Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
El drama comienza porque no hay drama donde debería haber y mucho. Venezuela está sometida a la situación más dura que haya atravesado en su contemporaneidad, quizás después de las guerras decimonónicas. Al menos potencialmente. El país más poderoso del mundo ha decidido someterla a sus designios, abiertamente sujetarla a los mandatos de un sujeto delirante e infantil, absurdamente cruel, que quiere fungir de emperador del planeta, y parece haber dedicado especial interés en domeñarnos.
Lo que queremos subrayar es todo esto, que cualquier venezolano sabe y vive y sufre, a excepción de los corruptos y los ricos de siempre, los muy pocos.
Pero el drama que queremos subrayar es más complejo. Ese país que ha perdido su destino vive su tragedia en silencio y quietud. El horror que ha sembrado el gobierno tiene como correlato el miedo y la mudez, la inmovilidad. Y muchas otras cosas se concadenan para el absurdo que vivimos: la ausencia de la vida pública, de la afirmación política.
Yo diría que la primera de todas es que solo los tentáculos que nos asedian, el gran imperio, pareciera la única posibilidad de liberarnos de la espantosa situación a que nos ha conducido la historia. Y que muchos aceptemos, invoquemos, la mano inclemente para liberarnos, para abrir alguna perspectiva, otra, un atisbo de democracia, que pueda tramitar una valiente y constante mujer, María Corina llamada. Pero al enorme precio de acatar la dependencia con el emperador caprichoso y ansioso de monedas de todos los colores y quiere comprar nuestra independencia. Nuestro pecado mayor, eso dicen, es el ser uno de los soles de la droga, el negocio del siglo y que hay que extirpar a todo costo para que muchos gringos no crezcan sin cerebro. Vaya usted a saber.
Lo otro es seguir en esta muerte lenta y siniestra que estamos viviendo y arrimarnos vilmente a la mano del déspota local, mendigar algo de diálogo y de lejanísimo futuro. Opositores de opereta.
No pareciera que hay manera de salir de este laberinto. Esperar los rudos golpes del poderoso y caprichoso, a ver si las barajas producen el milagro de alguna donación de libertad y no seguir hundiéndonos en el barro en que vivimos.
O, se me ocurre gratuitamente terminar con una nota breve: no es imposible que inusitadamente podríamos comenzar, poco apoco, sigilosamente, a ser nosotros mismos. En el sindicato, en el liceo y la universidad, en la calle recobrada, en el barrio… y nos convirtamos al menos en accionistas, a lo mejor solo minoritarios, de este nudo de la historia que hay que deshacer. Algo similar hemos hecho alguna vez. Y esta hora trágica y distinta lo merece, para seguir siendo lo malo y lo bueno que nos han hecho algunos siglos de historia, nosotros los venezolanos.





