Por: Jean Maninat
Todo tiene su final
Nada dura para siempre
Tenemos que recordar
Que no existe eternidad
(Todo tiene su final,
Willie Colón-Héctor Lavoe)
Todo tiene su final, nada dura para siempre, es un axioma de sobremesa extendida, la clave del cajero automático que abre el chorro de las sonseras sin fin sobre la finitud de la vida y las cosas de este mundo. Sus variaciones -esas sí- son infinitas: “No somos nada hermano, polvo”. “Marisca, la vida es un sueño”. “No vale nada la vida, la vida no vale nada…”. Incluso, puede usted arriesgarse y hacer oficio de pasar su vida montado sobre un cajón portando un letrero que rece: ¡El final está cerca, prepárate!, y tenga la seguridad que algún bípedo incauto lo seguirá y saldrá a construir su arca de Noé familiar, o la encargará por Amazon.
El milenarismo cristiano cobijaba la creencia en un Reino Terrenal de Dios tras el regreso del Cristo a la tierra para reinar por 1000 años. Vendría un Juicio Final para la rendición de cuentas de todas las almas. El milenarismo judío sostenía la creencia en un futuro dorado de paz asociado con la venida del Mesías para redimir Israel. Entre sus variantes había los que consideraban la resurrección de los muertos, un Thriller adelantado de tierra abonada y removida por los propios difuntos con los dientes. ¡Atención! La aparición de un Mesías es esencial al cuento del final venidero. (Cuento=Relato).
Los comunistas bolcheviques (que bastante sabían de la práctica política) llamaban peyorativamente “voluntaristas” a las corrientes izquierdistas que apostaban ciegamente a que su sola fe, su creencia en un mañana mejor, y su certeza de estar del lado correcto de la historia, sería suficiente para tomar el poder. Ese izquierdismo maximalista constituía la enfermedad infantil del comunismo que había que superar para llegar al poder. En los tiempos que corren, el narcisismo político maximalista sería la enfermedad infantil de la oposición democrática.
Consignas como: ¡No pasarán! ¡Hasta la victoria siempre! ¡Patria o muerte, venceremos! O la más humilde: ¡Para atrás, ni para tomar impulso! Pertenecen a la misma familia de: ¡Hasta el final! Son enunciados de la voluntad, arengas de la euforia, prótesis discursivas para sostener el espíritu combativo en alto. Una vez pasada la emoción, queda la espera -esperanzada- por los resultados de la admonición propiciatoria, luego la impaciencia por la ausencia de éxitos y por último arriban la desolación y la sensación de haber sido timados una vez más. Preguntemos por allí y veremos.
El final de ¡Hasta el final!, llegó, y no se pudo cobrar el billete ganador como prometido. El discurso que se quedó con el dedo índice pegado en la página del 28/7, un año después, semeja a un mosquito disecado a pie de página, mientras la población (eso que de lado y lado llaman el Pueblo, así, mayúsculo) no tiene quien le hable de sus problemas reales, los del prosaico día a día existencial. Ahogada en el remolino de su ombligo, la oposición no atina a salir a la superficie y decir, al menos, esta boca no es mía.
Quién quita y mientras distinguimos entre los viejos alacranes y las nuevas especies de alacranizados, entre notorios irredentos clandestinos y clandestinos públicos itinerantes, a lo mejor surge una nueva dirigencia opositora desde el círculo de los 50 intrépidos -y sus alrededores- que mantuvieron o ganaron sus alcaldías en contra del ventajismo oficialista y del narcisismo voluntarista de los milenarios del MCM/XXVIII/VII. Todo tiene su final.





