Publicado en: El Pitazo
Por: Julio Túpac Cabello
Según sus propios creadores: Rawayana es una tierra hecha exclusivamente con la magia musical. Esta fue mi travesía a través de la música de la banda venezolana que más da de qué hablar en los tiempos que nos tocan.
Ya que sean creadores independientes, auténticos, que han logrado todo por esfuerzo propio a pesar del contexto en que les tocó crecer, les hace merecer el respeto de cualquiera, incluyendo el mío. Si a eso le sumamos nominaciones y premios (grammies incluidos), y colaboraciones con las figuras más importantes de la industria en español, ni qué decir.
Pero debo admitir que, antes de iniciar este ejercicio, tenía algunas reservas: las canciones de Rawayana que más han sonado por mis predios tenían un dejo a Bad Bunny que me hacía sospechar.
Del presente al pasado
Hay en Veneka y en Feriado un tono cantoral malandreado que le hace a uno pensar que Rawayana sigue una corriente que ya tiene años y que suma y suma éxitos comerciales. Hasta que uno se adentra en el recorrido musical de la banda y entiende que estos chamos, además de músicos, son unos expertos en el juego, unos jodedores profesionales, que no se cansan de crear y recrear música en las más diversas direcciones, y que éstas han sido piezas de un estilo entre infinitos con los que estos venezolanos se han mojado en la piscina multicolor de la música de la época que les tocó.
Hay en todo el recorrido de la banda un sólo denominador: ingenio. Hasta que uno los escucha de cabo a rabo y observa sus entrevistas y entiende que hay un segundo: humildad. Crecieron gracias a la colaboración y con la colaboración se sienten muy cómodos. Han invitado a cantar a media humanidad y cada cantante y músico que los acompaña parece el cantante de la banda, como si siempre hubiesen “hangueado” juntos.
Comenzaron a tocar en 2007 y en 2011 grabaron su primer álbum de estudio. Es la propia “ópera prima”, donde queda tatuado el ángel que los une. Aunque con los años va a sofisticarse la producción y los riesgos, en este álbum ya están muchos de sus sellos: el reggae, siempre ahí, a veces con su monotonía característica, a veces aceleradito que es casi ska. El funk, no sólo musicalmente, sino por la irreverencia. Y dos rasgos fundamentales de la personalidad de Rawayana: más allá del coolness y la pavería, estos chamos hacen una música risueña y, aunque nadie lo diga en voz alta, romántica. Les encanta una canción de amor.
En ese disco está la que es una de mis canciones favoritas de todo el repertorio, Betonada, que tiene el genio de las letras de Alberto Montenegro y la sazón musical de Alejandro Abeijón.
Licencia para ser libre fue producido por ellos mismos. Y sería apenas el inicio de un periplo que ha pasado por la plena, la salsa, el son, la gaita, los tambores y el jazz, y la compañía de cantantes tan disímiles como Kany García o Akapella, Natalia Lafourcade o Acho Puñeta.
Las canciones
Las canciones de Rawayana cuentan poco. A veces empiezan a contar y luego paran. Algunas letras tienen algo de surrealismo. Hacen menciones de cultura popular culta, valga la terminología inventada, y aparecen de Picasso a Dalí, de la NASA al cometa Halley. Sus piezas son sobre todo la celebración de una sensación, de una emoción. Si fuesen una obra plástica serían, se me ocurre, más una obra de Pollock que las historias retratadas de Velásquez.
Los rawayaneros tienen un don que cualquier músico quisiera: dar con melodías que a la primera que la escuchas se te pegan. Hay un listado numeroso de coros, ritmos y onomatopeyas de muchas de sus canciones que todos tenemos en el imaginario desde la primera vez.
Y quien escribe vive en Miami desde 2001. Es decir, me he enterado a distancia y por olas de quiénes son estos héroes (entre otros) capaces de progresar en el depauperado paisaje bolivariano.
Sé que se me nota, de La hora loca (en su último y despampanante disco Quién trae las cornetas) es una frase que quien lea esta crónica enseguida va a cantar. Es la misma melodía de ¡Fabuloso! Esa, por cierto, para seguir la onda romántica, es una canción de despecho escondida.
Nadie puede ser indiferente a la versión de Rawayana de Incomprendido, una original de Maelo que le calza perfecto a “Beto”, que es una especie de contratenor, que además parece un chamo educado y de buena dicción, por lo que cuando quiere cantar tipo “yo soy un malo de la calle” el resultado es regular y no parece auténtico. Pero como ellos todo parecen hacerlo jugando, pasa. Ojo, no es algo que pueda lograr cualquiera. A ellos, que les suena la flauta, les sale.
De Rawayanaland, su segundo disco, producido por Cheo Pardo y donde Rawayana se corona como la banda heredera del gran legado sincrético que dejaron Los amigos invisibles, hay una canción alucinante, Mamita, que es como un son jazzeado en el que el poder de Natalia Lafourcade alterna con Beto, cantando en ese registro cercano y sin proyección, de sonido finito y relajado en el que encuentra su mejor personalidad como cantante.
Una pieza que no entendí fue Váyanse todos a mamá’, de Cuando los acéfalos predominan, que expresa un natural hartazgo del apocalipsis político venezolano, pero también una indiferencia que no les es propia.
La antología de canciones memorables ya es extensa para la banda: High, Tucacas (que es como un merengue ripiao con steel pan), Funky Fiesta, 911 y Brindo, otra de amor.
Y eso sin contar los que ya son un himno internacional: Veneka y Feriado.
El futuro ya llegó
Creo que de lo más admirable de Rawayana es haber tenido el arrojo de ir a por lo que creían en un ambiente tan hostil y sin seguir lo predecible.
Como buenos venezolanos, «Beto», «Tony», «Fofo» y «Abeja» se apropian del género musical que se les antoje y le dan sello propio, letras que nos cantan y que registran a un país y a una generación. Cabrujas estaría orgulloso.
Han podido resignarse con el chantaje bolivariano, y, de hecho, se cuidaron lo que pudieron. Hasta que la realidad los rebasó y sentaron posición, fueron a marchas, llamaron al reconocimiento de los resultados electorales.
¿Cómo se hace música en dictadura? Es una pregunta que no le deseo a ningún artista, pero que Rawayana se tuvo que hacer. Y para ellos fue muy difícil tener medias tintas.
Hay una canción, El avión de Luis Bernal, que es un retrato descarnado y tragicómico del enchufe.
Y en Discúlpeme usted, las cantan claro aunque sin panfleto:
“Todavía no calculé que precio le pondré o si yo le venderé mi alma…Siento como si el turno me llеgó, el azufre me tocó y un demonio mе engañó, Oh que asco siento hoy, Discúlpame por favor, Tanta fama y coherencia, De qué diablos me sirvió, Tanto tiempo esquivando, Dentro de este puto infierno luchando”.
Como todo en tiranía, a la primera excusa que encontraron (la canción Veneka supuestamente los ofendió, los dictadores suelen ser muy sensibles), el costo que el régimen venezolano ha puesto a la banda lo ha ejercido amenazando a empresarios de la industria del espectáculo en Venezuela, y la banda no podrá dar la gira que tenía planeada en el país, porque ha sido cancelada a causa del chantaje de la dictadura.
Pero, a fin de cuentas, ante la mezquindad, la opresión y la intolerancia del chavismo, el talento de Rawayana no puede taparse con un pulgar.
El año pasado tuvieron una luminosa presentación en los Tiny Desk concerts de NPR, y este año que termina es el año en que la banda ganó su primer Grammy. A esos chamos ahora es que le queda rufa.
Para finalizar, me he detenido en Parece, una canción muy propia del periplo que les ha tocado, de la libertad, que en nuestro caso parece tan esquiva, pero, sobre todo, del discurso artístico de Rawayana, que es mucho más elaborado de lo que cualquiera pudiera creer. En él, hay creencia, principios, estoicismo y persistencia.
“Parece tan difícil, pero no es na’, una montaña, pero no es na’, un viaje hacia el espacio, eso no es na’. Aguanta. Aguanta, estamos por llegar. Parece tan difícil, pero no es na, una tormenta, pero no es na’, se siente bien despacio, eso no es na’. Aguanta, aguanta, que ya va a llegar. Como el viento, sin mirar pa’ atrá’. tienes sueño de tu libertad”