Publicado en: El Nacional
Por: Ángel Oropeza
La semana pasada, en el marco de la celebración del mes de Alemania, se realizó en la Universidad Católica Andrés Bello un muy interesante y esclarecedor foro sobre la película alemana La Ola (Die Welle, 2008). El evento, organizado conjuntamente por la Embajada de Alemania, la Escuela de Psicología y el Centro de Estudios Políticos y de Gobierno de la UCAB, resultó en una reflexión compartida sobre los peligros que representa que las semillas del autoritarismo y la pérdida de la individualidad puedan florecer cuando menos lo esperamos, y cuando coinciden las condiciones sociales y políticas para que ello ocurra.
En 2008, el director Dennis Gansel estrenó La Ola, una película que se convertiría en un fenómeno global y en un incómodo espejo para las sociedades contemporáneas. Basada en un experimento real de 1967 realizado por el profesor Ron Jones en un instituto de California, y a su vez inspirada en la novela The Wave de Morton Rhue, el filme traslada la premisa a la Alemania actual. Un profesor, Rainer Wegner, se enfrenta a una semana temática sobre el tema de la autocracia. Sus alumnos, escépticos, creen que una dictadura como el nazismo no podría repetirse en la moderna Alemania. “¿Por qué?”, les reta el profesor. Lo que sigue es una escalada aterradora que desmenuza, desde la psicología y la política, los mecanismos que hacen posible la seducción del autoritarismo y ante los cuales ninguna persona ni ningún país está libre de riesgo.
Un primer análisis de la obra, desde la Psicología Social, nos muestra cómo actúan al menos cinco procesos psicológicos universales. El primero es la necesidad de pertenencia. En una sociedad individualista y fragmentada, pertenecer a La Ola ofrece a los estudiantes algo que anhelan: un sentido de comunidad y de pertenencia a algo. El saludo único, el logo, la vestimenta uniforme y el nombre del grupo son elementos que crean una identidad compartida. La creación de un “nosotros” cohesionado es increíblemente poderosa. De hecho, las personas suelen fácilmente modificar sus opiniones o comportamientos para encajar en un grupo y evitar el rechazo, y al final sienten que encuentran allí, en el grupo, un propósito y una valoración que no tenían antes.
Un segundo proceso es el de la desindividuación y pérdida de la identidad. Al sumergirse en la masa, el individuo diluye su sentido de responsabilidad personal. Ya no actúa como la persona que es, sino como un miembro de “La Ola”. Este fenómeno, estudiado por psicólogos sociales como Philip Zimbardo, reduce las inhibiciones y facilita la adhesión acrítica a las normas del grupo. De hecho, toda crítica se percibe como traición, y el pensar distinto se interpreta como amenaza.
En tercer lugar, la atracción por un “mundo ordenado” y predecible muestra su altísimo poder de seducción. La percepción de que alguien impone un orden reduce la ansiedad que genera la incertidumbre, ofreciendo una sensación -aunque ilusoria- de control y certidumbre sobre su vida y las cosas de su entorno.
En cuarto lugar, se evidencia la acción de los liderazgos carismáticos, la entrega de la autonomía y la necesidad de obediencia al líder. En la obra, el profesor se erige como un líder carismático e incuestionable. Los seguidores, emocionados por el sentimiento de poder y propósito colectivo, ceden voluntariamente su autonomía y su capacidad de juicio a la figura de autoridad. Es la esencia del famoso experimento de la obediencia de Stanley Milgram (en el que se demostró que los individuos comunes están dispuestos incluso a infligir dolor a otros si una figura de autoridad que consideran legítima se los ordena) trasladado a un contexto grupal.
Y, finalmente, surge en el análisis el concepto de “identidad social” y la dicotomía del “nosotros vs ellos”. La teoría psicológica de la Identidad Social (de Tajfel y Turner) postula que los individuos buscan elevar su autoestima mediante la identificación y pertenencia a grupos que consideran valiosos o superiores. Para elevar la autoestima del endogrupo («nosotros») se tiende a desvalorizar y discriminar al exogrupo («ellos»), y esto suele ser uno de los orígenes del flagelo de los prejuicios. El movimiento de «La Ola» se construye explícitamente contra un «ellos», los anarquistas, los que no entienden, los que no pertenecen. Esta dinámica es increíblemente efectiva para crear cohesión interna, pero también para, a partir de la desvalorización y destrucción del otro, crear una identidad que se considera superior.
Pero la obra no es sólo una lección de Psicología Social. Su contenido es un manual condensado de cómo se construye un movimiento político autoritario. Un análisis político de la obra identifica al menos cuatro elementos adicionales que hay que destacar.
En primer lugar, todo régimen autoritario necesita un enemigo, un “otro” al cual combatir y al que se culpa de todos los males. Esto incluye no solo a quienes legítimamente piensan distinto, sino incluso a quienes se mantienen al margen. Cualquier voz crítica es catalogada de traición y es hostigada y perseguida. La dinámica “nosotros vs ellos” se intensifica, justificando así la exclusión y la agresión.
Luego la obra muestra con maestría cómo los regímenes autoritarios utilizan símbolos para generar lealtad y una identidad visual inmediatamente reconocible. El logo de “La Ola” se convierte en un grafiti que se expande por la ciudad como una marca de territorio y poder, un eco perturbador de la esvástica.
En tercer lugar, vemos claramente aparecer los fenómenos politológicos de la “espiral del silencio” y la censura interna. A medida que el movimiento gana fuerza, disentir se vuelve peligroso. Quienes piensan distinto son acallados, aislados o atacados. El grupo ejerce una presión social tan fuerte que la autocensura se convierte en el mecanismo de supervivencia. Este es un principio fundamental para el control social en regímenes de dominación autoritaria.
Y, en último término, aparecen la radicalización y la violencia. Lo que empieza como un juego de aula deriva rápidamente en actos vandálicos y, finalmente, en tragedia. La película ilustra cómo la ideología, cuando se combina con la dinámica del grupo y la sensación de impunidad, puede llevar a la violencia de forma casi inevitable.
La pregunta central de la obra resuena con fuerza hoy: ¿Está muerto el fascismo o solo dormido, esperando las condiciones adecuadas para resurgir? La Ola responde que el germen del autoritarismo no es una reliquia histórica, sino una posibilidad latente en la naturaleza humana. Florece en el suelo fértil de la alienación, la desigualdad y la crisis de sentido.
En una era de polarización política, tribalismos digitales y líderes populistas que prometen soluciones simples a problemas complejos, la advertencia atemporal de La Ola es más urgente que nunca. Nos recuerda que la democracia no es un estado permanente, sino una conquista frágil que requiere ciudadanos críticos, vigilantes y dispuestos a defender su autonomía frente a los cantos de sirena del supuesto orden que prometen líderes autoritarios escondidos en un disfraz carismático.
El mensaje más aterrador de La Ola no es que los monstruos puedan llegar al poder, sino que las semillas del autoritarismo y la pérdida de la individualidad están latentes en la psique humana, y pueden florecer con facilidad cuando se activan los mecanismos correctos de cohesión grupal, obediencia y desindividuación. Y esto puede pasar en cualquier país, en cualquier sociedad y en cualquier momento.





