Publicado en: El Universal
En la antigüedad clásica el dictador era una figura provisional establecida en la constitución, con la que el Senado otorgaba a alguien poderes extraordinarios para enfrentar una crisis. El término carecía de las connotaciones ominosas de hoy, sinónimo de tirano, usurpador del poder. La “crisis orgánica”, término de Gramsci, se parece al “estado de emergencia” alteración grave del orden público que rebasa las capacidades del aparato policial y de la institucionalidad. Un desastre natural o agresión extranjera, que obliga a movilizar la maquinaria del Estado, incluidas las fuerzas armadas, para fines civiles.
El “estado de excepción” (en Venezuela hay tres modalidades: alarma, emergencia y conmoción. Arts 338-341. CBV) implica en otras nominaciones, estado de sitio o toque de queda, que se traduce en poderes especiales con la eventual suspensión provisional de algunas garantías constitucionales por acuerdo entre los poderes ejecutivo y legislativo. En Roma el Senado nombraba dictador por seis meses prorrogables, lo que llama Carl Schmitt, dictadura comisarial, por ser un comisionado no soberano quien la ejerce. Por el contrario, tirano definía en Roma al usurpador del poder. Uno de los crímenes más cobardes de la historia se perpetra contra Julio César, no por dictador, función que ejercía legalmente.
Lo asesinan porque suponían que aspiraba ser tirano, pese a rechazar la corona repetidas veces. Irónico que con César muere también la república y Octavio se convierte en emperador. Otra ironía es que todos sus asesinos murieron a su vez apuñalados y Dante los arrojó al rincón más siniestro de infierno, junto a Judas. Durante la Revolución Francesa el término dictadura pierde su legitimidad constitucional y comienza a usarse despectivamente contra Robespierre, Marat y Danton. Marx habla incidental y despreocupadamente de “dictadura del proletariado”, mientras se cumplía su abominable ilusión de expropiar los medios de producción y “destruir el Estado” para implantar el comunismo. Desde finales del siglo XIX y hasta la segunda década del XX, el concepto de dictadura adquiere ya definitivamente las propiedades negativas que tiene hoy, por acción de la socialdemocracia y otros centristas, condenada en tanto régimen político de fuerza. Ahora dictadura es sinónimo de tiranía, antagónica a los valores esenciales: democracia, representación y Estado de Derecho. La reconstrucción negativa de concepto se debe a Ortega, Weber, Kelsen, Martov, Goldman, Kautsky, Bernstein, Zweig, Luxemburgo, Mann, que actualizan su sentido, mientras aparecía un nuevo monstruo en forma de dictadura moderna, el totalitarismo.
Los mencionados delirios fantasmagóricos de Marx sobre la “dictadura del proletariado”, dan piso a Lenin para crear el hiper Estado totalitario, nuevo y espeluznante. Los expertos estudiaron comparan el par categorial dictadura totalitaria-dictadura tradicional y concluyen que en la primera el Estado anula los principios de privacidad, incluso la familia, se traga la sociedad, destruye los valores de las revoluciones francesa y norteamericana y convierte a los seres humanos individuales en piltrafas. Las tradicionales se valen específicamente de los mecanismos del Estado para ejercer la dominación y dejan espacio a la vida civil.
Las totalitarias ejercer una dominación en profundidad del alma humana, apuntan al control integral de la comunicación, información, trabajo, educación, pensamiento y vida familiar. No hay partidos, medios independientes, patria potestad, escuelas privadas, ni elecciones. Quieren cambiar la naturaleza humaba, crear al hombre nuevo; obligan a la participación forzada de todos en el apoyo al sistema, incluso a los niños, a través de organizaciones sociales de militancia obligatoria. Las dictaduras tradicionales promueven la quietud y la apatía de los ciudadanos, los empujan a refugiarse en la privacidad y evitar la vida pública. “Si Ud. no se mete con la política, la política no se meterá con Ud.”, dicen que dijo “Chapita” (si no hay faldas o tierras de por medio).
Soltzhenitsyn describe a Iván Denisovich afanado en construir la cárcel donde lo recluirían. El totalitarismo obliga a los seres humanos a involucrarse activamente en su enajenación. La primera intuición perspectiva de un régimen total, aun no del concepto, es de Dostoyevski, al narrar en Los demonios el debate de un grupo terrorista ruso. El término “sistema totalitario” lo utiliza por primera vez Benito Mussolini y a partir de él, Giovanni Gentile, aunque su régimen, paradójicamente, no lo fue. Gran parte de los primeros críticos del totalitarismo provienen de los antifascistas italianos, Amendola, el británico Borkenau (El enemigo totalitario) Simon Weil (Reflexiones sobre la libertad y la opresión), Canetti (Masa y poder) Arendt (Los orígenes del totalitarismo), Brzezinski (Dictadura y autocracia totalitaria).
Aunque lugar común, hay que citar 1984 de George Orwell, su esplendorosa versión literaria. La teoría de la dictadura tradicional de la que más nadie se ocupó, prácticamente desaparece, engullida por los horrores totalitarios stalinistas, nazis, maoístas, polpotianos y fidelistas. Estos regímenes desgarran el siglo XX, ponen en jaque la civilización y parten la historia. En consecuencia, desde entonces hasta los países comunistas optaron llamarse “democracias populares” y Pinochet habla de “democracia autoritaria”. Se disfrazan con eufemismos: “democracia real;”, “democracia directa”, “democracia económica” y otras tonterías.
Luego de la Primera Guerra, juristas y filósofos políticos, Kelsen, Heller, Loewenstein, Schmitt, debaten sobre la crisis de la República de Weimar y cómo enfrentar “estado de emergencia” o “estado de excepción”. La respuesta de Hitler es brutal: el golpe de Estado en Múnich, que argumenta en Mi Lucha, como el uso de la violencia para implantar la violencia. Su ideólogo personal, Carl Schmitt, neoabsolutista, nacionalsocialista y totalitario, la edulcora, y envenena. Plantea detrás de un lenguaje filosófico asombrosamente convincente, lo mismo que Hitler: en la emergencia, el poder debe pasar a quien tenga la opción de ejercerlo de facto, porque puede y porque quiere.
Esto coincide con lo que Lenin llama “situación revolucionaria” y sustituye la idea de tirano por el líder revolucionario, el caudillo redentor, el führer. Kelsen, Loewenstein, Heller, plantean restablecer la estabilidad institucional por medio de un cuerpo colegiado, mientras Schmitt proponía más bien encomendar a un caudillo para destruirla. Desde los años 70, Schmitt, a través de Antonio Negri, se ha convertido en filósofo esencial de la izquierda revolucionaria, sin que ella lo sepa. Dice Schmitt: “basta con que sea… diferente y extraño…para plantear conflictos con él”.





