Publicado en: ABC
Por: Carlos Granés
A los tres destructores y 4.500 efectivos que ya patrullan las aguas frente a la costa venezolana, se van a sumar, según informaciones recientes, un submarino y un crucero lanzamisiles. Nicolás Maduro no debe estar nada tranquilo viendo cómo se forma un contingente contingente naval a unos 200 0 300 kilómetros de Caracas, más aún después de que por su cabeza se ofreciera una recompensa histórica, el doble que por la de Osama bin Laden, 50 millones de dólares, y de que Donald Trump autorizara acciones internacionales de sus tropas para enfrentar el narcotráfico. A Maduro y a su cúpula militar se les ha señalado desde hace años de lucrarse con el tráfico ilegal de drogas, y hay indicios fiables de que han aprovechado la vecindad y complicidad con las bandas narcoterroristas colombianas para mover cocaína por su territorio y sacarla al exterior desde sus costas.
Las cartas están sobre la mesa, pero aún no se sabe con exactitud qué partida está jugando Trump ni qué quiere exactamente, más allá de meterle una presión inédita a Maduro a la espera de que negocie su salida o lo traicione su círculo cercano. El pretexto es el narcotráfico, pero es evidente que el costoso desplazamiento de una flota naval y de miles de hombres solo para disuadir a los traficantes o incautar una que otra tonelada de cocaína, parece desproporcionado. Lo paradójico es que esa misma fuerza se quedaría corta en caso de un posible desembarco. La captura de Manuel Noriega, otro dictador caribeño que también cometió fraude en unas elecciones (anuló las de 1989, que perdió) y se involucró en el tráfico de drogas, obligó a Bush padre a desplegar 27.000 marines, entre 25 y 30 buques y más de 300 aeronaves. Y esto en una ciudad mucho más pequeña que Caracas.
Ni siquiera en las más altas esferas del Gobierno de Estados Unidos parece haber claridad de lo que se propone Trump. Hace unos días, en un congreso empresarial celebrado en Cartagena de Indias, el senador republicano Bernie Moreno, de origen colombiano, aseguró que Maduro no llegaría a diciembre en Miraflores. Pero inmediatamente después su contraparte demócrata, el senador Rubén Gallego, también de origen colombiano, bajó las expectativas de la audiencia: Estados Unidos no va a iniciar una guerra en el Caribe, dijo. Y parece lógico que un presidente que llegó al poder criticando las guerras internacionales de sus antecesores, que además fantasea con ganarse el Nobel de la Paz y asegura estar resolviendo un conflicto internacional cada semana, no quiera tomar el riesgo de una invasión militar en un continente históricamente hostil a Estados Unidos. También es cierto que ese mismo pacifista lanzó un misil descomunal sobre las instalaciones nucleares de Irán, una operación mucho más riesgosa que una intervención en un país que detesta a su dictador. Todo es posible, parecería, o al menos eso es lo que quiere Trump que piense Maduro. Estamos ante una intervención distinta, basada en la presión y el desgaste, cuyo desenlace aún tardará en llegar.





