Publicado en: Polítika UCAB
Por: Trino Márquez
En lo que va del siglo XXI, Estados Unidos se ha convertido en una nación cada vez más violenta. En lo que va de 2025, según la organización Gun Violence Archive, han ocurrido más de 310 tiroteos masivos, provocando al menos trescientas víctimas fatales. El propio Donald Trump, durante su campaña electoral, fue objeto de un ataque que por poco le cuesta la vida. Salió casi ileso de forma milagrosa.
En medio de este clima tan crispado por causas ideológicas, culturales, políticas y sociales, se produjo el atentado fatal contra Charlie Kirk, el poderoso influencer y activista político ultraconservador estadounidense, cercano colaborador de Trump, uno de los líderes de opinión del movimiento MAGA (Make America Great Again), militante a favor del uso particular de armas, incluidas las de largo alcance, declarado enemigo del aborto y del movimiento LGTB, entre otras banderas de la derecha radical norteamericana. Su asesinato a manos de Tyler Robinson parece una ironía del destino: murió debido a la ira de un joven de apenas veintidós años de edad, hijo de padres republicanos. Su progenitor le enseñó a disparar con precisión y a cultivar su amor por las armas de fuego. El defensor a ultranza del uso privado de armas letales fue víctima de un ser humano que practicaba las creencias del reconocido líder de masas.
La respuesta del gobierno de Trump ante ese injustificado crimen ha sido patética. La primera reacción del presidente fue acusar sin ninguna prueba, como suele hacer, a la izquierda ‘asesina’. Su criterio no varió de forma significativa cuando las pesquisas condujeron a determinar que se trataba de un hombre joven, sin antecedentes penales, sin militancia política conocida y hasta buen estudiante, para más señas.
Luego se ha establecido que Tyler Robinson había macerado su rabia contra Kirk porque consideraba que este hombre público alimentaba el odio entre los norteamericanos, ejerciendo una influencia negativa entre los jóvenes. Estas informaciones no han modificado el criterio del jefe de la Casa Blanca ni el de sus allegados más cercanos, que continúan con sus diatribas contra la ‘izquierda’, el Partido Demócrata y la inmigración. En la respuesta puede apreciarse una mezcla de xenofobia, supremacismo ideológico, y desprecio por la pluralidad y las diferencias políticas.
La muerte de Charlie Kirk se tendría que haber convertido en una oportunidad para llamar a todos los sectores del país a reflexionar sobre la nación que está construyéndose, los errores que están cometiéndose, los monstruos que la sociedad está fomentando, las deficiencias de la educación, las deformaciones que están promoviendo el uso irresponsable de las redes sociales, los conflictos existentes dentro de las familias norteamericanas, el acceso casi indiscriminado a armas de fuego con alto poder destructivo. Todos estos temas, y muchos más, tendrían que ser analizados en la actualidad en los medios de comunicación masivos, las universidades y centros educativos en todos los niveles. Habría que promover investigaciones académicas que establezcan las raíces del descontento y el malestar que lleva a que adolescentes, desempleados, jóvenes de distintas clases sociales y, en general, personas de distintos niveles socioeconómicos descarguen sus armas contra individuos determinados, o de forma indiscriminada en una escuela secundaria, en una universidad, en una iglesia o en un parque recreacional. Ningún espacio público se encuentra resguardado de la rabia de personas que se aprovechan del derecho que otorga la Constitución, para acabar con la vida de personas inocentes.
Abordar de forma descarnada el problema de la violencia en todas sus manifestaciones, constituye uno de los retos cruciales de la sociedad norteamericana. He visto que numerosos analistas en diferentes medios impresos y audiovisuales insisten en la urgencia de tratar el tema y convocar al país a que se aboque a examinarlo sin complejos de ningún tipo. En esa cruzada, el papel del Gobierno federal resulta esencial. Tendría que accionar todos sus resortes para que la nación se decida enfrentar la violencia de forma coherente y global.
Sin embargo, Trump sigue empeñado en mantener su estrategia basada en la confrontación abierta y permanente. Su discurso y acción no forman parte de la solución, sino del problema. No parece el presidente de Estados Unidos, sino el jefe de una facción belicosa, sectaria e intransigente, que se recrea con atizar la violencia, en vez de combatirla. Su ideología domina claramente dentro del Partido Republicano. No existe ninguna tendencia con capacidad de cuestionarlo. Ni siquiera de moderarlo. El Partido Demócrata, por su lado, se nota extraviado. Sin fuerza para enfrentar ese torbellino llamado Donald Trump, que se mueve impulsado por prejuicios raciales y nociones primitivas acerca de cómo se teje la coexistencia en sociedades complejas. Pareciera creer que mientras más se acrecienta la pugnacidad, más se unifica la sociedad; más odio, más miedo, más cohesión. Grave error.
Estados Unidos está perdiendo la oportunidad de enfrentar de modo integral el problema de la violencia a partir del asesinato de Charlie Kirk. Una pena.





