Publicado en: El Universal
Arthur Rimbaud nació en 1854, a los 17 años había escrito entre los textos más gloriosos de la poesía occidental y a los 19 la abandonó en pos del desorden existencial que comenzó en los cafés de París. Sus progenitores fueron desastrosos; el padre abandonó la familia sin siquiera avisar y la madre era una tirana disciplinaria, una especie de enfermera en Alguien voló sobre el nido del Cucú (Atrapado sin salida) aquella sublime y siniestra cinta de Milos Forman. Por algo el niño andaba a los diez años con un cartel que decía “Muera D…s”. Aquel mocoso provinciano de Charleville, con apenas 17 años, en 1871, escribe una carta que cambia su destino.
Dirigida a Paul Verlaine, entonces uno de los principales capitostes de la literatura francesa, en la que expresa su deseo de vivir en París. La carta iba acompañada de una de sus grandes obras, El barco ebrio, que deja abrumado al destinatario, quien le envía el pasaje de tren y lo espera en la estación. El muchacho intenta por poco tiempo la vida burguesa que inmediatamente abandona por una apasionada y destructiva relación con su maestro. “Es posible que jamás consiga la paz de espíritu, que ni moriré ni viviré en paz”. “Yo es otro”, había escrito: el cambio, el renacimiento en París, lejos de la vida provinciana, es su emblema en la bohemia de Saint Michel.
En las brasseries sorprendían sus ojos adolescentes azul metálico y su genialidad, tanto que Víctor Hugo lo llamó “el Shakespeare en miniatura”. Los poetas malditos, nombre de un libro de Verlaine sobre poetas bohemios de finales del siglo XIX, eran escritores principalmente simbolistas, que cultivaban un estilo de vida sórdido, en burdeles, bares, abusaban de las drogas, el alcohol, la absentia (ajenjo) y hachís, ambientes que retrata Toulouse-Lautrec. Verlaine, Charles Baudelaire, Stéphane Mallarmé y se suelen añadir a Edgar Allan Poe, García Lorca y Porfirio Barba-Jacob. Pero el arquetípico es Rimbaud, porque lo acreditan su precocidad, sordidez, crueldad, autodestrucción, desprecio por el arte, la vida decente y terminar de contrabandista y esclavista.
Alguien dijo –todo está dicho, todo está pensado– que la vida es una continuidad de sobresaltos grandes y pequeños que termina en la misma mar, “que es el morir”. Entre los 16 y los 20 años de edad, en apenas cuatro, porque luego deja la literatura, crea una obra que Albert Camus calificó como “la más grande de todos los tiempos”, en un solo pequeño opúsculo, Una temporada en el infierno. Ese libro se convertirá en el viaducto por donde pasa la poesía del siglo XX, y su estilo de vida, el modelo que imitarán varias generaciones de escritores, culto entre dadaístas, surrealistas y beatniks, hippies, hipster, cyberpunk que se plantean vivir en medio del desenfreno.
Pese a su talento y carisma, muy rápido se ganó el rechazo de los compañeros de farra, por su carácter violento y a un narcisismo insufrible, que le hizo acuchillar a un fotógrafo. Verlaine, homosexual, aunque se había casado con una niña rica de 17 años como seguro de vida, lo lleva a vivir a su casa, con lo que para ella comienza la verdadera temporada en el infierno, hasta que la abandona encinta. Resultará asombroso que la edición de Una temporada… fue de apenas cien ejemplares y noventaicinco de ellos se quedaron en el depósito de la editorial.
Su estruendosa ruptura con la poética anterior, parnaso, romanticismo, modernismo, y con la vida normal, la reseña en el segundo párrafo: “Una noche senté a la belleza en mis rodillas, la encontré amarga y la injurié/ Me armé contra la justicia: ¡brujas, miseria, cólera, en ustedes he confiado mi tesoro/ Sobre toda alegría, para estrangularla, salté como bestia feroz/ Llamé a los verdugos, para morder, mientras agonizaba, la culata de sus fusiles…Me revolqué en el fango y me sequé con el aire del crimen!…” . El amor que sentía Verlaine por él, suerte de adoración o postración, destruye su familia, su vida al abandonar mujer e hijo recién nacido y se fuga con Rimbaud a Londres.
Rimbaud, un gay fatal, no perdía chance de insultarlo, humillarlo, y con su aguda inteligencia, sabía herirlo en su autoestima, hasta que la víctima maltratada huye a Bruselas a recuperar su familia. En su enfermiza relación, Rimbaud escribe: “Regresa, regresa, mi querido amigo, mi único amigo, regresa. Te juro que seré bueno”. La psicopatía de Rimbaud lo hace perseguirlo a Bélgica y un encuentro violento termina a tiros, descrito en el film Eclipse total con Leonardo Di Caprio. Verlaine le dispara, lo hiere levemente en la mano, luego se desespera, implora de rodillas perdón, pero Rimbaud, inflexible, llama a la policía y lo hará pagar dos años de cárcel.
En 1875, luego de cumplir su sentencia, se reúnen en Alemania, cuando ya Rimbaud había publicado Una temporada en el infierno (1873) y abandonado la literatura. Se separan en dos días y este se dedica a recorrer Europa a pie, hasta que se enrola en el ejército colonial para ir a Indonesia, luego a Chipre y a Yemen donde se sepulta en vida como traficante de armas y esclavos. Estrella fugaz, murió de cáncer terriblemente, a la edad de 37, en Marsella, pero su resplandor artístico es rayo que no cesa. Deja este legado, al irse para regresar a morir en Francia
“He cumplido mi jornada; abandono a Europa. El aire marino quemará mis pulmones; me curtirán los climas perdidos. Nadar, pisotear hierba, cazar, sobre todo fumar; beber licores fuertes como metal hirviente, —a semejanza de aquellos queridos antepasados alrededor del fuego. Regresaré, con miembros de hierro, la piel curtida, la mirada furiosa: por mi máscara, se supondrá que pertenezco a una raza fuerte. Tendré oro: seré ocioso y brutal. Las mujeres cuidan a esos feroces lisiados, reflujo de las tierras cálidas. Intervendré en política. Salvado”.





