Por: Jean Maninat
Claro que puede, y además hacerlo con el apoyo entusiasta de eso que llaman el “pueblo”, que no es más que el agregado de ciudadanos y ciudadanas al que se le presume una facultad, un olfato sobrenatural, para escoger al candidato o candidata que más le va a engañar una vez electo en el poder. Mientras más estrafalarias sean las actuaciones, performances y demás comparecencias públicas del escogido, más explosivo será el entusiasmo, más fuerte la entrega de las “masas” a su causa. (Las “masas” son iguales al “pueblo”, pero peores. M=P+P). Se da una simbiosis entre el deseo de autoflagelación de la sociedad y el chivo que más micciona en la manada.
El simbionte mayor, el mero mero, es asumido como tótem social -o se vende como tal- y responde a sobrenombres, motes, apodos que subrayan su trazos de carácter e intentan capsular su presencia en un término que lo defina: el Benemérito, el Galáctico, el Padrecito, el Pejelagarto, el León, el Loco. En casos extremos de afecto producto de la enajenación de los roles internalizados durante la juventud temprana, pueden surgir denominaciones tales como: el Flaco, el Loco, la Libertadora, el Peluchín. “Yo estoy con el Loco…” decían del presidente ecuatoriano, Abdalá Bucaram, destituido precisamente por… incapacidad mental.
El último modelo salido de la factoría de mandatarios extravagantes, Javier Milei, sacudió la sociedad argentina armado de una motosierra, un peinado exótico de Wolverine porteño, una fijación con los mandriles en posición sumisa y un vertedero de improperios en contra de sus contendores a guisa de lenguaje político. Sus reuniones partidarias semejan conciertos rockeros adolescentes, donde él oficia vestido de cuero negro arengando a la chiquillada de mayores de edad -muchos con familia y obligaciones- con consignas ideológicas e improperios. Imperturbable, el Jefe, su hermana, vigila que todo marche bien en los conciertos, en Palacio, en el Congreso de la República, en el partido La Libertad Avanza y con la comida de los perros con hocicos de pocos amigos que esperan en casa. “Big sister is watching you”.
Pero no todo sigue bien, a pesar de la ligereza con la cual una parte -¿todavía mayoritaria?- de la sociedad argentina aceptó y le aplaudió su autosuficiencia, nepotismo, gusto por los viajes personales a cuenta del erario público, y desprecio por las formas republicanas y democráticas.
Precisamente ahora, cuando necesitaba de quienes fueron sus aliados iniciales -y luego madreados- para sostener una política económica que en lo fundamental es pertinente, no los encuentra, espantados por sus desprecios y humillaciones y por el contundente varapalo que recibió frente al peronismo, en las recientes elecciones legislativas de la provincia de Buenos Aires. No las tiene bien quien pretendía enterrar a “la casta” y cada día parece más bien darle oxígeno por respiración voto a voto.
Las próximas elecciones provinciales de Argentina, el 26 de octubre, anuncian tempestades y no parece que las salidas intempestivas y desopilantes puedan conjurar los vientos engrinchados que su falta de preparación para la política (se pueden ganar elecciones y perder el Gobierno al mismo tiempo por impericia política), han traído. En el ejercicio payasesco escogido como marca política personal, se están sacrificando una serie de políticas económicas que, de ser avanzadas con los ojos puestos en las diferencias y particularidades de cada sociedad, negociadas con los “otros”, suelen dar resultados provechosos.
¿Puede un clown ser presidente de un país? Sí puede, otra cosa es gobernar.





