Publicado en: Ideas de Babel
Por: Antonio Llerandi
En los años sesenta del siglo pasado deambulaba por diferentes sitios de la bulliciosa ciudad de Caracas, un individuo ecuatoriano que había recalado en la Venezuela petrolera de ese entonces, haciendo presentaciones callejeras, su parafernalia —que muchas veces me detuve a observar— consistía en armarse, en el sentido de armadura no de armas, de una multiplicidad de instrumentos musicales que hacía sonar con todas las partes de su cuerpo y que constituían tales armonías que alguien en ese entonces decidió llamarlo el hombre orquesta.
Ha habido en nuestra historia quizás muchos compatriotas que han ejercido, con más o menos aciertos, múltiples tareas, pero creo que hay uno que ha hecho tantas cosas y de tal calidad, que me atrevería a calificarlo como otro hombre orquesta, y no porque sea músico, sino porque incluso la música y su conocimiento también forma parte de su bagaje.
Ese individuo, quizás uno de los venezolanos más conocidos nacional e internacionalmente es César Miguel Rondón, a quien conozco desde esos años sesenta del siglo pasado, pues en esa época yo ejercía la docencia como profesor de matemática que fui en el Colegio Altamira, sito en la urbanización de ese nombre en Caracas. Allí incluso comenzó a gestarse un movimiento de jóvenes, sumamente preocupados por el acontecer nacional, que, aupados por otro profesor, Joaquín Marta Sosa, joven copeyano para ese entonces y escritor reconocido después, les fue inculcando y promoviendo el interés del país, incluso algunos de ellos bajo la égida de Pablo Antillano desarrollaron una revista, Reventón, que llegó a tener una gran importancia en la opinión pública sobre el acontecer nacional, tanto que incluso la clausuraron.
Pero volviendo a nuestro individuo en ciernes, César Miguel, como es universalmente conocido, nació emigrado, pues lo hizo en la ciudad de México, donde su padre, César Rondón Lovera, dirigente del partido Acción Democrática, vivía con su madre —recientemente fallecida a los 103 años— y alumbraron —jamás un verbo había sido tan bien utilizado— a este chiquilín, que regresó a Venezuela, su verdadero país, una vez caída la dictadura de Pérez Jiménez.
César Miguel y yo, además de ser amigos desde siempre, tenemos muchos otros en común, y alguna vez a través de ellos, sobre todo los que trabajaron con él en algún momento, me comentaron que César Miguel tenía una extraña costumbre: la de comer papel. De ahí el título de esta reseña. No me queda claro la razón de esta extraña conducta, poco usual entre los humanos y más bien de esos que denominamos chivos, aunque nada más alejado de esa raza que César Miguel.
Tiempo después he estado meditando acerca de esa extravagancia de él, y he llegado a la conclusión —aunque no se la he comentado— que era porque el tiempo no le alcanzaba para mantenerse informado, debido a las tantas cosas que hacía, y trataba por todos los medios, incluso por el inusual gastronómico, de enterarse de eventos para los cuales el tiempo, el efímero tiempo, no le bastaba.
Y creo que el tiempo no le era suficiente, porque dificulto que haya habido en las últimas épocas nacionales, alguien que haya trabajado tanto y durante tanto tiempo como él. Ha sido escritor de exitosas telenovelas —12 en total— además de varias decenas de series y miniseries, ha sido ejecutivo de televisión, periodista a tiempo repleto, escritor y actor de obras de teatro, parió una obra monstruosamente grande sobre la música latina, El libro de la salsa, que de alguna forma justifica el que lo haya asimilado al hombre orquesta. Ah, y además le ha dado tiempo de parir también cinco hijos y ser un amantísimo padre. Aunque parezca mentira todo eso en una sola persona. La admiración y la envidia por tantas y tan buenas cosas que ha hecho, incluso me han hecho pensar que se quedó calvo a temprana edad porque los pelos le molestaban y le distraían el cerebro de la infinita información que quería acumular.
El emigrante nacido ha vuelto a emigrar, perseguido —como tantos otros— por tratar de ser libre y de comunicar las verdades. Pero para César Miguel pareciera que no hay nada que lo detenga, y en el actual Miami ha vuelto a sus andadas, y quizás la que más lo atrae, además de la música y la lectura, la radio, la televisión y la opinión. Tiene de lunes a viernes un programa, En Conexión, que hace prácticamente él solo, aunque con la amorosa ayuda de Flor Alicia y me imagino que de algún otro, donde además de opinar, entrevista a innumerables personas duchas en los variados temas que analiza y a los cuales suele interrogar para avanzar en el conocimiento de los hechos.
Y es por esto que quiero hacerle un llamado a nuestros compatriotas venezolanos y en general a todos los latinos —porque su programa es en español, ese gran idioma— que si quieren estar informados, en ese día a día cotidiano, de saltos y zozobras que estamos viviendo, que oigan a César Miguel, una persona ponderada, que siempre está tocando lo importante del momento, con objetividad y sin aspavientos, totalmente alejado de tantos opinadores microfonísticos que lo único que hacen es repetir las mentiras y falsedades que propugnan las dos falacias que nos engullen: la del régimen venezolano y las de la administración estadounidense. Dense un espacio para la reflexión y la cordura, mal no les hará.





