Publicado en: The New York times
Por: Julie Turkewitz, Tibisay Romero, Sheyla Urdaneta e Isayen Herrera
Fotografías de: Adriana Loureiro Fernandez
Dijeron que les pusieron grilletes, los golpearon, les dispararon con balas de goma y les lanzaron gases lacrimógenos hasta que se desmayaron.
Dijeron que los castigaron en un cuarto oscuro llamado la isla, donde los pisotearon, los patearon y los obligaron a arrodillarse durante horas.
Un hombre dijo que los agentes le metieron la cabeza en un tanque de agua para simular que se ahogaba. Otro dijo que lo obligaron a practicarle sexo oral a guardias encapuchados.
Dijeron que los funcionarios les dijeron que morirían en la prisión salvadoreña, que el mundo se había olvidado de ellos.
Dijeron que, cuando no pudieron soportarlo más, se cortaron y escribieron mensajes de protesta en sábanas ensangrentadas.
“‘Ustedes son terroristas’”, recordó Edwin Meléndez, de 30 años, que le dijeron los funcionarios. Y añadieron: “‘Y a los terroristas se les tiene que tratar así’”.
Desde el momento en que asumió el cargo, el presidente Donald Trump se ha aferrado a lo que denomina la amenaza que representan Venezuela y su presidente autocrático, Nicolás Maduro, y ha acusado al gobierno y a las bandas venezolanas de orquestar una “invasión” de Estados Unidos.
En marzo y abril, el gobierno de Trump tomó la decisión extraordinaria de enviar a 252 hombres venezolanos a una tristemente célebre prisión de El Salvador conocida como Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot), afirmando que se habían infiltrado en Estados Unidos en una forma de “guerra irregular”.


Trump acusó a los hombres de pertenecer a una peligrosa banda, el Tren de Aragua, que trabaja en estrecha colaboración con el gobierno venezolano. Fue una de las primeras acciones en el enfrentamiento del gobierno de Trump con Maduro, el cual no ha hecho más que intensificarse desde entonces; buques de guerra estadounidenses han volado embarcaciones venezolanas y Trump advirtió sobre posibles ataques militares en suelo venezolano.
Pero los hombres apenas recibieron garantías procesales antes de ser expulsados a la prisión antiterrorista de El Salvador, y fueron liberados de manera abrupta en julio, como parte de un acuerdo diplomático más amplio que incluía la liberación de 10 estadounidenses y residentes de Estados Unidos detenidos en Venezuela.
Trump, en un discurso pronunciado ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre, elogió a las autoridades salvadoreñas por “el exitoso trabajo profesional que han realizado al recibir y encarcelar a tantos delincuentes que entraron en nuestro país”.
Sin embargo, en las entrevistas, los hombres enviados a la prisión describieron frecuentes e intensos malos tratos físicos y psicológicos. Además de las palizas, los gases lacrimógenos y los viajes a la sala de aislamiento, los hombres dijeron que el personal médico se burlaba de ellos o los ignoraba, que los obligaban a pasar 24 horas al día bajo duras luces y que les hacían beber de pozos de agua fétida.
The New York Times entrevistó a 40 de los hombres que estuvieron presos, muchos de ellos en sus casas de ciudades y pueblos de toda Venezuela. Luego le pedimos a un grupo de expertos forenses independientes que ayudan a investigar denuncias de tortura que evaluaran la credibilidad del testimonio de esos hombres.
Varios médicos de ese equipo, conocido como Grupo de Expertos Forenses Independientes, dijeron que los testimonios de los hombres, junto con las fotografías de lo que describían como sus lesiones, eran coherentes y creíbles, y proporcionaban “pruebas convincentes” para apoyar las acusaciones de tortura. En otros casos, las evaluaciones del grupo se han utilizado en tribunales de todo el mundo.


Luis Chacón, de 26 años y originario del estado venezolano de Táchira, fue uno de los varios hombres que dijeron que los constantes malos tratos en la prisión lo habían llevado a pensar en el suicidio. Padre de tres hijos, contó que estuvo trabajando como conductor de Uber Eats en Milwaukee antes de ser detenido y expulsado a la prisión. Según dijo, su peor momento se produjo en junio, el día del séptimo cumpleaños de su hijo mayor.
“Nosotros habíamos escuchado que si uno de nosotros se moría ahí, en el Cecot, nos daban la libertad”, dijo Chacón. Pensó que tal vez él debía ser esa persona: se subió a una litera e intentó ahorcarse con una sábana.
Dijo que los otros hombres lo rescataron.
Los forenses dijeron que les sorprendió la similitud de las declaraciones de los hombres. Los que estuvieron presos, entrevistados cada uno por separado, describieron la misma cronología y métodos de abuso, con muchos de los mismos detalles.
Cuando varias personas describen “métodos idénticos de abuso”, los expertos escribieron en su evaluación que “a menudo indica la existencia de una política y una práctica institucionales de tortura”.
Abigail Jackson, portavoz de la Casa Blanca, dijo sobre las acusaciones de los hombres y las conclusiones de los expertos que: “El presidente Trump se compromete a cumplir sus promesas al pueblo estadounidense al expulsar a los peligrosos delincuentes y terroristas extranjeros ilegales que representan una amenaza para el público estadounidense”.


Jackson añadió que los periodistas deberían centrarse en los niños estadounidenses que “han sido trágicamente asesinados por despiadados extranjeros ilegales”, sin dar más detalles.
Los representantes del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, no respondieron a una solicitud de comentarios.
El gobierno de Trump nunca hizo pública una lista completa de los 252 venezolanos encarcelados en El Salvador ni de los delitos que afirmaba que habían cometido.
Utilizando una lista filtrada de los nombres, el Times descubrió que una parte relativamente pequeña de los hombres —alrededor del 13 por ciento— parecía tener una acusación o condena penal grave en alguna parte del mundo. (El Times buscó en múltiples bases de datos de registros públicos, pero el gobierno estadounidense puede tener más información que no ha hecho pública).
De los 40 hombres entrevistados para este artículo, el Times encontró acusaciones penales, más allá de los delitos de inmigración y tráfico, contra tres de ellos.
Víctor Ortega, de 25 años, quien dijo que le habían disparado en la cabeza con una bala de goma mientras estaba en la prisión salvadoreña, tiene “cargos pendientes por descarga de un arma de fuego y robo”, según el gobierno de Trump.
Un segundo hombre al que entrevistamos, Neiyerver León, de 27 años, tenía una acusación de delito menor por posesión de parafernalia de drogas y fue multado.
Además, los registros públicos de Estados Unidos indican que Chacón, el hombre que dijo haber contemplado el suicidio en prisión, fue detenido en 2024 por un cargo de violencia doméstica y en 2025 fue acusado de hurto en un Walmart. (El caso de violencia doméstica fue desestimado, según los registros públicos, y Chacón fue enviado a El Salvador antes de que el caso de hurto pudiera desarrollarse).
Muchos de los hombres dicen que todavía no saben por qué fueron puestos en una prisión para terroristas.

“Migré para poder tener mi casa, darle una mejor educación a mi hija, la que no pude lograr yo”, dijo Mervin Yamarte, de 29 años. “Y me salió todo al revés”.
‘Bienvenidos al infierno’
Un enjambre de helicópteros rodeaba el aeropuerto. Era poco después de medianoche del 16 de marzo de 2025. Cuando las aeronaves descendieron, los venezolanos dijeron que vieron una falange de agentes antidisturbios esperándolos.
Un cartel identificaba su lugar de aterrizaje como El Salvador.
En los centros de detención de Estados Unidos, los funcionarios estadounidenses les habían dicho que iban a ser deportados a Venezuela, recordaron los detenidos. En una escala en Honduras, les dieron pizza. Ahora, un funcionario salvadoreño subía al avión.
“Se quedan acá”, recordó Ysqueibel Peñaloza, de 25 años.

El pánico cundió por los pasillos del avión, dijo. Los hombres se apretaron los cinturones de seguridad, contó Peñaloza, en un débil intento de evitar que los sacaran. Las duras tácticas del presidente de El Salvador eran bien conocidas. Algunos hombres empezaron a gritar, recordó, exigiendo ver a un representante de la ONU, un abogado o un diplomático de su país.
Entonces, funcionarios salvadoreños, con chalecos antibalas y porras, subieron al avión, recordaron varios hombres, y empezaron a sacar al grupo por la fuerza.
“Y allí nos comienzan a golpear a todos”, dijo Andry Hernández, de 32 años, maquillador que había estado detenido en Estados Unidos desde que cruzó a ese país en 2024. “Si alzabas un poquito la cabeza te la agachaban con un golpe. Muchos compañeros tenían la nariz partida, los labios partidos, moretones en los cuerpos”.
Los agentes doblaron a los hombres esposados por la cintura, los arrastraron fuera del avión y los empujaron a autobuses, dijeron. Las cámaras rodaban. Horas después, Bukele publicó un video de la llegada, con música y tomas de drones como si fuera una película de acción. En tres días fue visto casi 39 millones de veces.
“Seguimos avanzando en la lucha contra la delincuencia organizada”, escribió Bukele en X cuando publicó el video. “Pero esta vez, también estamos ayudando a nuestros aliados”.
Dentro de la prisión, según dijeron los hombres, les dijeron que eran miembros del Tren de Aragua.
“‘Bienvenidos al infierno’”, recordó Anyelo Sarabia, de 20 años, que le dijeron al llegar. ”‘De aquí solo salen en una bolsa negra’”.


Para enviar a los hombres a prisión en El Salvador, Trump invocó la Ley de Enemigos Extranjeros, una ley del siglo XVIII de amplio alcance y escasamente utilizada que permite la expulsión de personas de una nación invasora.
No estaba del todo claro en ese momento, pero fue un primer paso en un argumento más amplio que el gobierno de Trump ha estado esgrimiendo: que Maduro, presidente de Venezuela, representa una importante amenaza para la seguridad de Estados Unidos al inundarlo de inmigrantes, delincuencia y drogas.


Muchos de los hombres recluidos en la prisión salvadoreña dijeron que, lejos de trabajar con Maduro, habían huido de su gobierno cuando emigraron al norte.
El autócrata ha gobernado con una crisis económica devastadora y se ha mantenido en el poder durante más de una década mediante una represión brutal y el fraude electoral. Su gobierno conserva sus propios centros de tortura, según la ONU y otros organismos, y a menudo intenta desacreditar a los enemigos políticos tachándolos de “terroristas”.
De hecho, algunos de los hombres enviados a El Salvador habían solicitado asilo político en Estados Unidos, alegando que serían perseguidos por participar en protestas contra Maduro, según las solicitudes revisadas por el Times.
La vida en el interior
Aislados del mundo, los hombres empezaron a adaptarse a sus nuevas vidas. Los funcionarios los dividieron en celdas, normalmente de 10 personas cada una, dijeron. Las comidas, tres veces al día, consistían principalmente en arroz, frijoles, espaguetis y tortillas.
Dijeron que de vez en cuando recibían un trato especial, como mejor comida y breves momentos al aire libre, pero solo cuando tenían raras visitas oficiales, entre ellas la de Kristi Noem, jefa del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Los presos dijeron que nunca se les permitía recibir visitas de abogados o familiares.


En una celda, utilizaron jabón para grabar un calendario en el armazón metálico de una cama, recuerda Carlos Cañizalez, de 25 años. Algunos de los hombres empezaron a guardar sus tortillas y a moldearlas en fichas de dominó, y jugaban juegos para distraerse.
La desesperación crecía, dijeron. Tito Martínez, de 26 años, empezó a sentirse enfermo y débil, hasta que no pudo levantarse de la cama y otros hombres tuvieron que darle de comer, recordaron varios. Finalmente, Martínez fue trasladado a una enfermería, donde dijo que lo golpearon delante del personal médico.
Allí, dijo, una mujer que se identificó como médica le dijo: “‘Resígnate, ya es hora de que te mueras’”.


Cuando llegó a la prisión, Aldo Colmenarez, diabético de 41 años según el informe de un médico venezolano, dijo que pidió insulina a los funcionarios. Pasaron cinco días antes de que se la dieran, explicó. Después de eso, la dosis y la aplicación fueron erráticas, contaron varios de los hombres, lo que provocó episodios de hipoglucemia que dejaron a Colmenarez frío, sudoroso e inconsciente.
Los castigos a menudo parecían aleatorios y desproporcionados, dijeron los hombres. Solo se les permitía bañarse a las 4:00 a. m. Los que se echaban agua para mantenerse frescos a otras horas eran enviados a la isla, según relataron los antiguos prisioneros, que relataron una oscura sala de aislamiento con solo un pequeño agujero de luz en el techo, donde eran golpeados por varios guardias a la vez.
Muchos de los hombres describieron que les colocaban en posición de “grúa”, en la que los guardias les hacían arrodillarse con las manos esposadas a la espalda y luego los levantaban por los brazos.


Las tensiones aumentaron en abril. Después de que algunos hombres le pidieron a uno de los guardias, un funcionario que utilizaba el alias de Satán, que dejara de golpear los barrotes de las celdas por la noche, los guardias los arrastraron a una zona central y les lanzaron gas lacrimógeno a la cara, dijeron dos hombres que estaban en una celda cercana, Andy Perozo, de 30 años, y Maikel Moreno, de 20.
Otro de los presos, Andrys Cedeño, de 23 años, empezó a convulsionar.
“Jefe”, dijo gritando, “yo soy asmático”.
Dijo que el guardia lo que hizo “fue reírse”.
A continuación, Cedeño quedó entonces inerte y dejó de responder. Los hombres que pudieron verlo dijeron que pensaban que había muerto.
Asustados y furiosos, los presos arrojaron jabones y vasos de agua, según recordaron. Al día siguiente, decidieron dejar de comer, exigiendo un trato mejor.
Entonces empezaron a cortarse el cuerpo con los bordes ásperos de las escaleras metálicas y las tuberías de plástico, dijeron varios hombres, y utilizaron la sangre para escribir mensajes en sábanas que colgaban de las cañerías.




“No somos delincuentes, somos inmigrantes”, decía un mensaje, según varios de los hombres, entre ellos Edicson Quintero, de 28 años, quien dijo que se cortó el abdomen para sacarse sangre para un cartel de protesta.
La huelga de hambre duró cuatro días, dijeron los hombres. Después, Andry Hernández, el maquillador, dijo que los agentes lo enviaron a la sala de aislamiento. Allí, unos guardias encapuchados lo obligaron a agacharse y a practicar sexo oral, dijo.
“Me pasaban el rolo por mis partes”, recordó, “me metían el rolo por el medio de mis piernas y lo subían, en donde me manoseaban, me tocaban y yo solamente gritaba”.
Más tarde describió la experiencia a varios compañeros de celda.


En mayo, un registro de los guardias en una de las celdas se volvió violento, recordaron muchos de los presos, y algunos de los hombres, enfurecidos y desesperados, empezaron a sacar piezas metálicas de sus camas y a utilizarlas para romper los cerrojos de las puertas de las celdas.
Brevemente, las puertas se abrieron.
Los agentes respondieron con pistolas y lo que los presos describieron como balas de goma.
Edwuar Hernández, de 23 años, recordó que cuando golpearon al primer prisionero, todos volvieron corriendo a la celda. Luego comenzaron a dispararles a quemarropa, desde afuera de los barrotes hacia dentro.


Ortega dijo que lo alcanzó un proyectil que rebotó en su frente e hizo que sangrara profusamente. Luis Rodríguez, de 26 años, dijo que un disparo le desgarró la mano. José Carmona, de 28 años, fue alcanzado en el muslo, dijo.
Tras este intento de rebelión, los funcionarios obligaron a muchos de los hombres a trasladarse a la isla, incluido Chacón.
Dijo que allí “nos metían las cabezas dentro de un tanque como para ahogarnos. Y volvían y nos sacaban de nuevo y nos golpeaban por las costillas con las piernas, con lo que fuera”.


Un acuerdo secreto
Lejos de la prisión, diplomáticos de Estados Unidos y Venezuela negociaban un acuerdo que determinaría el destino de los presos.
Maduro había pasado el último año encarcelando a ciudadanos estadounidenses y residentes permanentes para influir en Washington. En julio, aceptó liberar a 10 de ellos, junto con 80 presos políticos venezolanos, a cambio de los 252 hombres encarcelados en El Salvador.


En las semanas previas a su liberación, según relataron los hombres, algunos de los abusos disminuyeron. Finalmente, los guardias llegaron con champú Head & Shoulders, desodorante Speed Stick y pasta de dientes Colgate, recordaron los hombres, y los afeitaron y cortaron el pelo.
Entonces apareció el director de la prisión.
“Población, tiene 20 minutos para bañarse”, les dijo, según Jerce Reyes, de 36 años.
“Todos empezamos a gritar y a llorar”, dijo, “porque ya sabíamos que nos íbamos”.
Maduro, a quien muchos venezolanos culparon de su exilio, tenía la oportunidad de presentarse como defensor de los migrantes rechazados por Trump.
Cuando aterrizaron en la capital de Venezuela, Caracas, los hombres fueron recibidos por el ministro del Interior del país, Diosdado Cabello, quien se había convertido en el rostro del aparato de vigilancia y represión del país. Los retuvieron durante varios días, los obligaron a contar sus historias en la televisión estatal y luego los enviaron a casa.
En algunos casos, funcionarios del temido servicio de inteligencia del país los escoltaron hasta la puerta de sus casas.


De los 252 hombres, siete tenían antecedentes penales graves en Venezuela, afirmó Cabello en televisión, y dijo que su gobierno había detenido a 20 que eran “buscados” por el gobierno, sin dar más explicaciones.
En septiembre, un tribunal federal de apelaciones estadounidense impidió al gobierno de Trump utilizar la Ley de Enemigos Extranjeros para deportar a migrantes. Pero la sentencia no impide que el gobierno utilice otros medios legales para expulsar a personas de Estados Unidos, lo que significa que Trump podría enviar a más personas a prisión en El Salvador.
En las entrevistas, los presos liberados reportaron continuos problemas de salud física y mental, que atribuyeron a las palizas y otros malos tratos: visión borrosa; migrañas recurrentes; problemas para respirar; dolor de hombros, espalda y rodillas, algunos relacionados con la posición de “grúa”; pesadillas; insomnio. Algunos han ido al médico, pero muchos dijeron que no podían permitírselo.
Cedeño, de 23 años, el hombre con asma, ha sido hospitalizado dos veces desde que regresó a Venezuela, dijo, una tras un ataque de asma que lo dejó inconsciente, y otra tras un ataque al corazón, según un informe médico de octubre.
Dijo que por las noches no duerme, atormentado por el traqueteo de las esposas, las voces de los funcionarios salvadoreños y el tintineo de las puertas de las celdas.

Annie Correal y Jazmine Ulloa colaboraron con reportería desde Nueva York, Mitch Smith desde Chicago y Adriana Loureiro Fernandez desde Venezuela. Sheelagh McNeill colaboró con investigación.
Julie Turkewitz es la jefa de la Oficina Andina del Times, con sede en Bogotá, y cubre Colombia, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Perú.









