Por: Carlos Raúl Hernández
Así llamaron la epopeya de Uruguay, la tarde electrizante de 1950 que ganó el Mundial a los brasileros en su monumental estadio bandera, el Maracaná de Río, en un incendio de enardecimientos. Del Bosque soñaba con repetirla el domingo pasado en la final de la Copa Confederaciones, pero los españoles comieron barro 3 a 0. Se sabe que la historia es drama y cuando se repite, burlesco. Y sumaracanazo se lo llevó Dilma Rousseff con la cadena de manifestaciones que la zarandearon en Río, Brasilia, Belo Horizonte, Sao Paulo, y engendró pintorescos análisis.
Hoy luce en peligro su reelección con la rentrée de Lula, el amigo de Odebrecht. Algunos hablaron de la «primavera latinoamericana» en forzado símil. A diferencia de las satrapías árabes, Brasil es una nación democrática y las manifestaciones no se proponían derrocar el régimen sino reivindicaciones, varias equivocadas pero todas racionales. Los radicales de la izquierda, cortos como sus colegas de derecha pero con piquete al revés, se frotaron las manos porque quedaba al desnudo «el fracaso del modelo neoliberal», dos décadas de farsa que montaron F.H. Cardoso, Lula y Rousseff para refocilarse con las transnacionales.
Llegaba el momento de la Constituyente, la acometida contra la oligarquía y quién sabe qué otro de esos prodigios para «cambiar la vida» como deliraba Rimbaud. Algunos economistas cariocas lo atribuyen a la inflación que más bien es un ridículo 6% anual (lo que Venezuela tuvo en mayo). También dicen que la causa es la corrupción, aunque Venezuela, Cuba, Bielorrusia, Ecuador, China la tienen mucho mayor que Brasil y no hay tales levantamientos, ni en los 25 países más corruptos del mundo. Y el argumento recurrente, el comodín: la pobreza, a la que se le atribuye la explicación de casi todo en la vida.
Brasil triunfa sobre la miseria
Por cierto, Brasil, es la nación que registra victorias más resonantes contra ella (igual que India y China) al desgajarle 40 millones de personas, 20% de la población. Han llegado a escribir, incluso personas a las que consideran serias, que los grupos de poder brasileros lograron engañar al planeta y crear una utilería de progreso divorciada de una verdad cariada por la miseria, la injusticia y la desigualdad. Aunque eso pueda anudar gargantas, el desempleo anda en 6% (mínimo histórico) y la inflación en 6% anual (la de Venezuela en un mes). Las inversiones extranjeras montan 65.000 millones de dólares (en Venezuela decrecieron). Así Brasil será en 2016 la cuarta o quinta economía mundial con 21.000 dólares de ingreso per capita, igual que Chile.
En 2016 desaparecerá la pobreza extrema, grupos con ingresos debajo del salario mínimo. Aunque repite el PT en el poder, se fortalecen el pluralismo y la alternabilidad, sus instituciones democráticas. Gobernadores opositores rigen la mitad de la ciudadanía, estados importantes, Sao Paulo, Minas Gerais y Paraná. El primer TGV de América Latina unirá Sao Paulo y Río de Janeiro, con un costo de 20.000 millones de dólares. Megainversiones en infraestructura por 18.000 millones de dólares para el Mundial de Fútbol 2014 y las Olimpíadas 2016, y 200.000 millones de dólares para petróleo y gas, cuyos réditos se calculan en 50 mil millones de dólares y 150 mil empleos.
La pobreza frena la lucha
Samuel Huntington hizo al pensamiento social un aporte crucial: que la pobreza refrena movilizaciones y protestas, al revés de lo que se suele pensar: la gente está demasiado ocupada en conseguir proteínas para sobrevivir, como para dar su tiempo a «la revolución». Genera pasividad, sometimiento. La idea es original de Crane Brinton en su hiperclásico Anatomía de la revolución (1938). Ahí deja claro que las revoluciones francesas y rusa se producen en períodos de expansión, no de depauperación. Quienes ingresan bruscamente a la clase media baja, adquieren pautas de vida diferentes, en una sociedad en la que el ambiente social hace que todo parezca posible.
Es inevitable que en los procesos de cambio se favorezcan más rápidamente quienes poseen mayores niveles educativos, carencia de las clases medias nuevas. Eso causa resentimiento social y contribuye a explicar fenómenos como los de Brasil y Chile. Los mejores vinos y whiskys, automóviles, trajes, mujeres exquisitas, viviendas edénicas, las pone la publicidad al alcance de la mano. Pero las nuevas clases medias entienden pronto que eso es un sueño. Tienen la fortuna de tener empleo y trasladarse en un aceptable autobús, pero ven pasar a su lado flamantes autos con parejas bellas y felices. Quieren salir de los barrios, pero se necesitan miles y miles de millones de inversiones privadas y públicas en reforma urbana y tiempo de maduración de las inversiones.
Rousseff quiso surfear la ola de protesta para seguir desmontando la corrupción lulista y propuso un referéndum. Al principio supo a consabida galleta constituyente con «soluciones» que no tienen nada que ver directamente con los problemas reales. Ojalá le funciona porque ella merece seguir al timón. Pero la salida es profundizar la reforma económica, abrir más posibilidades a las inversiones y desestatizar la economía. Votar sobre proporcionalidad y nominalidad después de un maracanazo social huele a divertimento.