Jean Maninat

Ladrones en el Louvre – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

Cuando creíamos que todo estaba perdido, que el mundo había caído en las exclusivas manos tecnológicas de un grupito de genios -algunos de ellos ni siquiera terminaron la universidad- y que estábamos destinados a un transplante colectivo para instalarnos ChatGPT en la bóveda craneal, unos ladrones llevaron a cabo el asalto al  Museo del Louvre que tiene a los expertos en seguridad franceses con los puntos viajando en Metro. Ya anunciaron la captura de algunos implicados en el robo de las joyas, lo cual es algo para redimir la autoestima de les flic. Pero las piezas robadas siguen sin aparecer.

“Sabían lo que querían, evidentemente habían estudiado el terreno de antemano, tenían un modus operandi descaradamente simple, pero eficaz, y no necesitaron más de siete minutos para llevarse el botín y escapar. En un camión equipado con una escalera extendible, aparcaron en la calle, y luego utilizaron una cortadora de disco para entrar por una ventana” declaró, Laurent Nuñes, el ministro del Interior. Un camión, una escalera y una sierra, tan sencillo y eficaz como una baguette untada de mantequilla y rellena con jamón de Bayona, sin espumas, ni esféricas moleculares que atrapen el sabor en su interior. ¿Cómo no evocar al inspector Clouseau en estos días en que la Grandeur de la France está tan desinflada? ¡Ah, Peter Sellers y la Pantera Rosa!

Hay una fascinación general por los ladrones, pero no por los raterillos y mendigos de Buñuel, más bien por esos que los reporteros de sucesos llaman profesionales y que el cine y los libros se han encargado de glorificar. Es decir, tan amigos de lo ajeno como los otros, pero sofisticados, con trajes a la medida, pañuelo de bolsillo cautamente asomando, reloj discreto en la muñeca y un Ferrari 250 GT California Spyder esperando en la puerta de la  masía en la Provenza, del condominio en Knightsbridge, o de la mansión en Bel-Air. (Desolé, pero los delincuentes de lujo no viven en el barrio de Salamanca).   

Los “babyboomers” nos recordamos de El Santo antes de que Roger Moore aterrizara en la saga de James Bond (uno de los mejores Bond, no me lo discuta usted) y, ya más sofisticadones y afrancesados, de Arsenio Lupin el refinado maestro de los disfraces. Pero ninguno como el magnífico Thomas Crown en su versión Steve McQueen o Pierce Brosnan y el ya mítico escape del Museo Metropolitano de Arte (NYC) al ritmo de Sinnerman en la garganta de Nina Simone. (Las diosas no tienen voz, tienen garganta). Y para culminar esta evocación arbitraria del hurto con cierta clase, qué mejor broche de esmeralda que Topkapi, Peter Ustinov y Melina Mercouri, griega, socialista y fumadora impenitente.

¿Qué rayo de genialidad tocó a los autores del reciente robo en el Louvre? ¿Lo planificarían con las neuronas de Gemini, o con una proletaria botella de Pastis? ¿En manos de quién están las joyas robadas? ¿La troupe de asaltantes sería variopinta e inclusiva? ¿Ya la habrán contratado los rusos para sustraer quirúrgicamente a Taylor Swift de un concierto? ¿Netflix prepara una miniserie? Son tantas las expectativas banales que se abren, tantos los vericuetos de esta trama para distraernos -aunque sea un tantito- de la  sandez tóxica que envuelve el planeta y que unos geniales ladrones en el Louvre se atrevieron a rasgar por unos entretenidos días. Allons enfants de la patrie!

 

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