Publicado en: ABC
Por: Karina Sainz Borgo
Camino en dirección a la calle Concepción Jerónima, en Madrid. Llevo prisa, pero no tanta como para no detenerme ante una vi-trina. «Esta librería está en contra del genocidio en Gaza». Hay tanto de declaración como de advertencia. Es breve, fugaz. Invita a tomar par-te. A los pocos días, un buen amigo me escribe preguntándome si debe hacer pública su posición sobre Gaza en sus redes sociales. Por qué tanto afán, pregunto. «La mayoría lo está haciendo», me dice como si de un reto viral se tratara. Pocos días después, en Sol, me topo con un grupo de personas con banderas de Palestina. Gritan consignas. Un joven se detiene a exponer su punto de vista sobre lo que él considera que está ocurriendo con el terrorismo de Hamás. Los manifestantes pasan de pedir a la paz a corretear al chico al grito de sionista. Gritan todos.
Muchas figuras se han manifestado exigiendo el cese del genocidio perpetrado por Israel. Esos son los términos exactos con el que públicamente se enuncia. Breve, directo. El asunto ha ido a más en el número y la forma concreta de plasmación de ese malestar. El territorio de la expresión se abre paso a la emoción. El desahogo y la reprimenda, en muchas ocasiones, están por encima del deba-te. Pensar e intervenir con ideas propias ha sido siempre un territorio jabonoso, una pendiente muy resbaladiza, pero no exenta de palabras. El lenguaje articulado dota de sentido nuestra capacidad para pensar el mundo. Las actrices que protagonizaron el polémico pregón en las fiestas de Sants (Barcelona), Esther López y Júlia Truyol, acabaron convirtiendo la reivindicación en un ejercicio pulmonar, una catarsis o en un berrinche. Gritaban.
Pedían un castigo para Israel. Y gritaban. Sí, eso: gritaban. Mucho
A lo largo de la historia, los hombres y mujeres han cultivado la palabra, las ideas, la imagen y el sonido como mecanismo para abordar y explicar el mundo. Un sistema de pensamiento adaptado a un lenguaje. Los hubo impresores, editores y agitadores como Giulio Einaudi, iconos y faros del exilio como María Zambrano, libérrimos como Albert Camus o los capaces de refutarse a sí mismos como Octavio Paz. Desde el J’acusse..!, de Zola, hasta hoy. las siluetas de quienes piensan van dejando paso a una masa mucho más informe y líquida que se desparrama ya no en el manifiesto -instrumento moderno y voluntarioso por excelencia-, sino en el patrullaje y, sobre todo, en la brevedad y la fugacidad de la idea. Grabar un video de Instagram. Hacerse notar: De alguna manera, las redes sociales y la pre-dictibilidad de la era digital -mensajes cortos, en bucle- hacen imposible esgrimir un libro de Hannah Arendt como un lugar desde donde opinar sobre los errores del Estado de Israel y las consecuencias directas sobre Palestina. Cuando el formato de la opinión no es viralizable se convierte en objeto de sospecha. Si los tipos móviles desembocaron en un cambio de paradigma, el contenido digital nos ha colocado a un lado del lenguaje, una forma postalfabeta de habitar el mundo.





