Jean Maninat

¡No maten la esperanza! – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

“Siempre encontraremos alguna cosa que nos produce la sensación de existir”.

Samuel Beckett, Esperando a Godot.

El artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos a Perder el Tiempo establece que: “Todos los seres humanos nacen libres para hacer con su tiempo lo que les venga en gana y, dotados como están de una inagotable capacidad natural para perderlo, nadie debe impedir que lo hagan”. De manera tal que mal podríamos, como género humano, dedicarnos a destrozarle al prójimo las esperanzas que se ha ido labrando con ahínco, sobre todo cuando la sabiduría popular ha determinado que “la esperanza es lo último que se pierde”. Sin embargo, persiste entre los bípedos sapiens la manía de arruinarse los unos a los otros la capacidad de esperar, ilusionados, “algo” que vendrá  a conmocionarles la vida para mejor.

La Penélope de Serrat languidece esperando sentada en un banco en el andén a que regrese el joven que se fue prometiendo pronto volver, mas cuando lo hace ella prefiere seguir esperando que lidiar con el espectro retornado. ¿Podemos culparla de que prefiera la dulce espera? La Penélope de Homero al principio no reconoce al Odiseo-Ulises que regresa a Ítaca 20 años más viejo y gastado por los viajes, sin embargo, luego de que le describe el lecho conyugal que él mismo hizo de un olivo, ella lo prefiere sobre la cohorte de pretendientes más jóvenes y fogosos que le tenían el ojo puesto al lecho y

quien allí dormía. ¿La podemos culpar por preferir carne ajada pero experimentada y poner así fin a la asediada espera?

En la Pequeña Venecia, tierra de innovaciones, han surgido poderosos grupos de creyentes en obstinada espera de un Quetzlcóatl rubio y lampiño que surgirá del Mar Caribe para liberarlos de todo el mal imperante. No aceptan relatos, ni narrativas (dos términos fundacionales del Lenguaje de la Liberación que inventaron) que pongan en duda la existencia de una poderosa flota armada congregada en aguas del Mar Caribe para liberarlos quirúrgicamente, bien sea por la vía geográfica de la ocupación territorial selectiva o la vía odontológica de la extracción selectiva de piezas clave sin anestesia. En las discusiones con grupos inapetentes de “relatos” y “narrativas” que engorden la ya robusta facultad de fantasear a la cual son propensos en el país, han esgrimido la máxima latina de: Noli spem interficere, (No maten la esperanza). Ante la posibilidad de ser acusados de un crimen tan terrible como el esperancidio, importantes sectores políticos y actores en las redes han decidido no insistir más en el tema de la flota que flota en el Caribe, para no herir susceptibilidades adyacentes o remotas.

Y no dejan de tener razón, la gente tiene todo el derecho a esperar a quien quiera esperar para que le ilumine la vida. O creer que una flota extranjera vendrá a liberarlos de la situación que viven de un momento a otro. Insistir en la duda -por más limpiamente cartesiana que se pretenda- es un acto de villanía comparable al de birlarle a una niña la pelota bateada de jonrón que recién atrapó en un estadio repleto. O contarle la verdad sobre la verdadera identidad de San Nicolás a una criatura inocente… con 18 años cumplidos.

¡No maten la esperanza!

 

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