Por: Manuel González Ruiz
Palabras que nacieron para construir un mundo mejor hoy se usan para descalificarlo.
Cada vez con más frecuencia, términos como izquierdista, progre o woke se lanzan como insultos. Se usan para ridiculizar cualquier idea que cuestione el orden establecido.
¿Por qué? Porque hablar de justicia social incomoda, defender la igualdad amenaza privilegios y abrir los ojos ante la desigualdad obliga a replantearlo todo.
El problema no son las ideas, sino el miedo que provocan. No está en quienes las defienden, sino en quienes las atacan —a veces sin entenderlas, otras porque las entienden demasiado bien.
El caso venezolano pesa. El chavismo —devenido en madurismo— nunca fue un proyecto auténtico de izquierda: fue, desde el inicio, una estructura autoritaria que usó el discurso social como camuflaje para alcanzar el poder.
No buscó la igualdad, sino el control; no construyó justicia, sino clientelismo; no fortaleció instituciones, sino que las vació. Hoy sigue disfrazado de “revolución popular” mientras oprime y destruye derechos.
No fue la izquierda la que se equivocó: fueron quienes usurparon su lenguaje para traicionarla y captar a millones de seguidores descontentos con los partidos tradicionales.
Ese daño ha sido aprovechado por otras fuerzas políticas. PP y Vox en España, o los republicanos MAGA en EE. UU., repiten esos términos con desprecio para ridiculizar el feminismo, los derechos LGTBI+, la igualdad racial o la lucha contra el calentamiento global. Lo hacen por estrategia o por ignorancia, pero siempre con un objetivo: debilitar el lenguaje del cambio y blindar el statu quo.
Pregúntate: ¿por qué se usan así? ¿A quién beneficia que se conviertan en insultos? ¿Y qué dice de nuestra sociedad que exigir empatía o justicia se perciba como una amenaza?





