Por: Jean Maninat
“If I can make it there, I’ll make it anywhere. It’s up to you New York, New York…”
(New York, New York, de preferencia en la versión de Liza Minnelli)
Y ya estuvo, hecho y contrahecho, según vaticinaban las encuestas y adivinaban los magos de la interpretación política, en la Gran Manzana (esa mezcla de Babel con Sodoma y Gomorra y una pizca de Cafarnaún, la incrédula) un autodenominado socialista democrático, miembro del partido Demócrata y musulmán, Zohran Mamdani, ganó ampliamente la Alcaldía de la ciudad. En el camino quedaron dos veteranos políticos -uno demócrata-independiente y el otro republicano- ambos representantes de la manera habitual de hacer política en ese universo mítico al que le cantaron Liza Minnelli y Frank Sinatra, entre tantos otros: New York, New York.
Pero, ¿qué diablos es un socialista democrático?, se preguntaría cualquier marchante en Katz’s Delicatessen sin tener idea de las pugnas entre revisionistas y revolucionarios, mencheviques y bolcheviques, normaliza…perdón esa es otra historia. Difícilmente se lo imagina uno frente al mostrador para comprar pastrami arguyendo: “es que la ley del desarrollo desigual y combinado del camarada Trotsky” o “yo creo con el compañero Bernstein que el movimiento lo es todo, el objetivo final no es nada”. Para cualquier bípedo de Metro o de Suburban con chofer y guardaespaldas, un socialista democrático es un político ensoñador que habla bonito y promete el cielo. No hay nada doctrinario que atraiga, solo
consignas resentidas y justicieras. Tax the Rich (impuestos para los ricos) coreaban los jóvenes partidarios del triunfador Mamdani para celebrar la victoria. Muchos de ellos inconscientes de que a mayor impuestos para papá, menor mesada para papito.
Pero sí, algo debe estar podrido en la Gran Manzana para que el socialista democrático Mamdani haya ganado en cuatro de los cinco distritos (Boroughs) y entre todas las minorías incluyendo a la asiática y latina ambas muy conservadoras. La clave probablemente reside en que el socialista democrático hizo campaña con el Manual del buen populista como libro de cabecera, prometiendo que congelaría los alquileres, el pasaje de los autobuses sería gratis y el beneficio universal del cuidado de los niños sería una realidad, entre otras golosinas. Fue una labor casa por casa, de la vieja escuela, en base al contacto directo de miles de partidarios con los posibles votantes, volante en mano y obviamente el ángel personal del candidato. El cóctel perfecto de la receta populista.
Ya los medios se han lanzado a especular sobre el triunfo de las fuerzas del terrorismo y el mal, a vaticinar el peor de los castigos para una ciudad inmune a las imprecaciones de los justos. Quizás sea peor que una conspiración del mal, y más bien se trate de una conspiración de los inadvertidos, deseosos de escuchar lo que esperan se hará realidad por obra y gracia de un hombre providencial.
Conviene calmarse, respirar y más bien preguntarse qué está pasando con las formas de hacer política a la que estábamos acostumbrados, y la manera cómo la ciudadanía está interpretando los mensajes, sin espejuelos ideológicos. Pareciera que los lobos de ayer no asustan a los corderos de hoy. Y los que se aprovechan son los extremos populistas, con una golosina -envenenada- para cada mendicante. Llama la atención el entusiasmo con el que ponen el pescuezo en la guillotina. Y ahora le tocó a la despabilada Nueva York ofrecer el suyo.
“If I can make it there…”





