la hora de evitar un desmadre, cuyo epítome fue la toma del Capitolio el 6 de enero de 2021. Pero estas figuras ya no solo no están en el Gobierno; el propio Trump las ha denostado, maldecido y execrado.
Por eso, la primera medida de DT 2.0 ha sido no dejar duda de que se ha deshecho de la camisa de fuerza y que tendrá pleno control de su equipo de Gobierno.
Para llevar a cabo la misión, DT 2.0 tiene una mira láser puesta en reventar los controles institucionales que garantizan la independencia de poderes.
Vivek Ramaswamy será el heraldo del desmantelamiento del aparato administrativo y profesional que sostiene el Gobierno. El domingo, un reportaje de The New York Times refirió que este empresario hijo de inmigrantes indios y quien tiene a su cargo discernir los mecanismos para talar el Gobierno, ha dicho que en su primer día DT 2.0 tendrá el poder de eliminar el Departamento de Educación, el FBI, el IRS (oficina de impuestos), el Buró de Tabaco, Alcohol, Armas de Fuego y Explosivos y la Comisión de Regulación Nuclear. De la eliminación parcial o total de esas instituciones, saldrían los 1.6 millones de despidos (70% del funcionariado apartando el ejército y el servicio postal) que Ramaswamy se ha propuesto efectuar antes de julio de 2026.
Por supuesto que todo esto es más fácil decirlo que hacerlo. No es la primera vez que un equipo de Gobierno llega a Washington con ínfulas de escoba nueva. Desde la presidencia de Jimmy Carter hasta hoy, se han preparado al menos tres planes para reestructurar la Administración pública. Uno de ellos recomendó 2.478 reformas, pero todos se quedaron cortos en su ejecución o simplemente fracasaron. Las causas del fracaso son las de siempre. Los arquitectos de las reformas pasaron por alto que detrás de cada institución hay una fuerza de trabajo formada por personas reales con intereses propios y cierta capacidad de resistir y defender sus trabajos. Olvidaron que no por nada el filósofo Thomas Hobbes comparó al Estado con Leviatán, un gigante aparato que regula los deseos y necesidades de los individuos. Cuando alguien atenta contra ese aparato, digamos Trump y sus subordinados, los individuos que lo forman pueden rebelarse rompiendo el contrato social que sostiene el poder.
Está claro que DT 2.0 viene rápido y furioso y que aprovechará el impulso de la elección para adoptar medidas radicales durante los 100 días que suele durar la luna de miel de los presidentes. Ya conoce a Leviatán desde sus entrañas y por eso se ha creado un anillo de inexpertos pero vehementes “disruptores”, muy ávidos de arponear al monstruo. Aún así, es difícil predecir si esta vez será diferente a los anteriores intentos de reforma de la burocracia.
En un chat de Whatsapp que comparto con un grupo variopinto de mentes curiosas, un amigo recuerda que ya Trump demostró ser un inepto en su primera presidencia y que es muy difícil establecer un dominio a fondo de un Gobierno complejo y fragmentado como el de Estados Unidos. La mayoría simple de los republicanos en el Congreso no le hará las cosas fáciles. Otro amigo, con años de experiencia en el Gobierno estadounidense, también recuerda que las figuras que Trump ha puesto frente a las instituciones han llegado allí precisamente porque las odian.
Los ejemplos no necesitan comentario: desde un antivacunas como Kennedy Jr. a cargo de la salud y una filo-rusa como Gabbard de la inteligencia, hasta un enemigo declarado de la regulación gubernamental como Musk como zar de las reformas o ex militar como Hegseth, que ha atacado los esfuerzos del Pentágono para abordar el extremismo en el ejército, al comando de la fuerza armada. Son una ensalada de egos, pero están ahí para ejecutar la misión de DT 2.0: purgar el Gobierno.
A quien dude de lo que viene habría que recordarle aquella escena de El Padrino en la que Michael Corleone le responde a su novia Kay Adams cuando ella le cuestiona que Washington no usa los mismos métodos brutales de la mafia: “¿Quién está siendo naif, Kay?”. Y para no ser naif ante la embestida de DT 2.0, hay que preguntarse: ¿qué se puede hacer?
Los dos frentes de respuesta a un segundo mandato de Trump son la sociedad civil y el Partido Demócrata. La primera debe organizarse de manera inteligente para dar la batalla en las instituciones y, de ser necesario, en las cortes y las calles. Los campos de batalla son tan diversos como la salud, la seguridad social, los flujos migratorios, el comercio internacional, la defensa, la inteligencia, el medio ambiente, la educación, los derechos de las minorías y los derechos reproductivos. DT 2.0 venderá sus reformas envueltas en empaques relucientes, pero en muchos casos se tratará de caramelos envenenados. La resistencia civil será vital para frenarlas y, cuando no se pueda: matizarlas.
El Partido Demócrata, por su parte, debe realizar un examen de conciencia a fondo para determinar, sin demasiados golpes de pecho, qué los ha alejado de la clase trabajadora y los hombres jóvenes, incluyendo latinos y negros. Debe trabajar duro creando una ruta alternativa al camino trazado por DT 2.0. El péndulo político se ha ido con fuerza a la derecha, pero una hipercorrección hacia la izquierda podría ser contraproducente, como ya se ha visto con el rechazo de la política identitaria y el “wokismo”. Sin embargo, pese a lo que vocifere la propaganda trumpista, la victoria popular de Trump no fue aplastante: el país no es rojo MAGA, sino que está dividido en partes casi iguales.
Esto puede ayudar a los demócratas a remontar su caída. Pero para lograr una recuperación plena necesitarían resintonizar rápido con los electores, renovando no solo su elenco de figuras principales con un liderazgo más joven, sino también actualizando su discurso político y estableciendo un estilo de comunicación acorde con una sociedad que prefiere la conversación de las redes sociales a las arengas desde un atril del Congreso. Es increíble pero cierto que un Bernie Sanders o una Alexandta Ocasio-Cortez tengan más llegada en las bases demócratas a través de las redes que Biden y Harris usando todo el arsenal mediático de la Casa Blanca. Acto seguido, los demócratas deberían definir una agenda clara para reconquistar el Congreso en las elecciones de medio término de 2026. Esa agenda debe ser el fundamento ideológico y programático de una nueva generación de líderes demócratas para el reto de enfrentar al movimiento MAGA y al sucesor de Trump, sea J.D. Vance o cualquier otro, en las presidenciales de 2028.
Pensar hoy en lo que debe hacerse en cuatro años parece apuesta demasiado lejana, pero la falta de previsión sobre un relevo para Joe Biden dio a Trump la ventaja decisiva que se vio en las urnas la desastrosa noche del 5 de noviembre. Si la historia es prólogo del porvenir, es hora de tomar nota de los errores del pasado para no repetirlos.