Por: Jean Maninat
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Augusto Monterroso
Con la caída del Muro de Berlín -física y simbólicamente- se creyó que la humanidad entraría en un nueva era del Acuario, en la cual las sociedades abiertas, las democracias liberales y el libre mercado germinarían naturalmente sin necesidad de mayores riegos y fertilizantes. Un politólogo norteamericano con nombre de cámara fotográfica, Fukuyama, vaticinó el fin de la Historia, el cese de las reyertas ideológicas y el triunfo del capitalismo. Su optimismo duró lo que el parpadeo de un obturador electrónico en dedos de un paparazzi.
Terminando el primer cuarto del siglo XXI, la democracia liberal es una especie en cuidados intensivos permanentes, asediada desde adentro, sin anticuerpos robustos para enfrentar las nuevas mutaciones ideológicas invasoras, y con poca gracia entre quienes deberían ser sus principales cuidadores: los bípedos que evolucionaron del “hombre es el lobo del hombre” a ciudadanos deliberativos y preparados para elegir a los mejores para gobernar la polis.
Mas en este siglo cambalache por excelencia, han surgido mutantes galácticos de “izquierda” y mutantes anarco-narcisistas de “derecha” que han detonado -con el apoyo entusiasta de sus ciudadanos- lo que se denominó con cierta ingenuidad positivista la “convivencia social”, o violado las reglas de un imaginario Manual de Urbanidad y Buenas Maneras Políticas de Carreño. El pueblo, (esa complicada amalgama interclasista de intereses egoístas y exigencias autoindulgentes), ha basculado de un lado al otro sin reparo, porque al fin y al cabo ambos extremos se sustentan en una promesa de expiación que se le ha dicho históricamente que se le adeuda. Es el mismo cachimbo con diferente musiú redentor.
Con los nuevos mutantes de eso que llaman ultraderecha han resurgido, como reacción desde la izquierda institucional, los viejos resquemores antiglobalización que tanto costó vencer, y a la derecha institucional el nacionalismo patriotero de un barra brava de paltó ajustado y corbata angosta como las ideas que le amueblan la cabeza. Ha resurgido un dinosaurio que se presumía extinto: el neoliberalismo, un constructo fabricado en los laboratorios intelectuales iberoamericanos para demonizar el proceso globalizador, las economías abiertas y las aperturas de fronteras para la mano de obra y las mercancías. Los tratados comerciales que hoy se quieren dinamitar.
Sí, es el parque jurásico que regresa, pero en bocas y manos gesticulantes de extremos políticos que vienen a intentar remozar, vender como novedosas, las muy antiguas patrañas del nacionalismo ramplón, del patrioterismo de banderita ondeada con fervor, de himno nacional musitado con devoción insomne. La izquierda (sea lo que sea ser de izquierda hoy día ) ha respondido dándole respiración boca a boca a sus dinosaurios: sus entelequias intelectuales, sus rictus altaneros y autosuficientes (el presidente Petro es un maestro en el oficio) sus rituales propiciatorios. La reunión en Chile de los presidentes progresistas (así los denomina la prensa internacional), Boric de Chile, Lula de Brasil, Petro de Colombia, Orsi de Uruguay y Sánchez de España, más que dar la imagen de fortaleza y unión anunciada, semejaba una vieja foto de fin de curso color sepia. Una foto atemporal, por lo anodino y repetitivo del evento.
Regresamos al jurásico, los dinosaurios se han despertado de lado y lado.





