Por: Jean Maninat
“Mientras más conozco a los políticos actuales, más admiro a Rómulo Betancourt”.
Anónimo Piccolo Veneziano.
Es harto conocido -y poco emulado- que Rómulo Betancourt, luego de su segunda presidencia (1959-1964), se retiró por un tiempo a la ciudad de Berna, capital de la Confederación Suiza, uno de los conglomerados humanos más fastidioso que ha engendrado el aburrimiento humano. No existían, entonces, las tan vilipendiadas redes sociales, si acaso el teléfono umbilical, o el télex, y las noticias familiares por correo llegaban cuando los jóvenes recién casados ya se habían divorciado, o los muertos regresado de la parranda más vivos que nunca. Era, probablemente, lo más cercano a enterrarse en un monasterio budista. Pero, en fin, eran tiempos cuando los políticos usaban traje y corbata, leían y hasta libros escribían, y cultivaban cierto pundonor y respeto por el oficio. Fue un acto de pedagogía política y perdonen el olor a naftalina.
Los expresidentes gringos no pataleaban, no amenazaban con quedarse, cumplían su mandato y se iban a buscar esos horribles muebles de estantería estilo Colonial, Neoclásico, Victoriano o Chippendale para amoblar una biblioteca que llevaría su nombre y que nadie visitaría jamás… salvo para pedir prestado el baño público en una urgencia de carretera. Ahora les da (al menos a los más progres) por producir especiales de televisión y ya no tardan en montar un musical en Broadway del tipo, Barack & Michelle, con letra, música y guión de Lin-Manuel Miranda. No queremos ni pensar en el salón de baile (Ballroom) que anuncia como legado arquitectónico el actual inquilino reincidente de la Casa Blanca. Sí, usted dirá con razón que ese es el “menos peor” de los legados.
Desde Indonesia, en visita oficial, a miles de kilómetros de Brasil, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva anunció que pretende presentarse a la reelección para un cuarto mandato en 2026. No, no está quebrantando la Constitución, ni ninguna ley electoral, ni siquiera un acuerdo tácito, simplemente está ejerciendo su derecho de aferrarse a la presidencia de la República, como un Evo Morales cualquiera. Todo dentro de la ley. Es lamentable que quien representó una opción de izquierda (lo qué eso signifique hoy en día) alejada de los dogmatismos económicos soviéticos y la fraseología inútil y retadora del Socialismo del siglo XXI, insista en ser él y solo él quien represente a su partido y sus aliados, hasta que su cuerpo y el electorado aguante, en la más firme tradición autoritaria hoy universal. El “legado”, corre el peligro de terminar siendo las marcas de la uñas rasgando la superficie del escritorio presidencial en un último intento de aferrarse a él.
¿Qué diferencia al veterano viejo Gandalf de la izquierda iberoamericana en su apetito por mantenerse en el Palacio de Planalto, del de Pedro Sánchez por seguir durmiendo, a toda costa, en La Moncloa? Nos atrevemos a pensar que tan solo los separa el Tratado de Tordesillas que en 1492 dividió los territorios conquistados fuera de Europa entre Castilla y Portugal, porque el alibi es el mismo: la lucha en contra de la derecha internacional. ¿Y qué del intento de golpe de Estado de Bolsonaro para seguir en el poder y la reelección inconstitucional de Bukele, ambas movidas realizadas en nombre de la lucha en contra de la izquierda internacional? Los Eternos no son de izquierda o de derecha, solo quieren mando sin interrupciones.





