Por: Jean Maninat
¡Silenciooo señores, silencio, llamen a corredores y entren a la partida… veeengan los gallos, veeengan los gallos, señores!
Pregón llamando a pelea de gallos en el palenque.
En esa pequeña joya que es Biografía del Caribe, su autor, Germán Arciniegas, bautiza el Caribe como la “gallera universal”. Españoles, ingleses, franceses y holandeses se dividían a cañonazo limpio las islas y sus aguas, tan solo mortificados por los bucaneros y piratas que contrataban a su servicio para hostigarse mutuamente. Hasta los idílicos daneses y los devotos protestantes escoceses se dejaron embrujar por la aventura caribeña. Las islas antillanas pasaban de mano en mano entre las grandes y pequeñas potencias europeas que habían hecho del mar caribe el lago trasero de sus ambiciones coloniales.
Los EEUU, entonces the new bully in the block, reclamaría su potestad sobre la región a través de la Doctrina Monroe (1823) exigiéndo a los europeos mantener narices, compañías y cañones fuera de la región. “América para los americanos” fue la consigna (sin dejar muy claro quiénes eran los “americanos”). Las cosas se irían aclarando en 1898 con la guerra hispano-estadounidense, cuando los norteamericanos interfirieron en la tímida guerra de independencia cubana, gracias a la explosión del acorazado Maine en la bahía de La Habana. Nunca se supo con certeza quién detonó el artefacto que hundió la embarcación: si los gringos como auto-provocación para declarar la guerra, o los españoles en un arranque de orgullo militar. Lo cierto es que los ibéricos saldrían caribeados de la aventura y perderían Cuba y Puerto Rico en el Caribe y Filipinas y Guam en el Pacífico. España ya nunca sería la misma…y los Estados Unidos tampoco.
El llamado del palenque continuó haciendo de las suyas, y apenas en los años 60 del siglo pasado, en lo más caliente de la Guerra Fría, se volvió a escuchar el pregón de los galleros. Una vez más, una isla de las Antillas sería motivo de una confrontación entre dos grandes potencias -ya no marítimas, pero sí nucleares- en un juego de brinkmanship que mantuvo en vilo a buena parte del planeta: la Crisis de los misiles. El desenlace es conocido: la Unión Soviética y los Estados Unidos de América pactaron el desmantelamiento de las bases de misiles soviéticos en Cuba a cambio de no invadirla, y el retiro de los misiles nucleares americanos en Turquía. Alentados por Fidel, los militantes cubanos salían a la calle a gritar a ritmo de conga: “Nikita, mariquita, lo que se da no se quita”. Y allí quedaron las cosas.
Cuando creíamos que las aguas del Caribe mar habían sido definitivamente amansadas por la insolencia gregaria de los cruceros turísticos all inclusive, y que Jack Sparrow -de la mano de Disney-sería el último pirata que buscara santuario entre el sin fin de recovecos y escondrijos que ofrecen sus costas, henos aquí que una poderosa flota -que nadie ha avistado todavía- al mando de un poderoso presidente -que todo el mundo ha visto hasta en la sopa- decide desintegrar una embarcación con once personas a bordo bajo la presunción de que transportaba un cuantioso alijo de drogas desde Venezuela.
Hasta este instante, en que tecleamos el término tecleamos, no hay restos encontrados de los tripulantes, del alijo de estupefacientes que supuestamente transportaban, ni noticias desde dónde zarpó la embarcación, a dónde se dirigía, o en qué coordenadas caribeñas le alcanzó el artefacto que la convirtió en una llamarada en un video de dudosa identificación. (¿No hay siquiera deudos que reclamen los cadáveres?). Una versión oficial venezolana borró la embarcación, la mercancía y los tripulantes: sostiene que es manufactura de IA imperialista. Un barco fantasma, el Holandés Errante tropicalizado por los yanquis para justificar venideros atropellos.
Según el diario español El País, el Secretario de Estado, Marco Rubio, sentenció sobre el ataque: “Puede pasar de nuevo, mañana, o en una semana”. De manera tal que está cantado, a nadie puede sorprender que lo abrupto sea la norma, la zozobra la forma cotidiana de respirar. El espectro de una flota norteamericana artillada y poderosa seguirá allí, insomne, acechante, siempre listo para actuar, para temor de cuanta bañera con motor se atreva a soltar amarras y navegar desprevenida buscando carites. Hay gallos en el Caribe.





