Por: Carlos Raúl Hernández
Hay conmoción en los departamentos de ciencia política más importantes del mundo. Los discípulos de Cerroni, Sartori, Held, Huntington, Brinton, Dahl, corren de un lado a otro y reservan aviones y trenes para el estado de Florida, locación del gran acontecimiento. Viejos profesores, al contrario, renuncian a sus cátedras y amargamente rumian la culpa de desencaminar sus alumnos durante años y se temen suicidios. Parece que en los think tanks de la souesera, Ocean Drive, Lincoln Road, Doral, se formuló la nueva ley de la ciencia política: «dictadura no cae con votos». Las enjundiosas investigaciones, las asesora el filósofo Jaime Bayly, la idea viene de los más recontra duros del exilio cubano, inspirados por la permanencia del fidelismo. El punto es que si los Castro son el ejemplo, se concluye que simplemente los despotismos serían como los diamantes, eternos.
Algunos arguyen tímidamente que en el dramático rescate de la democracia latinoamericana durante los 80s, y en las pétreas dictaduras comunistas, la llave la tuvieron, con mínimas variantes, elecciones controladas por las autocracias, y no ingenuas barricadas para que inocentes sirvieran de proteína a los cañones. En Latinoamérica recuperaron la libertad liderazgos políticos no improvisados, curtidos en años de lucha, que aprendieron el enorme valor de conquistar ventanas para el combate y que gracias a ello hicieron confluir otros elementos: naufragios económicos, cuarteadura militar y presión directa de las potencias democráticas. Así acorralaron a los autócratas para la acción decisiva, el leñazo electoral. Mientras dominó el radicalismo, las emociones y la ingenuidad, los factores de cambio no pudieron articular con racionalidad estos componentes y la dictadura permaneció.
La memoria y el olvido
El dictador brasilero, general Ernesto Geisel, inicia en 1974 una apertura controlada en la que suponía iba a burlarse de la oposición. La culminó su sucesor el general Joao Figuereido. La oposición emprendió una campaña por elecciones directas, a las que Figuereido se opuso. Los acuerdos Gobierno-oposición habían comenzado por la convocatoria a comicios regionales en los que ésta ganó las principales ciudades, pero el año siguiente se impuso el Gobierno, en un final de fotografía, 43.20% a 43%. No faltaron gafos -varios consabidos teólogos de la liberación, y radicales de verdad, torturados y presos-, que adujeran fraude para reclamar abstenerse y «no participar en la farsa». Pero en 1984 el jefe opositor Tancredo Neves ganó las elecciones de segundo grado en el Congreso a Figuereido, quien cuando mordió el polvo, dijo a los opositores «espero que me olviden», cosa que sabiamente hicieron.
Los intentos de Carlos Marighella y otros «duros» entre ellos Rousseff, Tucunduva, Rohmann, Estela Boges, de derrotar la dictadura a tiros de pistola y niples, quedaron para la épica. Argentina sale de la opresión una vez que la debacle de la Guerra de las Malvinas agrieta la hegemonía militar y en 1983 Raúl Alfonsín gana las elecciones. En 1981 Ecuador se sacude las polainas y las charreteras gracias al proceso denominado «reestructuración jurídica del Estado» del general Rodríguez Lara, quien convocó un referéndum para escoger entre dos proyectos de constitución. Luego en los sufragios triunfó el líder del bloque democrático Jaime Roldós. No parece necesario recordar cómo Violeta, ama de casa destrozada que juró vengar el ruin asesinato de su inseparable marido Pedro Joaquín Chamorro, con el apoyo de Carlos Andrés Pérez propinó una paliza en 1990 a Daniel Ortega y sus nueve rudos comandantes de verdad, no galácticos.
Siempre procesos electorales
¿Habrá que mencionar cómo se derruye el despotismo chileno con el triunfo del NO en el plebiscito de 1988? En México setenta años de «dictadura perfecta», como la bautizó la tremendura de Vargas Llosa, implotó cuando el PAN, la ridícula minoría de siempre, le da el varapalo electoral con Vicente Fox en 2000, que pone al país en la ruta del éxito. Calificadísimos filósofos políticos imaginaban eternos los totalitarismos comunistas. Pero en Hungría el Partido Comunista, siempre heterodoxo por la dirección de Janos Kadar, decide disolverse a instancias de su camarada Imre Poszgay, y cambian el nombre al país, de República Socialista, a República de Hungría, hasta las elecciones de 1990 en las que barren las fuerzas renovadoras. En Polonia de 1980 Lech Walesa funda el sindicato, luego partido, Solidaridad que aplasta en las elecciones de 1988 al general Jaruzelski, y la oposición obtiene 100 de los 100 escaños del Senado y 160 de los 161 diputados.
La dictadura de Jaruzelski controlaba los poderes, los medios de comunicación y naturalmente el organismo electoral, pero no pudo con la insurrección electoral, y el líder democrático Tadeusz Mazowiecki se hace primer ministro. En Alemania oriental, luego de la apertura del Muro de Berlín por decisión de la dictadura, y su inmediata demolición, se convocan las elecciones que vapulearon al Partido Comunista. En 1989 son las votaciones en Checoslovaquia que gana Vaclav Havel, uno de los héroes del siglo XX. A todas estas le preguntaron a Shevardnadze, el canciller soviético, qué pasaba con la Doctrina Brezhnev (la intervención de Rusia en los países satélites) Muy sonreído, respondió «ahora nos regimos por la doctrina Sinatra… que cada quien haga las cosas a su manera«.
Un comentario
Esperanzador pero…..