Publicado en: Papel Literario, El Nacional
Me muevo siguiendo el zigzagueo de quien busca
sin saber lo que está buscando
Si todo final que auspicia futuro invita una mirada orbicular, esta entrega de cierre de año va de vuelta a su embrión. Nace de notas al margen. El libro de Marina Gasparini Lagrange Elocuencia de la mirada me ha mirado desde el rostro del joven Leonardo Pesaro –en Pala Pesaro de Tiziano– desde el momento en que fue publicado. A él llegué con preguntas y sin buscarlas porque encuentro en la historia y la crítica de arte un bosque colmado de misterio, y ante el misterio mi único método es la entrega.
Adentrarse en el libro es acceder a través de la mirada a un territorio invisible, tiempo-espacio en el que lo aparente y oculto se continúan como uno, reino en el que racionalidad y encanto se dan la mano. Indican sus primeras páginas que los once textos, que acercan pintura, literatura, vida, y diríamos, recogimiento, nacen “de la necesidad de dar voz a lo invisible, a las ausencias que intuimos presentes”, al impulso de adentrarse en lo desconocido, un “llamado difícil de eludir”.
Leemos “Busco sin buscar; creo que es así como podría describir mi caminar dentro del museo”, y un camino se ofrece. Apunto en la página 14: “María Zambrano. Claro del Bosque: ‘No hay que buscar los claros del bosque ni buscar nada de ellos. Hace falta dar el paso en soledad absoluta –se entra sin pregunta o preconcepción”.
Atestiguo en estos ensayos la tensión entre quietud y proliferación, y entonces entre palabra y silencio, pregunta y abandono. Imagino el contemplar y transitar de Gasparini, una pizarra de corcho de cuyos alfileres penden fotos, reproducciones, palabras, referencias, y vislumbro la entreverada mirada intelectual, sensible, vinculada al país íntimo y la cartografía del exilio. Su descripción y reflexión estética invita toda posibilidad vital: “El arte, como la vida, es con frecuencia una interrogante, una suspensión indefinida, una vía, entre otras, que hacemos nuestra”. En un texto posterior ha afirmado: “Todo comienza con una mirada que primero es un asombro y posteriormente es una pregunta. ¿Por qué?… Algo me toca… Ver en las imágenes del arte y la literatura ha sido y es para mí dar cuenta de un tránsito interior donde la mirada y el silencio buscan, y posiblemente tengan la gracia de encontrar la palabra que les corresponda”.
Ante la convención que sugiere que en Pala Pesaro el niño Leonardo mirando inquisitivo y diáfano invita a entrar, participar de su historia, Gasparini sugiere lo contrario: “…vislumbro un acercamiento que abraza a nuestro tiempo. Él atisba el futuro… dirige la curiosidad de sus ojos hacia la actualidad desde la que siempre lo vemos”. El niño vivo por siempre cruza miradas. Gasparini lo mira, y él me mira de vuelta a mí. Un solo territorio, bosque, país.
Gasparini cuestiona cada imagen, cada puente o esquina, y a la vez abandona todo intento. “Entro en las imágenes rodeándolas, cuestionándolas, viéndolas de frente de manera inquisitiva, observándolas desde el punto de inflexión que encuentra mi mirada sesgada. Al final… me rindo ante ellas con una súplica…”. Al margen apunto: Gasparini, flâneuse en el bosque-museo. Zambrano: entrar al bosque es ver y llegarse hasta el límite “del lugar por donde la divinidad partió o la anunciaba. Y… seguir de claro en claro, de centro en centro, sin que ninguno de ellos pierda ni desdiga nada”.
Para Zambrano la palabra nace dócil, brota indecisa como un susurro, en balbuceos apenas audibles. Conectar con su verdad requiere enmudecer como ellas. Para Gasparini, “escribir es respirar fuera del silencio. Es respirar venciendo el silencio”. La mirada y la seña son “un reino donde la vida es siempre ella misma y algo más”. La palabra, opaca, es por instantes linterna o atlas en el bosque.
Atestiguo en estos ensayos y apunto: tensión entre quietud de la obra y proliferación del deseo, entre silencio y palabra. Renuncia. Más adelante: contemplación, búsqueda. Abandono: ¡la escritura! Imagino a Gasparini en su vagar veneciano o en El Prado, su interrogación ante El juicio final o Las hilanderas. Vuelvo al Claro del Bosque: “La palabra llega sin que se busque, como el amor, como la muerte”.





