Soledad Morillo Belloso

Ataque en Bogotá – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

El atentado contra Luis Alejandro Peche Arteaga y Yendri Omar Velásquez en Bogotá no es solo un acto de violencia: es una fractura en el tejido de la esperanza migrante, una punzada que nos obliga a mirar de frente la fragilidad de la vida cuando se vive en resistencia. No basta con cruzar una frontera para estar a salvo. A veces, el exilio es apenas un paréntesis entre persecuciones, una pausa que se llena de miedo, de memoria, de dignidad sostenida con uñas y palabras.

Peche y Velásquez no son solo víctimas: son cuerpos que encarnan la valentía de seguir diciendo, de seguir siendo, de seguir luchando en voz alta. El ataque que sufrieron no apunta solo a ellos, sino a todo lo que representan: la disidencia, la pluralidad, la denuncia, la ternura política. Porque defender derechos humanos, analizar con lucidez la tragedia de un país, vivir la identidad con orgullo, es en muchos contextos un acto de desafío. Y ese desafío incomoda, molesta, amenaza.

Bogotá, ciudad que acoge y también duele, se convierte en escenario de una violencia que no respeta mapas. ¿Qué significa estar a salvo cuando el odio viaja, cuando la intolerancia se infiltra en los pasillos del refugio? ¿Qué responsabilidad tienen los Estados que reciben a quienes huyen, cuando el peligro se disfraza de vecino, de sombra, de bala?

Este atentado nos confronta con una verdad incómoda: la memoria migrante no es solo nostalgia, es también riesgo. Quienes la portan, quienes la narran, quienes la convierten en palabra pública, están expuestos. Porque la memoria que denuncia es peligrosa. Porque la dignidad que no se arrodilla es subversiva.

Pero también hay algo más profundo que se revela en este dolor: la capacidad de la comunidad para transformar la herida en ritual, en canto, en compañía. No fueron solo dos hombres los que sangraron. Fue una red entera de afectos, de luchas, de sueños compartidos. Y esa red, aunque golpeada, puede volverse más fuerte, más lúcida, más amorosa.

La pregunta que queda no es solo quién disparó, sino qué vamos a hacer con esta herida. ¿La dejaremos pudrir en el silencio o le pondremos altavoz? ¿La esconderemos por miedo o la cantaremos por justicia? Porque escribir sobre esto, nombrarlo, es también un acto de resistencia. Es decir: no nos callamos. No nos rendimos. No nos olvidamos.

 

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